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Sostuve la última caja que quedaba y la llevé al maletero de mi viejo coche junto con el resto de las cosas. Sarah me esperaba en el porche de nuestra pequeña casa, apoyada sobre la pared con los brazos cruzados por arriba del pecho y su semblante serio. Caminé hasta ella y me paré justo enfrente, a pocos centímetros.

—¿Estás bien? —le pregunté con cierta angustia, ya sabiendo la respuesta.

Ella negó con su cabeza mientras se mordía el labio inferior en un intento de contener el llanto, la conocía demasiado como para no notar aquello. La tomé por los hombros y la impulsé a acercarse a mí para abrazarla. Sentía sus dedos presionando con fuerza mi espalda, mis manos recorrían la suya con calma. No es que despedirme de ella no me afectaba, claro que lo hacía y mucho, me dolía como ninguna otra cosa alejarme de Sarah; pero del otro lado del dolor estaba el sueño que venía persiguiendo desde tan chica. Debía enfrentar aquella despedida si quería cumplirlo.

—¿Recuerdas lo que hemos hablado? —Asintió con la cabeza sin despegarse de mí y un sollozo salió de su garganta. —Son dos años y volveremos a estar juntas como siempre. Como yo voy a perseguir mi sueño, tú debes quedarte aquí a pelear por el tuyo. Sólo te quedan dos años, Sarah, prometeme que no lo abandonarás por nada del mundo. Por favor.

—No lo haré.

—Somos fuertes, podemos afrontar esto.

Sarah lentamente se fue separando de mí hasta volver a quedar enfrentadas, tomó mi rostro entre sus manos y con la vista clavada en mis ojos susurró: —Te amo, Ellen... Has cambiado mi vida.

Sonreí con lágrimas en los ojos y acaricié sus manos que aún se hallaban sobre mí. —Y tú la mía, creeme que demasiado.

El viaje fue largo y agotador, se me hizo bastante denso ya que debí parar un par de veces a cargar combustible y de paso comer algo. Siete interminables horas arriba de un auto, mi culo lo estaba sufriendo terriblemente.

Cuando llegué a la ciudad quedé enamorada de ella, las calles se veían pobladas pero muy limpias, había muchos edificios altos y locales comerciales. Tuve que programar el GPS del teléfono porque no tenía idea de como llegar al apartamento de Levi, éste estaba ubicado un poco alejado del centro, aunque allí casi todo era agradable. Todo se veía muy cuidado y lindo.

El edificio donde se hallaba el apartamento era antiguo y de pocos pisos (conté seis unos días más tarde). Presioné el timbre del apartamento B-3 y deseé no haberme equivocado. Respiré tranquila al escuchar la voz de mi viejo amigo a través del intercomunicador.

—¿Ellen?

—Sí, soy yo —acerqué mi rostro a la pared, justo donde estaba el aparato por donde salía la voz.

—Enseguida bajo.

Unos dos minutos después, la puerta de vidrio me permitió ver salir del ascensor a un Levi completamente distinto. Sentí mucha emoción al verlo, habían pasado tres extensos años y relmente le habían sentado bien, su físico demostraba una madurez que antes no componía. Lo que más llamó mi atención fue la barba de unos dos centímetros que se había dejado crecer, también los tatuajes que decoraban uno de sus brazos y continuaban por debajo de las mangas de la remera que llevaba puesta. Su cabello se mantenía corto y del mismo rubio oscuro de siempre.

Sonrió tan amplio cuando me vio parada del otro lado de la transparencia del vidrio, que sus ojos se achinaron formando unas pequeñas arrugas en los extremos; aquel gesto tan familiar logró contagiarme al instante. Se acercó a la puerta y salté a abrazarlo casi un microsegundo después de que la abriera, él me envolvió con sus fuertes brazos logrando que parezca diminuta bajo aquel ancho torso.

ConfusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora