El día veintitrés. Parte I

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Esta noche apenas he dormido, las imágenes constantes de aquel laboratorio me abordaron, se convirtieron en la más desagradable pesadilla.

Ya es de manaña, por lo que me levanto de la cama, me dirijo al baño, tras asearme y hacer mis necesidades concluyo que ya no puedo más. Lo de ayer fue la gota que colmó el vaso.

Considero ya no tener el valor suficiente para seguir aquí. Así que antes de dar un paso en falso y dar por finalizado la misión, debo descubrir si mi plan está funcionando.

Salgo de mi habitación y en lugar de ir a la cafetería a desayunar, aprovecho este momento, pues sé que todo o casi todo el mundo estará allí, y tomó otra dirección.

Empujo la puerta y entro a la habitación de Los Siete. Los veo sentados concentrados como siempre pues están leyendo unos libros. Nadie ha apartado los ojos de sus libros al verme entrar.

Suelto el aire contenido en mis pulmones y decidida avanzo en su dirección. Me acerco a Tarou y le sonrío, él me corresponde con otra sonrisa algo discreta. Mis adentros se llenan de... a lo mejor la fuerza que necesito para hacer lo que voy a hacer a continuación. Rebaso el asiento de Tarou y me acerco al más joven de todos. Analizo su actitud, pues no me ha prestado la menor atención.

-Lo siento Siete por lo que voy que hacer, pero necesito comprobar algo.

Tras terminar de decir esto, saco un escalpelo del bolsillo de mi bata y le hago un corte en el brazo, la sangre gotea, manchando la mesa. Siete se sobresalta y se pone en pie, empuja su mesa que termina por caer al suelo y me mira con actitud intimidante. Todos los demás repiten lo mismo, excepto Tarou, quien se mantiene sentado en su silla a pesar de todo.

El resto de los chicos caminan y lentamente se acercan a mí.

¡Creo que no ha sido una buena idea lo que acabo de hacer! Definitivamente no.

Lo único que puedo hacer ahora es retroceder, es inevitable dar pasos torpes hasta que mi espalda choca con la pared. Me encuentro totalmente acorralada por los seis. Pasa el tiempo, que parece una eternidad y ninguno hace algún movimiento. Solamente se dedican a observarme con ojos asesinos, si es que existe una manera de describir sus expresiones.

Entonces, Cuatro se acerca aún más a mí, separándose del circulo que los demás formaron a mi alrededor. Se acerca, y demasiado.

Cuatro me mira con odio más aún, si cabe. El terror solo me permite tragar saliva.

Mi cuerpo comienza a temblar pues ha conseguido infundirme pavor a niveles estratosféricos. Cuando pienso plantarle cara a pesar de todo, levanta su brazo derecho por encima de su hombro y coloca la palma de su mano, y sus alargados dedos alrededor de mi escuálido cuello.

Con fuerza y precisión me levanta del suelo.

Intento zafarme, pero a cada instante aprieta con más fuerza. Ya apenas puedo conseguir respirar, a lo único que puedo recurrir es intentar darle patadas, pero es una perdida de tiempo, solo acierto a darle al aire.

-¡Lo siento!

Le suplico prácticamente con voz inaudible. Me estoy quedando completamente sin oxígeno. Cuando pienso que es mi fin, veo por el rabillo de mi ojo como Tarou se pone de pie y se interpone.

Cuatro me suelta de muy mala gana, que termino cayendo sobre mis glúteos. Como medida de supervivencia mi cuerpo reacciona tosiendo, aún unos minutos después, mi respiración todavía se escucha anormalmente agitada. De modo que trato de recuperar el aliento tan rápido como puedo, hasta que Tarou se flexiona sobre sus rodillas y me mira de manera inquisitiva.

LOS SIETE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora