El día veintitrés. Parte II

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En cuanto vuelvo a entrar no veo a nadie en sus puestos, me temo lo peor, solo rezo para mis adentros de que Jocelyn todavía siga dentro del habitáculo. Me acerco a mi sitio y me acomodo a esperarla. No pasa mucho tiempo hasta que escucho abrirse la puerta, me preparo y cuando la escucho acercarse a mi altura me giro y...

-¡Arrgh! -bufa Jocelyn.

-Lo siento, lo siento -suplico entre gimoteos fingidos al tiempo que trato de secarle el estropicio.

-¡E, sabes que está prohibido meter bebidas dentro!

-Estaba sedienta -le respondo tratando de convencerla de que estoy avergonzada. Claramente es fingido-. Solo déjame que te seque un poco -apuro mi acción, sin embargo, Jocelyn aparta mi mano de un manotazo.

-Déjame yo puedo sola -niega con la cabeza mientras suelta un sonoro soplido, parece que está llegando a sus límites de paciencia-. Más bien encárgate de limpiar tu desastre -se sacude la bata y después se gira y abandona el laboratorio, dejándome sola.

En cuanto confirmo que ha abandonado completamente el laboratorio sonrío, miro mi reloj y recuerdo el tiempo con el cuento hasta que probablemente se dé cuenta. Extraigo de la manga de mi bata su credencial, que no es otra que la llave para entrar al cubículo.

Mientras me encamino hacia la puerta del pequeño cubículo, recuerdo que los chicos la distraerán tanto como puedan haciendo uso de sus habilidades. Necesito tomar muestras de la fórmula y de cuanto pueda.

Acerco su credencial al lector que se encuentra justo alado derecho de la puerta.

La puerta corredera se abre hacia la derecha, dentro parece un santuario, pues a ambos lados se levantan unas largas vitrinas, las cuales contienen de todo, pero yo busco concretamente algo. Camino hacia el fondo del lugar y me detengo enfrente de la vitrina que contiene la fórmula AT.

Abro la vitrina con cuidado y extraigo el frasco y con mucha cautela introduzco un cuentagotas dentro y obtengo la cantidad suficiente. Tan pronto como termino coloco el frasco en su sitio, y lo que yo he conseguido lo coloco dentro del bolsillo de mi bata. De camino a la salida, se encuentra un ordenador sobre una mesa blanca, que me llama la atención, pero decido salir, aunque a la altura de la puerta dudo unos segundos. Así que me vuelvo sobre mis pasos. Enciendo la pantalla del ordenador, afortunadamente no hay ninguna contraseña que introducir, supongo que no se han tomado las molestias al estar refugiado dentro de este lugar, al cual solo tienen acceso unas cuantas personas.

Tecleo tan rápido como puedo buscando cualquier cosa que sea incriminatorio y hago copia de todo ello y lo traslado a la memoria extraíble. Hay cientos de archivos, deduzco que me tomara unos buenos minutos. Mientras se traslada la información decido echar un vistazo ligero a algunos archivos. Muchos son videos, hago caso omiso, y busco algo más contundente, ya tendré tiempo de verlos. Algunos informes, y una lista con muchos nombres, leo rápidamente para ver si reconozco el nombre de alguien, pero no.

Vuelvo a revisar para saber cuanto le queda para traspasar las copias, cuando le queda solo un uno por ciento por terminar, escucho abrirse la puerta principal y a continuación unos pasos en mi dirección. Retiro rápidamente la memoria extraíble, y me escondo detrás de la mesa con la adrenalina a mil por hora, nunca mejor dicho.

Trato de contener mi respiración y hacer el menor ruido posible hasta que en el cristal de la pared veo el reflejo de la pantalla del ordenador encendida.

¡Mierda! estoy acabada.

Trago saliva y cierro mis ojos, aunque rápidamente vuelvo a abrirlos de nuevo. Repentinamente a través del reflejo observo como los ficheros se cierran, uno a uno. Finalmente, la pantalla se desconecta.

LOS SIETE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora