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No sabía que sensación era su favorita.

Pero como podía quedarse disfrutando de las dos, no iba a romperse la crisma decidiendo por una de ellas. Tanto daba, escoger la maravillosa sensación, de sentirse querida y acogida, como si solo hubieran estado separados por un día. O perderse en las mariposas que recorrían su cuerpo, por el deseo que iba despertando Sandro en ella.

Soltó un suave gemido de entrega, cuando éste, dejó sus labios para abandonarse en su cuello, causándole un delicioso cosquilleo.

Daba igual el tiempo que hubiera transcurrido, las caricias de Sandro, seguían despertando en ella los mismos sentimientos. Cierto, que antes eran dos críos y puede, que sus movimientos hubieran sido sin pausas, fogosos, atropellados... No, con la pericia que lo hacía ahora.

Eran lentos, sensuales, centrados solo en el deseo de ella.

Ahora, eran dos personas adultas.

Tan entregada estaba a las dulces caricias de Sandro, que le estaba propinando en su cuello con sus propios gestos. Causando que al momento, el pobre hombre soltara un alarido de dolor y se apartara de ella, cuando sin querer le apretó en su brazo con su mano, por encima del vendaje.

- ¡Arg! –Protestó con los ojos cerrados y condujo su mano sana, al brazo intervenido quirúrgicamente.

-Perdona –Soltó Regina asustada, tapando su rostro con sus manos, recriminándose mentalmente, lo estúpida que era -. Soy un desastre, Max tiene razón... ¿Cómo estás? ¿Nos vamos al hospital?

-Schh... Calma, Gina –Susurró Sandro, abriendo sus ojos para mirarla con cariño-. Estoy bien, ya ha pasado.

- ¿De verdad? –Retiró sus manos y lo miró con cierta duda. 

-Sino te hayas conforme, puedes quedarte ésta noche junto a mí en la cama, como enfermera –Ideó con tono inocente, pero sin poder ocultar su sonrisa traviesa.

-Me parece bien -Aceptó al momento, con voz segura, logrando descolocar al hombre, quien se la quedó mirando fijamente por unos segundos con ojos como platos.

-Solo dormir –Dijo con voz ronca, pero mirada cargada de deseo-. Nunca hemos podido dormir juntos y despertar por un igual –Se puso en pie, con su mano sana agarrando una de ella-. Vayamos, estoy deseando poder abrazarte con nuestros cuerpos desnudos.

-Yo siempre duermo con camisón –Soltó Regina riendo risueña, pero siguiendo encantada al hombre.

-Ésta noche no, por favor –Pidió, deteniéndose por un segundo, para mirarla profundamente a los ojos, darle un suave beso y emprender la marcha a su dormitorio. 


Una semana que llevaba ya en casa de Sandro, durmiendo con él. Una semana feliz como nunca lo había sido.

Los tres juntos, parecían una feliz pareja. Sin conflicto alguno... La única sombra que aparecía alguna vez, era el no haber recibido aún su carta dorada. Sabía, que su destino era Sandro, por su corazón y por la carta de él... Pero después de haber escuchado, como le llegó a él la suya, tenía la vaga esperanza, de que el destino se la hiciera llegar a ella.

Pero vistos, el tiempo transcurrido y lo feliz que era allí, más la decisión que había tomado. Comprendía, que nunca iba a tenerla en su poder, poder guardarla junto con la de Sandro en una preciosa caja de madera.

Pues apostaba, que la tenía que tener su padre.

Aquella, es la única explicación que veía. A ella, tuvo que llegarle antes que a Sandro. Pero su padre y tío, debieron ocultársela. Por ello, que, desde un principio, habían ido en contra de Sandro.

Reencuentro Dorado -Segunda parte de Ocultándose Al Amor-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora