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Su mente no paraba de imaginar cada escenario que podría ocurrir cuando llegase a su casa y siendo cada uno peor que le anterior anteriormente previsto. Tal vez tendría la fortuna de terminar en una pieza y sin daños colaterales o que cada parte de su cuerpo fuese distribuida para sabía que propósitos.

Y en definitiva, usar aquel traje no iba a ayudar en absoluto en salir bien librado de aquella charla. Con suerte, logró sacar sus cosas del castillo antes correr de vuelta a su hogar. Básicamente un milagro tendría que cruzar por las puertas del hotel para evitar su fatal desenlace, milagro que, por mucho que rezara, no llegaría.

Según él.

Cuando llegó frente a las puertas, dio un último suspiro de libertad, trago en seco y olvidó todo lo que su interior se ofuscaba en recordarle.

Abrió naturalmente las puertas, saludó a un huésped que circulaba por allí, caminó hacia la pequeña salía privada que su familia tenía reservada para situaciones como aquellas y entró donde su familia estaba reunida en un ambiente tenso con un hombre uniformado elegantemente, como si asistiese a un funeral.

Su madre lo vio entrar, para luego sonreír nerviosamente y dedicarle una mirada cargada de amor inigualable, como una madre podía. Su padre le brindó unas palabras de apoyo en silencio, sin embargo, muy preciadas para él. Su hermana... Ella solo formó una mueca con sus labios y sus cejas relajadas. Vivir veintitrés años junto a la joven de marrones ojos le había enseñado su significado. No te dejaré. Nunca.

Aquello le dio el valor suficiente para fingir toser y llamar la atención del hombre. Este se volteó y puso sus grisáceos ojos sobre su figura. Una leve sonrisa apareció en sus labios.

—Así que ya estás aquí, yonokase —dijo, en un tono de diversión.

Su rostro era joven. Demasiado para la opinión general. Con suerte alcanzaba los treinta años. Su lustroso cabello negro estaba peinado de manera formal, pero de alguna manera, se veía despreocupado. El traje, unos pantalones grises junto a una camisa negra sin corbata, se acomodaba a su cuerpo aún juvenil de manera perfecta.

—No porque quiera. Y no me llames yonokase. Yo no soy él —murmuró Yuuri, intentando que su voz no titubease. No se quería mostrarse débil frente a aquel hombre.

El contrario soltó una risa que logró estremecer a los presentes, sobre todo al menor. El hombre volvió a su expresión seria, al sentir el tenso ambiente que lo rodeaba. Sí que era aburrido.

—Ah. Esto es demasiado. No puedo creer que mi antepasado le salvara la vida a ese niño solo para que sus descendientes sean tan desesperantes. No te lo tomes a mal, Hiroko. No es tu culpa —miró a la mujer, quien sonreía forzadamente, para luego levantarse, tomar un vaso vacío y servir un poco del sake que estaba sobre la pequeña mesita —. Pero bueno, Kamisama sabe por qué las cosas ocurren —hizo una pausa y miró directamente a los ojos de Yuuri, provocando un enfrentamiento entre un frío gris y un firme marrón mientras tendía otro vaso con sake—. Ahora, lo que me atañe. ¿Serás parte de mi organización voluntariamente o debo extorsionarte un poco más?

Yuuri tragó en seco ante las palabras del mayor.

En definitiva no quería pertenecer a ese mundo, pero la otra opción no solo ponía en riesgo a él. Las vidas de su familia, amigos e, incluso, compañeros de la compañía corrían peligro. Conocía los límites de aquella organización y temía saber que eran muy lejanas.

—Mira, sabes muy bien que odio esperar a que las personas hablen cuando parece que su lengua fue cercenada en la raíz. No quiero hacer eso con ninguno de ustedes, así que-

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