Veinte años después
Aceleraba un poco más su moto, para adelantar aquel deportivo que iba por delante de él en la carretera de montaña de aquel parque, en Quebec. Cuando al coger una suave curva, se encontró un ciervo enorme, bloqueando la carretera y obligándolo a esquivarlo con la consecuencia de acabar cayéndose de la moto.
¡Joder! Ahora sí que no llegaba a tiempo a la agencia inmobiliaria para recoger las llaves del apartamento que se había pillado allí.
Increíble que pensara aquello, pero es lo único que pudo pensar antes de dar vueltas por el asfalto y sentir varios golpes, que sabía iban a tener consecuencias. Y no, no era verdad en que fuera lo único que pudo pensar. Nada más verse a voluntad de la gravedad, que le vino ella a su mente, pidiendo tener la oportunidad de verla una vez más antes de morir. Quería tener el valor de llamarla, si todo lo que había venido hacer aquella ciudad, salía bien.
Pero ahora, por culpa de aquella caída, puede que tuviera que aplazar aún más la fecha de partida en salir a buscarla a la ciudad, en que estuviera aposentada de algún rincón del mundo. Porque su pequeña Marie Vizenzo, desde los dieciséis años que había puesto quilómetros entre ellos.
Y por fin pudo soltar un gruñido de dolor, cuando su cuerpo se detuvo al chocar contra un árbol, dejándolo muy aturdido.
Y dentro de su aturdimiento, escuchó el frenazo de unas ruedas y alguien corriendo hacia él, en la gravilla de la montaña. Por suerte, había adelantado al deportivo. El único coche que se había topado en más de media hora de carretera que llevaba de aquel parque natural.
-No te muevas –Escuchó una dulce voz de mujer-. Enseguida vienen a socorrerte, pero ahora solo trata de calmarte y decirme dónde te duele –Le pidió con voz dulce, mientras sacaba del bolsillo de su pantalón su teléfono móvil y marcaba un número-. Hola Randy, soy yo. Te acabo de enviar mi localización a tú teléfono. Envíame un helicóptero de salvamento, accidente de moto. De momento, solo visualizo posible fractura de fémur.
-Dios mío, creo que me dañé la cabeza –Soltó con un quejido sarcástico-. Me recuerdas a una chica, pero es imposible que seas tú –Dijo al tiempo que entrecerraba los ojos y la miraba fijamente, maldiciendo por tener en aquel momento aquella capa de nubosidad en su vista-. ¿Marie?
- ¿Qué demonios haces en Canadá Max? –Preguntó Marie entre sorprendida, preocupada y enfadada.
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Reencuentro Dorado -Segunda parte de Ocultándose Al Amor-
RomansAunque nuestro destino esté marcado, siempre hay que tener esperanzas. Segunda entrega, de Ocultándose Al Amor, en donde podremos descubrir el destino dorado de nuestro amigo Sandro.