24 de junio de 2013

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Querido diario:

Somos egoístas, por naturaleza. Aprendemos a ser humanos con el paso del tiempo pero a veces quedan coletazos. Como cuando sufrimos, que lo hacemos con ganas, con egoísmo. Por lo menos yo, que es lo que venimos a tratar aquí. Y a veces, estoy tan concentrado en mi propio dolor (porque me concentro, y mucho) que no me doy cuenta de los que están a mi alrededor. No veo si ellos sufren o necesitan ayuda, solo veo mi espiral de dolor. Y a veces hasta me regodeo en él. O lo hacía. No sé. Puedo decir que estoy trabando en ello. Cada día. Y este cambio surgió de alguien, de quien menos me lo esperaba, de un grito de ayuda que nadie oía.

Justo antes de las vacaciones de Navidad, mis límites de ansiedad estaban rozando el límite y mi vía de escape seguía siendo mi tándem mortal. Yo lo seguía controlando. Aunque cada vez mis atracones de comida eran más frecuentes, todo estaba bajo control.

El último día de clase antes de las vacaciones, se organizó una fiesta de Navidad en la que hubo un gran despliegue de comida y bebida. Juan y yo lo estábamos pasando muy bien, mientras me concentraba en él conseguía olvidarme un poco del resto del mundo. Hasta que el resto del mundo hacía su aparición.

Vi a Paula en una esquina bastante nerviosa. Al principio intenté ignorarla, ella siempre tiene algún drama en la cabeza y, como no vi a Alex por clase, pensé que seguramente estaba preocupada por su "novio" y por no estar allí con ella. Sin embargo, su cara se ensombreció al leer algo en su móvil. Pensé que igual algo iba mal y le dije a Juan que volvería enseguida. Cogí dos trozos de tarta y me acerqué a ella.

—Alguien me dijo una vez que todos los problemas del mundo se pueden resolver con un buen trozo de tarta de chocolate —le dije acercándole el plato de plástico.

—Y tú te lo tomaste al pie de la letra, ¿no? —me respondió cogiendo el plato.

Noté una punzada de dolor en el estómago, pero intenté ignorarla. Respiré profundamente y le pregunté:

—¿Todo bien?

—Sí, claro —respondió—. ¿Por qué no iba a ir todo bien?

Cogió el cubierto de plástico y empezó a jugar con la tarta pero no la probó. Yo metí un trozo en la boca para cubrir el silencio que se había impuesto.

—¿Es por Alex? ¿Ha pasado algo?

—No pasa nada, Leo —dijo un poco molesta.

—Vale, pero ya sabes que si necesitas ayuda... —y me metí otro trozo de tarta en la boca. Estaba buenísima.

—Si necesitara ayuda con Alex, no creo que fueras la más indicada. Total, tú te conformaste con tu mejor amigo, no creo que sepas ayudarme —se levantó, dejó el plato de tarta en la mesa y salió de la clase.

Yo me quedé con el trozo de tarta en la boca, masticándolo como si fuera chichle, y odiándome a mí misma. Tenía razón. ¿Cómo la iba a ayudar yo con cualquier problema que tuviese con Alex? ¿Yo, que era el premio de consolación de Juan? ¿Yo, que no sabía arreglar mis propios problemas? ¿De nada vale tener una amiga que simplemente quería ayudar? Con gran dificultad, tragué lo que tenía en la boca y salí directa al baño.

En la misma planta donde teníamos clase había un baño para chicas y otro para chicos, pero estaban tan cerca de clase que cualquiera podía ir, y yo necesitaba intimidad. Sabía que la planta de arriba estaba vacía. Las aulas que había eran despachos de profesores y a esa hora no podía haber nadie allí. Al fondo, había otros baños. De chicos y chicas. Solo se escuchaba el silencio a mi alrededor, lo cual me venía estupendamente. Iba directa al baño de chicas, que tenía la puerta completamente abierta, pero por el rabillo del ojo vi algo que captó mi atención antes de entrar. Justo en la entrada se podía ver el lavabo blanco y el espejo. No se podía ver nada más, pero mis ojos captaron el reflejo del espejo. Dos personas se besaban con mucha pasión en el baño. Dos personas que reconocí perfectamente.

Como si de una película de humor se tratase, mi móvil empezó a vibrar en ese momento y, con el silencio que había en esa planta, el resultado era el mismo que si tuviese el sonido a tope. La pareja se detuvo y yo me quedé paralizada sin saber qué hacer.

—Te suena el móvil —dijo Paula.

—Es el tuyo, mi móvil está cargándose en clase —le respondió Dan.

Salí pitando de allí, antes de que ninguno de los dos pudiese reaccionar. Escuché un portazo cuando ya estaba bajando las escaleras y me metí como un rayo en el baño de chicas de la planta de abajo. No había nadie dentro, así que me encerré en un cubículo y, dado que la situación que acababa de vivir me daba bastante asco, el vómito llegó solo, sin tener que ayudarlo esta vez.

Cuando salí, Paula está allí, arreglándose el pelo junto al espejo. No la escuché entrar, pero en ese momento me daba igual. Llegué al lavabo medio temblando y abrí el grifo. Estuve como un minuto bebiendo el agua del grifo cuando Paula me preguntó:

—¿Estás bien?

Asentí y me lavé las manos. Entonces las vio al mismo tiempo que yo. Las heridas que se habían abierto en mis nudillos. Me agarró la mano y la observó.

—¿Qué te ha pasado?

—Nada —le respondí a la vez que moví el brazo para que me soltara.

—¿Y por qué estabas vomitando? —me preguntó con esa pose que tiene de que lo sabe todo y yo no sé nada.

—Me ha sentado mal la tarta —le dije quitándole importancia.

—Leo, si tienes un problema...

—No tengo ningún problema —le interrumpí ya un poco harta de ella. Necesitaba urgentemente cambiar el foco de atención—. Además, la que tiene un problema aquí eres tú. Acabo de verte con Dan —le solté enfadada—, ¿el novio de Irene? ¿En serio?

Paula me miró furiosa. Después de unos segundos en silencio me soltó:

—No le puedes decir nada a nadie —dijo señalándome con el dedo índice.

—¿De verdad? —le pregunté y, sin querer, me salió una pequeña sonrisa. Al final todos tenemos secretos.

Llevaban engañando a Irene desde el principio. La pobre y perfecta Irene, como decía Paula, no sospechaba nada. Estaba completamente ciega por Dan. Yo odiaba no decirle nada y no comprendía como Paula podía mantener el secreto y humillarse así, pero simplemente sumaba todo esto al carro de odio hacia Leoncia. Paula y Dan habían estado liados desde septiembre, desde que él llegó nuevo a clase. Paula no nos lo dijo no sé por qué estúpida razón y, cuando vio a Dan e Irene juntos, ya no le veía sentido a contarlo. ¿Quién le iba a creer? Además, ya se sentía tremendamente avergonzada, sentía que tenía algo malo por el cual Dan no quería estar con ella. Empezó con Alex como una forma de darle celos, lo cual funcionó, pero no del modo que ella quería. Dan y ella siguieron juntos a escondidas. Ella se preguntaba qué tenía para tener que ocultar su relación a todo el mundo y no la de Irene. No podía decir nada, como él le dijo, ¿quién le iba a creer a ella, que se liaba con todo el mundo, ante el perfecto novio de Irene? Además, como me recordó Paula, había historia entre Irene y ella. Seguro que si hubiera dicho algo, Irene pensaría que Paula lo habría hecho por celos. «Y admitámoslo —dijo Paula— por muy amigas que seamos las tres, no confiamos en las demás para nada». Le dije que no, que no era verdad, pero no me hizo caso. Y entonces miré mis manos y pensé: «¿Soy yo la más indicada para hablar de confianza?».

Mi relación con Paula cambió. Ya no sentía que estaba por debajo de ella, ahora ya no me podía dar ningún tipo de lección de nada. Sabía sus secretos. Sin embargo, con el paso de los días no podía dejarlo pasar. El carro de odio a Leoncia estaba a rebosar, así que tenía que quitar algo y lo último que se añadió tenía que ser lo primero en salir.

    

Mi no tan querido diarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora