El día tres.

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Sentada en la silla junto a mi escritorio aún no soy capaz de olvidar lo que vi esta mañana, de modo que cojo mi diario personal y empiezo apuntarlo todo para después contárselo a Haruto. Cada detalle es importante.

R, el encargado, al parecer aquí se llaman por la inicial de sus nombres, me enseñó un lugar. La habitación que me enseñó es el laboratorio en el que desarrollan aquella sustancia y otras muchas más. Según sus propias palabras: aquel componente es única en su especie.

La tecnología que usan ahí es maravillosamente avanzada, no he visto en ningún lugar tanta tecnología, incluso el laboratorio de mi antigua facultad es completamente una antigualla en comparación a esta. En ella trabajan alrededor de unas quince personas entre químicos e ingenieros en robótica y en genética. El grupo trabaja bajo el mando de una tal Jocelyn. Ella pertenece al penúltimo grupo. Cada grupo tiene su propia estancia, y a mi se me asignó trabajar en el área de química. Por una parte, fue un alivio, no tendría que hacer el ridículo, en mi carrera había dado algo de química, así que creo que no tendré problema con ello. R me comentó además que mañana martes me incorporaría a mi equipo. 

Redacto un informe de todo esto en mi portátil, después tomo una ducha y me acuesto finalmente, emocionada porque al final entraré al grueso de la misión.

Sin embargo, no puedo. Otra vez aquella pesadilla, más bien un amargo recuerdo que había sepultado en lo más profundo de mi consciencia, pero cada vez sale a la superficie y con más fuerza. Me levanto agitada, tratando de recuperar la compostura, pues está vez ha sido bastante más larga. En mi sueño le vi corriendo hacia la calle llorando, totalmente desconsolado.

—Yo no tuve la culpa, yo no la tuve —susurro para mí y sacudo mi cabeza para olvidarme de las imágenes al tiempo que me abrazo a misma, balanceando mi cuerpo de adelante hacia atrás.

Pasa un tiempo considerable hasta conseguir recuperarme de la conmoción, y enseguida me levanto y me dirijo al baño. Coloco las manos en el lavabo y me observo en el espejo. Me noto algo cansada, diviso unas discretas ojeras debajo de mis ojos. Soy consciente de que no voy a volver a dormir, así que decido salir de mi habitación, debería empezar a investigar. Sin más demora salgo de la habitación y empiezo a caminar a hurtadillas, no sé lo que busco en realidad. Pero de algo estoy segura, este paseo me ayudará a despejarme un poco.

Tras un buen rato caminando, acabo tropezando con alguien que no he visto venir, cierro los ojos por inercia.

Lo único que me permito sentir es miedo. Miedo, porque me hayan descubierto.

Tras un buen rato con los ojos cerrados, decido abrirlos y me encuentro a un muchacho bastante joven, y más alto que yo. Va vestido un uniforme de color azul completamente. Los pantalones le llegan hasta las rodillas. Logro divisar en el derecho de su pecho una insignia. Una F rodeada por un círculo. El chico luce un peinado muy correcto y un flequillo muy bien ordenado que le cae del lado derecho. Tiene el cabello oscuro y posee una complexión física de un deportista, además tiene un característico lunar bajo el labio inferior y si no estoy equivocada logro percibir apenas visible una cicatriz en su mejilla izquierda. Todo en él es correcto, tanto que me pone nerviosa. Apenas pestañea, incluso podría concluir que no se ha inmutado del golpe que le he dado con mi cabeza.

—Lo siento mucho. No podía dormir así que decidí salir a dar una vuelta —trato de explicarme—Me llamo Ena y ¿tú?

Extiendo mi mano por educación, sin embargo, no recibo respuesta de él. Es bastante extraño. Es una situación incómoda hasta que repentinamente.

—¡Aléjate de él! — vocifera alguien detrás de mí al tiempo que me empuja. Mi hombro izquierdo golpea la pared y reboto para luego caer, pues no me ha dado tiempo a reaccionar. Me recupero pronto y me pongo de pie para mirar y condenar la actitud del sujeto. El hombre de uniforme, quien porta un fusil se inclina hacia mí ya que es bastante más alto y bastante robusto que el chico anterior. Tiene los pómulos bien marcados y unas cejas bien perfiladas, además lleva un corte de pelo al estilo militar.

—No sé si sepas las reglas de aquí, pero nadie puede estar fuera de sus habitaciones a partir de las 21 horas hasta las 7 horas ¿entendiste? —me recrimina con clara irritación.

—Sí, he entendido—respondo con acritud alargando la última sílaba.

—Entonces que esperas. Deberías volver ya a tu habitación —me hace una señal con su mentón, indicando la dirección de la habitación—, ¡ahora! —chilla amenazadoramente.

—Está bien, ya voy, ya voy —levanto las manos en signo de disculpa —. Aunque, antes me gustaría hacer una pregunta —él me mira totalmente hostil— ¿quién es este chico? Me parece demasiado joven como para que sea personal del laboratorio.

—No estoy habilitado para responder a esa pregunta —me mira con desprecio como si fuera un bicho desagradable y al que desease aplastar.

Al notar lo inútil de mi conversación porque no he conseguido sonsacarle, sacudo mi pijama y decido volver a mi habitación, no sin antes de mirar la escena que se está desarrollando detrás de mí. El hombre malhumorado coloca su mano en el hombro del muchacho y le da palmaditas como si tratara de calmarlo. Enarco una ceja cuestionándome la escena.


Al volver a mi habitación me vuelvo a tumbar en la cama y me pregunto sobre lo que acabo de presenciar. Aquí pasa algo extraño. La frialdad del muchacho me ha desconcertado, apenas tenía expresiones faciales. Sopeso miles de posibilidades a su actitud y lo apunto todo en el diario.

Sobre las nueve de la mañana y después de haber desayunado, R, me ha traído nuevamente al laboratorio, así que estoy aquí, en medio de un abarrotado instrumental químico, trabajando bajo el mando de aquella mujer que lleva por nombre Jocelyn.

R fue muy reacio al darme la información, así que de momento no me ha dicho con qué objetivo fue desarrollado. He de admitir la fórmula es algo complicada. Me masajeo la sien, tratando de pensar.

—¿Complicado la fórmula? —me interroga Jocelyn—R me dijo que eres un As de la química.

—ja, ja, ja ¡que exagerado! Tampoco es para tanto.

—¿No es para tanto? ¿entonces no es cierto? —enarca las cejas.

—No, no quise decir eso. Es que este es un nuevo ambiente de trabajo y estoy tratando de acostumbrarme —le sonrío, tratando de amortiguar el ambiente incómodo.

A quien pretendo engañar, en qué momento me fueron a crear un curriculum tan perfecto. Llevo dos años rellenando multas que esto realmente me va a costar. Emito un hondo suspiro.

—Pues vete acostumbrando pronto, puesto que necesitamos más de la formula AT.

— ¿La fórmula se llama así? Que nombre más extraño para ponerle a una formula ¿aquellas letras tienen algún significado? —preguntó con curiosidad acuciante.

—No estoy habilitada para responder eso. Deja de hablar y ponte a trabajar.

Le regalo una mueca antes de continuar con la nomenclatura de la fórmula, y pensando que tengo que compararla con la que encontraron en el cuerpo de los traficantes.

¿Será la misma o se trata de otra sustancia?

Por el rabillo del ojo veo como Jocelyn se aleja de mí, entonces aprovecho para copiar la secuencia. Mi corazón ha comenzado a palpitar más rápido y el calor corporal ha aumentado, a pesar de la condición climatológica del lugar.

Tengo que hacerlo rápido.

LOS SIETE.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora