RECENA

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Hotel de Milán

22:00 am.

La habitación de Gio no está mal. Llevo por aquí haciendo el ganso como media hora. Cuando he entrado como si nada, a pesar de que ha dicho que tenía cosas en las que trabajar, he ido directo a mirar por su ventana. No sé por qué los hoteles siempre parece que van a tener unas vistas acojonantes. Y no, a veces tiene mejores vistas un hospital. Aunque en la habitación de Gio se ve un resquicio del Duomo a lo lejos. Después la he mirado y he sonreído al verla sentada en la cama apuntando cosas en una agenda. Me ha mirado unos segundos y ha sonreído. He notado una especie de tensión entre nosotros. Algo eléctrico. Ha seguido a lo suyo, repitiéndome que debería irme a descansar. Le he dicho que soy Liam Gallagher y que descansar no está en mi vocabulario. Mentiras piadosas. Le hago reír. Hay algo que me pone cachondo cuando se ríe, aunque ¿qué no me pone cachondo mí?

Me siento a su lado en la cama, observo lo que hace. Resopla, riéndose por lo bajo, porque quiere que me quede pero tiene que aparentar que no. Le agarro suavemente por la barbilla en un arrebato y se deja. Miro sus ojos claros, sé que me desea. Lo sé porque la miro del mismo modo en que sus ojos me están pidiendo a gritos acción. Y la beso. No se aparta. Primero es tímida, lenta, segundos después está siendo más participativa. Mucho más que esta mañana en el estudio. Sabía que no se iba a querer quedar con ganas de Liam.

A medida que me atrapa la lengua, voy haciéndome con su ropa interior entre los dedos. En menos de cinco minutos estamos rozándonos bajo la ropa. Y sube la temperatura mientras muevo la pelvis contra su mano, una y otra vez. Tengo la boca demasiado ocupada comiéndome la suya como para pedirle que me la agarre bien fuerte, pero, como si me leyera la mente, lo hace y empieza a sacudírmela de arriba abajo. Me alegra saber que sabe lo que hacer y, seguro, que sabe lo que quiere. Me separo de sus besos y la miro, notando que tengo los labios empapados de su saliva, hinchados, le sonrío y ella me devuelve la sonrisa y desenreda la mano de mi pelo, y me doy cuenta en ese momento que su otra mano me acariciaba el pelo. Alargo mi lengua y lamo la punta de su nariz, jugando. Me incorporo, quedándome de rodillas entre sus piernas y me saco el jersey y la camiseta con las manos, con prisa, mucha prisa. Después se ríe de mí.

―¿Qué pasa?

―Nada. ¡Vaya pelos!

Trato de mirarme el pelo, aunque sé que es imposible. Me pongo bizco mirando para arriba y consigo verme un poco el flequillo. Después la miro, con una gran sonrisa, cuando me doy cuenta de que debo parecer idiota. Me paso las manos por la cabeza para colocarme el pelo, aunque me importa muy pero que muy poco cómo lo tengo. De hecho dudo que a ella le importe y menos desde que empiezo a tararear una canción de los Stones y le estoy bajando el pantalón del pijama, tirando también de la goma de sus bragas. Siento que sus piernas se resisten pero, al mirarla a los ojos, cede un poco y me deja hacer. No quiero hacer nada que ella no quiera, aunque temo no poder controlarme mucho más. Pero me rodea con sus piernas y entonces me río.

―Me deseas, nena ―le digo.

―¿No es una pregunta?

Niego con la cabeza y se ríe. Está muy buena, joder, está jodidamente buena, ¿sabes cómo te digo? No me cuesta deshacerme de sus piernas. Me arrastro con las rodillas por el colchón y me agacho hasta tener su ombligo rozándome los labios. Muerdo ligeramente su vientre plano y subo una de mis manos a su pecho, bajo esa camiseta ancha de Pink Floyd. Masajeo su teta en mi mano mientras sigo clavando los dientes ahora en el hueso de su cadera y ella se contrae, gimiendo, rendida sobre el colchón. Y no puedo más, soy un cerdo, me encanta escucharla pedirme más entre gemidos. Me encanta. Voy bajando la cabeza, siguiendo la línea alba de su abdomen con la punta de la lengua. Me deleito observando la desnudez de sus secretos frente a mí, húmeda, me encanta lo que veo. Introduzco un dedo, invasor, no puedo evitar explorar. Ha sido fácil, está muy húmeda, y yo la tengo durísima, cada vez más, noto como me palpitan los huevos. Soy un cerdo. Y estoy muy cachondo. Sí. Por eso acerco mi boca a su pelvis. Hora de la recena. Soy un cerdo y estas comidas me encantan.

Oh, my Brotherly LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora