O C H O

2.2K 477 76
                                    

Veo a lo lejos el resplandor de las luces azules y rojas junto a un zumbido lejano similar al repiqueteo de una sirena de ambulancia; intento abrir los ojos mas no me llega imagen alguna; siento cómo mueven mi cuerpo sin poder ni tener la voluntad...

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Veo a lo lejos el resplandor de las luces azules y rojas junto a un zumbido lejano similar al repiqueteo de una sirena de ambulancia; intento abrir los ojos mas no me llega imagen alguna; siento cómo mueven mi cuerpo sin poder ni tener la voluntad de oponerme. Lo último que recuerdo es la gran mancha de sangre en la cama y la voz de mi suegro diciéndome que estaría bien; escuchaba su llanto y su súplica y no podía decirle que realmente estaba bien, que no sufriera.

Un olor a desinfectante llega de repente a mi; hago una mueca de asco sin tener aún visión de nada; solo veo un borrón blanco y muchos murmullos alrededor; el dolor en la parte baja de mi abdomen no ha mermado y si es posible, se acentúa con cada segundo que pasa; la inmovilidad de mis extremidades me hace entrar en pánico nuevamente y el ajetreo bajo mi cuerpo me dice que me están trasladando a algún lado.

Finalmente la luz cegadora se hace más brillante y mi cuerpo queda quieto, quisiera hablar pero no encuentro mi voz en el cuerpo; alguien se interpone entre la luz y yo; siento sus manos en mi abdomen y escucho que susurra cosas a más personas que supongo están alrededor. Todo llega distorsionado a mis oídos; como si me hablaran a través de una gruesa cobija que se roba varios decibelios del sonido antes de que llegue a mí; un pinchazo en mi muñeca me obliga a emitir un jadeo y un líquido frío empieza a recorrer por mi brazo; es ahí cuando la oscuridad vuelve de nuevo.

***

¿Estará bien?

Intentando recuperar la consciencia de nuevo, la voz la mi suegro suena lejana pero clara; la primera imagen que llega a mi cerebro es el techo blanco; siento la garganta super reseca y relamo mis labios notando lo quebrados que están; repito la acción dos veces y parpadeo rápidamente enfocando la habitación en la que me encuentro. Levanto la mano sintiéndola ajena y una punzada de dolor proviene de la unión de la aguja con mi piel; levanto la otra mano e intento sentarme un poco en la dura camilla; es ahí cuando los dos hombres que están acá notan mi presencia. Cristopher llega de dos zancadas a mí con su arrugado rostro contraído por la angustia.

—Catalina, ¿Cómo te sientes?

—Débil —articulo con dificultad.

Mi voz sale rasposa y ausente de fuerza, casi un susurro agonizante; el hombre de bata y ojeras enormes se acerca a mí, revisa el aparato que me tiene controlada la presión arterial; pone su linterna en mi ojo y su estetoscopio en mi pecho; todo en silencio ayudando a que mi incertidumbre crezca. Al acabar, anota un par de cosas en una tablilla que lleva y habla.

—Catalina, llegaste justo a tiempo. Otro par de horas y lo hubieras perdido.

Sus palabras me confunden. ¿Perderlo? ¿Se refiere a mi vida? ¿Estuve a punto de morir? Noto que no siento mucho de mi cintura para abajo; la cara de sorpresa y confusión debe ser muy obvia pues el doctor con un suspiro, intenta explicarme.

—Estás sedada, Catalina. Debes estar en reposo para no sufrir otra recaída; no creo que el bebé aguante otra, estás...

—¿Cuál bebé? —interrumpo.

¿Bebé? No, no es posible. Esa idea se me hace simplemente descabellada, no puede ser, es decir... No, no he tenido síntomas y no... no es posible. Mi mente entra en una fase de negación total y el aparato que me monitorea empieza a pitar alertando al médico que pone su mano en mi hombro en un intento de calmarme; empieza a faltarme el aire; de nuevo el ataque de pánico.

—Tienes quince semanas de embarazo, Catalina —dice el doctor a la vez que respiro fuertemente. Niego con la cabeza—. Pensé que lo sabías.

—¿Cómo...? No...

—¿Cuando fue tu última regla, Catalina?

Detengo mis pensamientos ante esa pregunta haciendo mis cálculos mentales. Yo soy regular pero... desde hace mucho que no me llega. Con la muerte de Evan y todo lo que ha pasado no he estado pendiente de eso; o lo atribuí a la misma tristeza, no sé...

—No recuerdo.

—Bueno, felicidades. Tienes un poco más de tres meses, ¿el papá de tu bebé está contigo?

Esa pregunta desencadena inmediatamente el llanto de mi parte; no puedo creerlo, no puedo estar embarazada, Evan no está. Tengo una vida en mi vientre que ya perdió a su padre; llegan a mi mente como una ráfaga los momentos de los domingos cuando estábamos en casa y él hablaba de que quería tener hijos, siempre me lo decía y planteaba hermosos futuros de una familia numerosa a mi lado. Tapo mi boca con mis manos para atajar el grito que quiere salir, es Cristopher quien interviene.

—Mi hijo murió hace casi dos meses, doctor.

—Lo lamento mucho —exclama el aludido con un gesto de vergüenza.

—¿Cómo estoy, doctor?

—Tienes anemia, Catalina —empieza—. Tus defensas están bajas, estás muy abajo del peso normal y esperado.

—¿Y mi bebé? —Decirlo en voz alta me emociona a la vez que me preocupa.

He estado demasiado descuidada últimamente, eso lo sé y lo admito; pero no lo sabía; ni siquiera se me hubiera cruzado por la mente el estar esperando un bebé y ahora que es real, da miedo y me llena de emoción.

—Hubo un desprendimiento de placenta y perdiste demasiada sangre —responde con tacto—. Es un milagro que siga con vida, pero debes estar en total reposo y controlada por un nutricionista. No puedes descuidarte.

Tanto mi suegro como yo, guardamos silencio ante sus palabras; él debe estar igual de sorprendido que yo; cada cosa que pasa por mi cabeza se une a un remolino de mil pensamientos que me abruman; todo parece sacado de una película y no la vida real.

—Les daré un rato a solas —sentencia el doctor—. Trata de no alterarte mucho, Catalina. No te levantes y si sientes dolor de nuevo, oprime el botón para llamar a una enfermera.

Asiento y se retira cerrando la puerta; la habitación es de dos camillas pero la otra está desocupada, mi vestuario está reducido a una delgada bata y el sol empieza a salir a lo lejos; deben ser las seis de la mañana más o menos. Mi vista está perdida en la ventana pensando en todo; analizando cada cosa que acontece.

Tendré un hijo; una parte de Evan.

La idea de un bebé en mis brazos me hace sonreír con melancolía llamando a un par de lágrimas que bajan por mis mejillas sin miramientos. La mano de Cristopher sobre la mía me devuelve al ahora; me encuentro con sus ojos iguales a los de su hijo, completamente rojos y con un brillo de felicidad amarga.

—Cata, me harás abuelo —exclama con un jadeo a la vez que de sus ojos salen gotas saladas—. Saldremos de esta, linda. Por Evan y por ese bebé.

Es el momento más agridulce de mi vida y la noticia de un hijo es esa luz que necesitaba para dejarlo ir; ahora hay algo más por lo qué vivir. Alguien más importante por quién luchar.

†††

Guardián •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora