14 de junio de 2013

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Querido diario:

Vale, igual estoy un poco equivocada. Resulta que tengo que aprender que no tengo la verdad absoluta de las cosas. ¡Qué novedad! A la gente le gusta decirlo, aunque no tengan ni idea. Leo, no siempre llevas razón; Leo, por mucho que lo digas no va a ser más cierto; Leo, las cosas no son lo que parecen. Ya lo sabía. ¿Quién mejor que yo para saberlo?

Parece que mi trato hacia Juan no es del todo justo, me dijo hoy Irene. «¿En serio?», le respondí con ese tono mío característico de me estoy muriendo por escuchar tu opinión, aunque no te la pedí, y decirte lo mucho que me importa y lo equivocada que estás. El problema con Irene es que se conoce al dedillo ese tono mío y me ha dejado con las ganas. Así que aquí estoy, muerta por saber en qué exactamente no soy justa, si yo me consideraba la diosa esa de la justicia, la que sujeta con sus manos una balanza totalmente equilibrada.

Es bastante irónico. La vida en general y este caso en particular. Que sea yo finalmente la que esté tratando mal a Juan, cuando he llegado hasta aquí, expresamente, para no hacerle daño. Resulta que aunque tu objetivo sea lograr la paz mundial, si en el camino destruyes a todo el mundo no te quedará a nadie para disfrutar de la paz. ¿De qué vale, entonces, no querer hacerle daño a una persona si en el proceso ya se lo estás haciendo? Parece que en esto consiste la vida, en sufrir constantemente.

El otro día escribí que, en ese primer día de Dan, Paula fue a presentarse y a invitarle a una fiesta de la que ni Irene ni yo teníamos conocimiento, pero a la que se supone que íbamos a ir. Toda la clase iba a ir. Para ser exactos, todo el instituto iba a ir. Paula era una exagerada y siempre decía lo mismo cuando tenía ganas de ir a una fiesta. Me desesperaba, aunque cuando dejó de necesitarnos para ir a ellas, lo echaba de menos.

En el instituto todo se reduce a estudiar e ir a fiestas. No sé si cambia cuando eres adulto o si se sustituyen por otros elementos igualmente inútiles. En el colegio eran las meriendas y el patio; en la guardería, jugar y papá y mamá; y cuando eres más bebé comer y dormir describen perfectamente tu vida. Temo cuál es la siguiente etapa porque estoy totalmente aterrorizada con su evolución. De todas formas, yo creo que no estoy en la etapa que debería estar, pero el resto de los adolescentes no soy yo y ellos están en donde tienen que estar. Estudiar e ir de fiestas. Y esa fiesta... fue un absoluto aburrimiento.

Yo fui con Juan. No sé si te acuerdas, pero estábamos en una época un poco rara. Habíamos pasado un verano estupendo, lejos de todo el mundo y pasándolo bien, nosotros solos. Yo creo que si siempre fuese verano seríamos todos mucho más felices. El problema es que llega septiembre y con él llega la presión de todo el mundo y del tiempo.

No sé a cuántas fiestas habíamos ido los dos durante el verano. Juan vive a dos puertas de mí, así que es bastante práctico ir y volver con él. Sin embargo, cuando aquel viernes les dije a Irene y a Paula que nos veríamos en la fiesta (como todo el verano), que iba a ir con Juan (como todo el verano), empezaron a hacer esas risitas tontas y a intercambiar miradas de sabemos lo que está pasando, aunque no nos lo cuentes. No. No tenéis ni idea de lo que está pasando.

Voy a ser sincera. No tenían ni idea de lo que estaba pasando, pero yo sí. A mí me gustaba Juan, no era ninguna sorpresa. Habíamos sido amigos durante toda nuestra corta vida, de hecho, no me acuerdo de cuando nos conocimos. A veces nos llevábamos más y otras menos. Aunque era obvio que nuestra amistad se estaba afianzando cada vez más. Era totalmente normal. Nos perdía la pizza y las pelis de Edward Norton. Además, escuchábamos en bucle música que solo nos gustaba a nosotros. Pero lo más importante, cuando su abuelo finalmente murió, después de una larga y dura enfermedad, yo estaba allí para hacer todo eso que nos gustaba hacer juntos y mucho más, porque también lloramos y reímos.

El problema surgió cuando llegué a esa imaginaria línea que separa el amor de la amistad. Yo estaba perfectamente en la amistad, claro que sí. De hecho, hoy echo tanto de menos esa amistad que no sé cómo continuar esta frase, porque no hay comparación posible.

Quizá no deberíamos haber cruzado esa línea. Según Juan, no existe tal línea, las relaciones evolucionan a donde tienen que evolucionar. Bobadas. Yo sé que existe porque me he visto en ella. Estuve en el borde diciendo, como dé un paso más no hay marcha atrás. Porque es verdad, una vez que cruzas esa línea, ¿cómo la vuelves a descruzar? Yo creo que ni existe ese verbo, así que mucho menos la acción.

El caso es que en la época de esa fiesta aburrida, nosotros estábamos en esa etapa rara. Yo lo estaba, no puedo hablar por él. A mí me gustaba estar con él. Llámalo amistad, amor o equis. Al resto del mundo le gustaba intervenir en lo que no le concernía. Así que esa presión del mundo y del tiempo me empujaba hacia esa línea imaginaria que, ahora que lo pienso, igual la trazaron ellos.

Y así estamos también hoy, en una etapa rara pero de forma completamente distinta. El resto del mundo ya no interviene o es que ya no lo escucho. De todas formas, en el fondo sigue habiendo eso que lo puedes llamar amistad, amor o equis. 

Mi no tan querido diarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora