17 de junio de 2013

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Querido diario:

Todo es cuestión de elegir el mejor momento. Si Irene me hubiera animado a empezar a hacer una dieta con ella un año o tres meses antes del día que me lo dijo, probablemente le habría contestado algo totalmente distinto. O quizá no me hubiera obsesionado por mi peso. Y no sé por qué me afectó justo en ese momento y no antes. Supongo que ya fue la gota que colmó un vaso ya lleno de agua. Sin embargo, mis kilos de más se habían vuelto en mi cabeza el factor diferenciador con respecto a mis amigas y con respecto a todo, así que decidí hacer algo.

El ejercicio que estaba haciendo con Irene no me funcionaba. A mí me desesperaba lo rápido que Irene perdía los kilos que decía que le sobraban y yo, que me esforzaba más que ella, seguía igual, tenía el culo igual de gordo y me sobraba grasa por todos lados. Así que empecé a hacer retos. Soy muy perseverante, por lo que incluso me llegaba a divertir. Empezó como algo muy tonto, como a ver si aguanto una semana sin cenar. Y aguanté. Después aumentaba el reto para ver si aguantaba un día sin comer. Y así empecé a ver resultados. Yo y todos los que estaban a mi alrededor. Todo el mundo me empezaba a felicitar, como si hubiera ganado algo, y a decirme qué guapa estaba. ¡Dios! Qué bien sentaba que te dijeran eso. Sin embargo, por dentro, yo no me sentía bien.

Mi humor también cambió y, desde aquel momento, todo lo que me decían tenía un segundo significado que antes no se lo veía.

—¡Que jersey más bonito, Paula! —exclamó Irene al curiosear en las bolsas de ropa nueva que había en la habitación de Paula.

—¡Sí, es muy bonito! –afirmé y se lo quité de las manos.

Hice el ademán de probarlo para ver cómo me quedaría cuando Paula gritó enfadada:

—¡No te lo pruebes que es nuevo!

—¿Tienes miedo de que te lo estire con lo gorda que estoy?

—No, es nuevo, de la temporada de otoño y aún no lo he estrenado —respondió y me lo arrancó de las manos.

No quería que se lo rompiera, lo pillaba.

—¿Sabes qué, Leo? —interrumpió Irene cambiando de conversación completamente—. Mi primo Rodri me ha mandado un mensaje preguntándome por ti. Me dijo que a ver si os veíais en la próxima fiesta.

—¡Uuuuy! —se burló Paula—. Estás hecha toda una rompecorazones, Leo.

Capté al vuelo el sarcasmo en la voz de Paula y el tonito de rintintín de Irene. Me sacaban de los nervios. Rodrigo es el primo pesado de Irene. Coincidimos en una fiesta con él y como Paula e Irene estaban con sus respectivas parejas de la noche a mí me tocó aguantarlo. Me contó durante una hora que había perdido no sé qué batalla importante en un videojuego de guerras y soldados y que eso le supuso perder no sé cuántas monedas de oro. Estaba preocupado porque, sin las monedas de oro, no sabía cómo iba a construir el puente que necesitaban en su reino.

—¿Qué? —fue mi súper respuesta.

—Ya sabes... Puedes practicar con él. Se ve que a él le interesas.

No puedo evitar notar que Paula, consciente o inconscientemente, marcó «a él» demasiado.

—¿Y eso te sorprende? ¿Que algún chico se interese por mí?

—Me sorprendería que Rodri se interesase por mí —dijo y soltó una risotada.

Me lo tomé fatal. ¿Hay alguna otra forma de tomárselo? Rodri no cumple lo estándares para salir con Paula y por eso me tengo que conformar con él. En mi mente ya se estaban armando con antorchas y escopetas para declararle la guerra.

—Además, parece que con Juan nada, ¿no? Ya van siendo horas de pasar página.

Mis soldados cerebrales se quedaron paralizados.

—¿Qué quieres decir?

—Siempre dices que solo sois amigos.

—Es que somos amigos.

—Con los amigos se está bien para pasar el rato, pero hay más cosas ¿sabes?

—Paula... —intervino Irene tan débilmente que la ignoramos.

—¿Puedo intentarlo con Juan? Se está poniendo muy guapo.

—¿Cómo? —intenté sustituir mi cara de terror con una de sorpresa, pero no estoy segura de que me saliese bien. Mientras tanto, mis soldados cerebrales estaban sufriendo numerosas bajas antes incluso de llegar a la guerra—. Ahora que según tú se está poniendo guapo, ¿está en tu liga y no en la mía?

—Eres tú la que se conforma con ser su amiga.

—Somos amigos —repetí con un hilo de voz.

Sí, soy esa chica enamorada de su mejor amigo guapo que no se atreve a decir lo que siente por él por miedo a perderlo y que, al mismo tiempo, se pone celosa si otra persona tiene intenciones no honestas con él. Me he convertido en esa chica. Soy una chica cliché.

—Y quizás es mejor así.

—Déjalo ya, Paula —esta vez Paula no la ignoró y se puso a hablar de otra cosa, como si nada.

Yo me sentí humillada. Odiaba esa condescendencia de Paula. Se creía que lo sabía todo y, además, se sentía con el deber de hacérmelo saber. No sé cuántas veces me había mencionado lo de Juan y ¡hasta se había ofrecido a darme unas clases1. A veces creía que era su pequeño proyecto. Que era su amiga como un acto de beneficencia. A veces veía a su estricto padre en ella. Paula siempre se quejaba de que nunca estaban de acuerdo y no paraban de discutir. Por cualquier cosa, decía. Su madre, que era la que podía interceder entre los dos, murió cuando Paula era pequeña en un accidente. Quizá la falta de su madre hacía que su padre fuese más protector con ella.

Sé que a veces me tiene envidia. Viendo el cerrado mundo que le ofrecen en su casa, ve el mío como la felicidad más absoluta. Mis padres pasan de mí completamente. Es como si no tuvieran una hija. Con tal de que cumpla mis deberes de ir a clase y no meterme en problemas, me dejan en paz. Sin embargo, tanto Paula como yo nos cambiaríamos sin dudarlo por Irene. Aunque no lo admitamos, nos morimos por su vida perfecta.

—Estas Navidades nos quedamos en casa —dijo Irene muy emocionada e interrumpiendo mis pensamientos.

—¿En serio? Si siempre viajáis a algún sitio —le respondió Paula.

—El año pasado fuiste a Nueva York por tercera vez en tu vida y yo no fui ni una vez —dije con tristeza y envidia a partes iguales.

—Este año hemos decidido quedarnos —lo dijo como si fuera una decisión que tomaron juntos, en la que todos los miembros de la familia dieron su opinión y fue escuchada por los demás, y no una orden dada por sus padres. Y probablemente fue así de verdad—. Nunca nos hemos quedado en casa, así que va a ser algo diferente. Además, yo me muero de ganas de pasar fin de año con Dan y con vosotras.

A mí no me pasó desapercibida la cara de Paula. Irene y Dan llevaban saliendo un mes. Empezaron al día siguiente de la fiesta. Paula se quedó de piedra cuando se enteró que estaban juntos pero no dijo nada. Así que no sé si Irene jugó limpiamente o no. Me imagino que sí, pero no entendía su juego y tampoco quería. Desde entonces, Paula ponía la misma cara de póker cada vez que Irene hablaba de Dan. No sé si por despecho o porque surgió así, empezó a salir con Alex casi al mismo tiempo.

—¡Lo vamos a pasar genial! —dije con emoción, y es que me alegraba muchísimo que Irene no se fuera y me dejara sola con Paula—. ¿Tenías algo planeado, Paula?

—No, nada.

—Pues con la cara que pusiste, cualquiera diría que Irene te amargó los planes.

—Los únicos planes que tenía eran intercambiar a Alex por Juan.

¡Ay! Otra vez. ¿Podría dejarme en paz alguna vez? 

Mi no tan querido diarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora