Inicios

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Para cuando Viktor abrió los ojos, la oscuridad comenzaba a inundar su cuarto. De manera inconsciente, extendió su brazo hacia la parte vacía de la cama en busca de una fuente de calor anexa a su cuerpo. Al sentir aquel lado de su pequeña cama frío, se removió incomodo, sentándose de inmediato.

La mayoría del tiempo, solía dormir junto a su mascota o, algunas noches de antaño, con alguna compañía pasajera, por lo que sentir aquel lugar entumecido era incomodo en demasía.

Luego de sentir como su piel se tornaba fría al no ejercer movimiento, tomó la decisión de levantarse, tomando la yukata que esta delicadamente doblada en una silla, lugar donde también reposaba su abrigo. Aquello le dio a entender que alguien había entrado a su habitación. Ese pensamiento lejos de asustarlo, le dio la esperanza de que el joven nipón lo viese en su forma más indefensa.

Y esa idea le encantaba.

Al terminar de cambiarse, salió de su cuarto, intentando recordar en qué lugar quedaban las aguas. Según recordaba, era en dirección opuesta en la que se encontraba, por lo que, siguiendo su instinto, caminó por aquella ruta.

Saludó a los demás huéspedes que pasaban por allí, además de lo que se encontraban bebiendo o comiendo en el comedor mientras miraban un partido de soccer en la televisión. En lo personal, no disfrutaba de aquel deporte, prefería deportes que involucraran algo más artístico, como la gimnasia o el patinaje.

Siguió su camino, llegando a un pasillo en el cual no se veía alma transitando. Era más oscuro que los pasillos laterales y con una sola puerta al final de este. Su curiosidad de historiador impulsó a investigar ese lugar, examinar lo que fuese que estuviese dentro, aunque fuera una simple habitación vacía.

Las puertas shōji de aquel cuarto eran muy diferentes a las que estaban en el resto del lugar. Su papel era amarillento, con un paisaje pintado en diferentes tonos de verde. Los trazados delicados y de técnicas especiales le indicaron que era una pintura hecha a mano.

"Vaya, eso es raro. Ya casi no existen puertas con diseños y aún menos, pintadas a mano" pensó, repasando con su extremidad derecha cada pincelada estampada en la puerta. Un trabajo magnifico.

Si hacer esperar nada más, abrió suavemente el panel, descubriendo así una habitación con un retrato de un hombre joven con cabellera negra y frente a él, la figura de un varón de cabello plateado, también joven. El resto del lugar se encontraba vacío.

A pesar de que a primera vista, su vista fue atraída por el hombre de cabello peculiar, no pudo evitar acercarse al otro cuadro, el del joven trigueño y piel de porcelana, percatándose del increíble parecido que el joven de la pintura tenía con Yuuri. Sus ojos, el cabello, los labios, la forma de su rostro. Era por completo una copia del nipón.

Sus ojos notaron que estaba hecho con pinturas acrílicas y a su vez, tinta, logrando un efecto bellísimo. Era como un ángel vestido de negro. Siguió examinando cada pincelada, cada matiz, cada mezcla de color, descubriendo una filigrana que muy pocas veces había tenido la oportunidad de observar en una pintura.

El fabricante de papel del emperador.

Ese retrato provenía del castillo Edo.

Nē! Anata wa koko de nani o shite iru no? —una voz femenina, pero muy potente lo hizo dar un brinco y voltearse con algo de miedo.

Allí, una mujer joven de cabello decolorado, traje muy similar al de la madre de Yuuri y con un gesto enfadado lo miraba.

Wa... Etto... Hummm... —el gesto de la dama se relajó al verlo nervioso y un poco asustado por su presencia. Seguramente ese hombre era el nuevo huésped. Su acento delataba muchas cosas.

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