Caminos

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Code: Lyoko y sus personajes son propiedad de MoonScoop y France3.

Género: Romance.
Ráting: +16
Advertencias: No.

Caminos

La vida da vueltas y más vueltas, y cuando crees que ya te ha mareado lo suficiente como para dejarte tranquila una temporada, vuelve a dar la vuelta para darte un puñetazo en la cara y recordarte que a los quince eras una tonta.

Es irónico, molesto, engorroso y muy, muy odioso.

Estudiar en Kadic había sido casi como un trámite burocrático. Residir allí hasta graduarme, sacar buenas notas, procurar no crearme enemigos... los amigos y el amor eran cosas que en principio no me habían parecido dignas de ser listadas porque no son predecibles; puedes pensar «jamás me enamoraré», «nunca tendré un amigo como ese idiota» y de repente darte cuenta de que estás enamorada como una tonta de ese idiota al que no querías por amigo.

Por aquel entonces era tímida y un tanto insegura, por suerte para mí mis amigas eran los suficientemente espabiladas como para empujarme al vacío para que probase cosas nuevas y ahora ya no queda rastro de aquella chica insegura y, si lo queda, es tan en el fondo que ya ni asoma la cabeza.

Mi historial romántico. Un desastre tras otro. Primero tuve la feliz mala suerte de fijarme en el chico más popular e inaccesible de toda la academia. Ulrich Stern. Había tantas chicas enamoradas de él que hacía que te plantearas si era algo así como un dios. Lamentablemente él sólo tenía ojos para una chica, Yumi Ishiyama, tampoco podía culparle, hasta yo era capaz de reconocer que es guapísima. Después William Dunbar, que estaba loco por la misma que Ulrich y no tenía reparos en divulgarlo a los cuatro vientos, y yo como una idiota suspirando por él.

—¿¡Me está escuchando, señorita!? —gruñó la ancianita sentada frente a mi mesa.

—Sí, le escucho, pero tiene que comprender que es su nieto quien tiene que personarse aquí si quiere que le tramitemos el cambio de...

—Mi nieto está muy ocupado para venir —espetó dando un golpecito sobre el tablero—. Estudia por las mañanas y trabaja por las tardes.

—Créame que le comprendo. —Suspiré—. Pero no hay nada que yo pueda hacer para cambiar las normas.

La mirada de la anciana centelleó de pura rabia. La entendía pero eso no cambiaba nada.

—Quiero hablar con su jefe —finiquitó con tono autoritario.

Quien dijo que las abuelitas son dulces y adorables no conocía a aquella, sino no diría eso. Descolgué el teléfono y marqué la extensión de mi supervisor intercambié con él algunas palabras y después colgué, a los poco minutos la secretaria de mi jefe estaba plantada frente a la mesa con sus lustrosos rizos pelirrojos, sus ojos azules, sus labios rojos y su traje de Dior o de Chanel inundando la sala con su perfume caro que se olía a distancia.

La abuela indignada la siguió golpeando furiosa con su bastón las baldosas blancas.

Apoyé la frente sobre el escritorio y resoplé. Menos mal que los cubículos estaban separados por paneles de plástico y apartados de la vista de la gente que esperaba porque aquella actitud no encajaba con lo que debería hacer.

Pulsé el botón para que saltara el turno a la siguiente persona cabreada. Me bloqueé un momento.

—Siéntese por favor —logré articular no sin cierta dificultad.

—¡Emilie! ¿No te acuerdas de mí? —Me sonrió.

Vaya que sí me acordaba, le había reconocido nada más notar su peculiar aroma a cedro, incluso antes de verle caminar hasta la silla y muchísimo antes de ver aquella sonrisa desenfadada. No creía que supiese mi nombre y menos aún que me recordara. Pensé en disimular pero notaba la cara de idiota que se me había puesto.

KadicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora