Capítulo 4

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De envidia la luna lloraba al mirar como a la estrella la querían más. Eran sus ojos capaces de amar por eso la luna la quería apagar.
La estrella y la luna - La Oreja de Van Gogh

En una ocasión en la clase de dibujo del kínder, mi profesora nos pidió iluminar de color morado unas figuras geométricas, pidió que procuráramos no salirnos del contorno de las figuras. Mi madre no me compraba crayolas nuevas cada año, siempre reutilice aquellas que mis vecinos o mis primos ocuparon en sus escuelas. Aquella ocasión yo no tenía una crayola morada en mi estuche, pues no les sobró ese color. De ahí que el color morado será de mis preferidos ahora. Le faltó color morado a mi niñez. Utilice el color rosa para la iluminar mis figuras y mi profesora me regaño y me pidió una explicación de por qué no lo ilumine con el color que ella indicó. No respondí nada, sólo miraba el suelo y apretaba mis puños para no llorar. Me moría de vergüenza de decirle que no tenía crayola morada y decirle el por qué frente al grupo.  Ella me dijo que pidiera prestada  una crayola morada a alguno de mis compañeros, pero nadie quiso prestarme. Ese día me quede castigado en el salón de clases y no salí al recreo. Jamás volví a pedirle algo prestado a alguien y mucho menos a prestar lo mío. Para mi ya nadie era mi amigo. Creí que nunca tendría uno. Y entonces...

—Hola— dijo él sonriendo— ¿Quieres jugar conmigo?
No sabía qué hacer, que decir, hacia donde mirar. No lo conocía, estaba en mi casa y no sabía por qué ni quién era él. Respire un poco y levante la mirada, nuestras miradas se cruzaron una vez más, y esta vez fue inevitable sonrojarme.
—Me llamo Juan Carlos — dijo mientras extendía su mano para tomar la mía— Anda ven, vamos a jugar.
Tomo mi mano. Todos recordamos nuestro primer beso, o la primera vez que hicimos el amor o nuestro primera peda, pero ¿Tu recuerdas la primera vez que un chico o una chica tomo tu mano?, yo sí. Es una de las maneras  más inocentes y hermosas de unir tu cuerpo con el de alguien más. Sus dedos se entrelazaron con los míos, los apretó con fuerza y me llevo hasta donde él estaba jugando. Y en ese momento un hilo más sostuvo mi vida.
—¿Por qué no hablas? ¿Cómo te llamas?— dijo mientras nos sentábamos en el suelo.
—Mi nombre es Chayane, tengo 5 años ¿y tú?—dije tímidamente.
—Yo tengo 7—respondió. Eso explicaba el que fuera más alto que yo.
—¿Qué haces aquí en mi casa?—dije un poco asustado de tener un niño más grande que yo dentro de mi casa.
—Mi papá vino a trabajar  aquí— respondió —yo vine a ayudarlo, pero ahora está preparando el cemento. Y me dejo jugar un rato.
—¿A qué jugabas?— le pregunté.

Comenzó a explicarme en qué consistía su juego. Se trataba de una batalla entre los trozos de madera y las herramientas de construcción. Y por lo que me contó, los trozos de madera iban ganando. Continuamos un rato con esa batalla hasta que decidimos que necesitábamos juguetes de verdad. Por mucha imaginación que un niño tenga siempre es mejor ver la figura de un súper héroe, un dinosaurio o algún cochecito. Yo no tenía muchos juguetes, quizás un par de cochecitos de plástico, unos luchadores de esos que tiene sus brazos completamente abiertos y que son totalmente tiesos. Jajajaja te confesaré querido lector que recordar muchas cosas de mi infancia me hace llorar y reír a la vez. Llorar por las carencias que tuve y lo deseos de tener algo mejor. Y reír por lo gracioso que me parecen ahora y la felicidad que me causa saber que ahora tengo mejores cosas gracias al esfuerzo de mis padres y mío. No importa lo mal que inicie tu historia, importa el proceso que viviste para mejorarla.

Corrí hacia el lugar donde guardaba mis juguetes. Siempre he sido de esas personas que guardan todo lo valioso para ellos, en diferentes escondites, en algún baúl o algunas cartas y boletos de cine en la cartera. Muchas cosas de nuestra personalidad comienzan en la niñez , creciendo, desarrollándose y haciéndose parte de nosotros. Tome mis juguetes, me puse calcetines y tenis. Y salí disparado hacia el lugar donde estaba Juan Carlos. Y comenzó lo que sea que había entre nosotros. Jugamos un largo rato, reímos y nos ensuciamos. Jamás había jugado de esa manera. No se equivocan al decir que jugar  es un derecho de los niños. Y tener un mejor amigo toda la vida también debería de serlo.

Pronto su padre lo llamo pues necesitaba de su ayuda en algunas cosas. Yo me ofrecí a ayudarlo pues quería que terminara rápido con sus deberes para que pudiéramos seguir jugando, pero él se negó.
—Es mi trabajo—dijo—los hombres deben trabajar.
No sabía qué decir, nunca había trabajado y no pensaba hacerlo. Era solo un niño, ¿Qué sabría yo acerca de eso?
—Jugamos después,  ¿si?—dijo, con una sonrisa que me juraba que volveríamos a jugar.
—Esta bien, no tardes—respondí un poco triste— estaré adentro, me gritas cuando termines y podamos jugar.

Salió corriendo hacia donde se encontraba su padre, que era un hombre alto, con un cuerpo que parecía sacado de alguna película de luchadores, tenía unas manos enormes, podía tomarme por la cabeza y levantarme con solo una de ellas. Juan Carlos tenía los mismos ojos que su padre y la misma sonrisa. Pensé que quizás así se vería él cuando creciera. Comenzó a ayudarlo metiendo ladrillos en una cubeta con agua, yo no sabía que eso debía hacerse, no sabía nada sobre construir. Decidí irme, entre a casa, me recosté en mi cama y me quede mirando Bob Esponja toda la tarde. Te mentiría si te digo que  recuerdo que capítulo de Bob esponja estaba mirando, pero seguramente fue uno muy bueno, los nuevos episodios carecen del humor y genialidad original, aún así soy un gran fan. Las horas pasaron, mi madre me dejo algunos taquitos de jamón y queso para que pudiera comer, comí y no había señales de Juan Carlos. No me llamo en el resto del día, por un momento creí que se había ido y nunca volvería. Ya sé, ya sé, soy un dramático de primera pero jajaja así soy yo, siempre he sido así, así nací jajaja.

Casi al anochecer el grito mi nombre, salte de la cama y salí enseguida. Él estaba un poco más sucio pero seguía siendo  tan lindo. Me parecía que ya estaba un poco oscuro para jugar pero no me importaba, quería seguir jugando con él.
—Tengo que irme— me dijo— ya es tarde y estoy cansado.
—¿Ya no seguiremos jugando?— respondí tristemente. No quería que se fuera.
—Mañana vendré otra vez, tardaremos muchos días trabajando en tu casa—dijo tratando de alegrarme al notar la tristeza en mi.
—¿Lo prometes?— pregunte esperanzado.
—Lo prometo— respondió sonriendo.
Se acercó a mí y me abrazo.
—Adiós Chayane—dijo. Y se fue.

Barcos De PapelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora