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—Levi —lo llamé por lo bajo cerca de su hombro.

Una extensa mesa se situaba en el medio del salón repleta de platos, cubiertos, copas, fuentes y tantas cosas más. Unas grandes y cómodas sillas la rodeaban y cada una estaba ocupada por una persona. Nosotros estábamos sentados casi al extremo de la longitud de la mesa, uno al lado del otro, enfrentados a Alice y Mark, y cerca de los padres de Emma y otras personas que no conocíamos. Para desgracia nuestra, Betty no había asistido.

—¿Qué sucede? —me miró.

Varios platos con sushi y algún otro bocado costoso que desconocía esperaban a ser vaciados por los invitados, ya casi todos se habían servido algo, pero yo tenía un problema: —No sé usar los palillos.

—Tómalo con la mano.

—¿Tú quieres que me echen de aquí? —exageré.

—Yo tampoco sé cómo usarlos.

—¿Y por eso no estás comiendo?

—No me gusta el sushi. ¿A ti sí?

—Nunca lo he probado.

Estiró su brazo por arriba de la mesa hasta el plato de sushi para tomar uno, luego tendió frente a mi cara su mano que sostenía un rollo entre el dedo índice y el pulgar.

—Come.

—Levi —mascullé con incomodidad al notar varios ojos sorpresivos clavados en nosotros. Los de Alice se mostraban avergonzados—, ¿qué haces?

—Vamos, abre la boca.

Sin nada más por hacer, le hice caso. Abrí la boca lentamente evitando la mirada de varios y, cuando hubo el hueco suficiente, Levi introdujo el bocado.

—¿Quieres más? —preguntó dispuesto a repetir la acción cuantas veces quisiera, poco le importaba lo que las personas estuviesen pensando, pero yo negué con la cabeza mientras seguía masticando.

Pronto trajeron el plato principal y aquella vergonzosa escena quedó en el olvido. Alice parecía muy interesada en saber el estilo de vida que estaba llevando su hijo menor, se pasó lo que restó de la cena haciéndole preguntas y reprochándole las respuestas. Mark, en cambio, se mostró indiferente todo el rato, conversaba con un hombre calvo y gordo que se encontraba sentado al lado suyo.

—¿Qué me dices de tu hermano? —le preguntó Alice cuando ya todos habíamos terminado el plato.

—Estoy feliz por él.

—Bien merecido lo tiene, mi bebé. Tanto estudio y trabajo duro tarde o temprano da sus frutos —comentó, el orgullo brotando en su tono de voz.

—Claro —respondió Levi, sin saber qué otra cosa decir.

El comentario de Alice me generó una bronca inexplicable, era tan visible la indirecta hacia Levi que no pude resistirme a meterme en la conversación.

—A Levi también le está yendo muy bien, ¿sabe? —me dirigí a ella con respeto y una fingida simpatía.

Alice se me quedó mirando en silencio durante algunos segundos, procesando mi frase hasta que reaccionó. —Ah, ¿sí? —y miró otra vez a Levi, quién me apretó la pierna por debajo de la mesa en señal de que no continúe.

—Sí —lo ignoré—. Un hombre ha visto sus cuadros y quedó encantado con ellos, se ofreció a comprárselos para luego revenderlos y lo cierto es que los pagan muy —remarqué— bien. Su hijo es un excelente artista, Alice.

Algo anonadada ante mi atrevimiento, sonrió con repugnante desdén. —No lo dudo, querida... Pero, ¿sabes algo? La creatividad algún día se acaba... ¿Y sabes lo que pasa luego? Se dan cuenta que el sueño del falso Picasso es una tontería, que perdieron tiempo llevándole la contraria a quienes se lo advirtieron, ¿y entonces? Vuelven corriendo arrepentidos suplicando ayuda a mamá y papá...

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⏰ Última actualización: Jun 20, 2017 ⏰

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