Capítulo 7

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Y aunque sé que nuestra historia es la nunca pudo ser, en algunos de mis sueños ser valiente es tu papel. Y una vez duerma mi cabeza tomará el mando el corazón, soñare que tú me despiertas, que aún vive tu apuesta por nosotros dos.
Noche - La Oreja de Van Gogh

Juan Carlos llego más temprano al día siguiente. Su padre tenía una copia de llaves del candado de la puerta de entrada a nuestra casa o más bien, al terrero pues de casa solo teníamos ese cuarto. Supongo que su padre se las dio para que pudiera  llegar antes, quizás bajo el pretexto de que desayunaría conmigo o algo así. Llego lo suficientemente temprano para aún encontrarme dormido. Toco la puerta y aunque me parecía sumamente extraño que alguien estuviera tocando, me levante a abrir creyendo que era mi hermano que había olvidado algo de su escuela. Pero no, al abrir la puerta ahí estaba él, con tanta emoción y alegría que no cabían en sus ojos y su sonrisa. En sus manos traía una hoja doblaba de color rojo.
—Hola Chayane—dijo titiritando—¿Puedo pasar? Hace mucho frío aquí afuera.
—Claro metete—dije sorprendido de verlo ahí tan temprano. Sobre todo por que aún no sabía en donde vivía. Quizás lejos, quizás cerca, pero ahí estaba él. Me hice aún lado para que pudiera entrar y cerré la puerta.— Qué haces aquí tan temprano? ¿Y tú papá?
—Se quedo en casa, vendrá más tarde—contestó aún titiritando un poco—pero me dejo venir más temprano. Traje la canción, la busque anoche.
—Genial—dije contentó—pero vamos a mi cama para taparnos, ahí me la lees.

Fuimos hacia mi cama, se descalzó y nos cubrimos con la suavidad y el calor de las cobijas. Yo me senté un poco y recargue la espalda en la cabecera mientras las cobijas cubrían mis piernas, él se sentó casi frente a mi envuelto en una cobija, se recargó en uno de mis osos de peluche y metió sus pies desnudos bajo la almohada que estaba a mi lado, seguramente los tenía helados. Me miró a los ojos y ambos sonreímos. Me leyó su canción con cierta emoción y tristeza.

Caminando por el campo
entre flores vi que había
una carta ensangrentada
de cuarenta años hacía.

Era de un paracaidista
de la octava compañía
que a su madre le escribía
y la carta así decía:

Madre anoche en las trincheras
entre el fuego de metralla
vi al enemigo correr
la noche estaba estrellada.

Apunte con mi fusil
al tiempo que disparaba
y una luz iluminó
el rostro que yo mataba.

Fijo su mirada en mí
con sus ojos ya vacíos
¿Madre sabe a quién mate?

Aquel soldado enemigo
era mi amigo José
compañero  de la escuela
con quien tanto yo jugué
a soldados y trincheras.

Hoy el juego era verdad
y a mi amigo ya lo entierran
madre ya quiero morir
ya estoy harto de esta guerra.

Madre si vuelvo a escribir
tal vez sea desde el cielo
donde  encontrare a José
y jugaremos de nuevo.

Dos claveles en el agua
no se pueden marchitar
dos amigos que se quieren
no se pueden olvidar.

Si mi mano fuera pluma
y mi corazón tintero
con la sangre de mis venas escribiría "Te quiero."

No sabía qué decir, no comprendía del todo a la muerte y la guerra, pero me entristeció. Era una hermosa canción, y estaba feliz de haber escuchado la voz de Juan Carlos guiada por la melodía y su manera tan dulce de leer. Pero la canción no dejaba de ser triste y más aún, no dejaba de hablar de dos amigos que se separan. En ese momento no sabía si me la estaba dedicando, pero había escuchado por primera vez un "te quiero" en sus labios. Lo miré y tenía una par de lagrimas escurriendo por sus mejillas.

¿Por qué lloras?—pregunté preocupado. No me gustaba y no me gusta ver llorar a las personas que quiero. Yo no puedo llorar frente a desconocidos, debes tener todo de mi para poder verme llorar. Porque odio verme débil y vulnerable. Simplemente mis lágrimas no salen frente a cualquier persona. Y me alegra saber que a él le sucedía lo mismo, pues significaba que yo era especial e importante para él.
No quiero que nos peleemos y nos separemos—contestó entre sollozos—quiero que seas mi amigo siempre. Tampoco quiero que te mueras.
No lo haré, seremos amigos siempre.—dije, ya con lagrimas apuntó de salir.—Somos ladrillos ¿Lo olvidas?
—Si—dijo con una media sonrisa—ladrillos.

Elimine toda la distancia entre nosotros, lo abrace y deje que llorara en mi hombro y mi cuello. Las sonrisas se regalan con amor y alegría pero irónicamente las lagrimas también. Un par de lagrimas se me escaparon. Cuando dejamos de llorar nos quedamos un rato acostado esperando que el calor del sol de la mañana espantara el frío. Toque sus pies con los míos, ya no los tenía helados.
—Vamos a desayunar—dije— tengo hambre.
—Si, vamos—dijo. Jajajaja no lo dudo ni un segundo, seguramente si pretendía desayunar conmigo.
Nos levantamos y fuimos hacia la pequeña mesa que tenía en casa, donde mi madre siempre me dejaba el desayuno dentro de un toper. El platillo de esa mañana eran hot cakes cubiertos de miel. Desayunamos juntos en la cama y hablamos sobre lo bien que él leía y lo mal que yo lo hacía. Su padre llego justo cuando terminábamos de desayunar, lo llamó y se fue a ayudarlo. Pasó el resto del día trabajando con él. Cuando pasó a despedirse antes de irse a casa me dio la hoja donde estaba escrita la canción y me pidió que la guardara. Recuerdo que la enterré en una cajita en algún lugar de mi jardín. Pero jamás la he vuelto a ver. Debe seguir ahí donde quiera que la escondí.

Barcos De PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora