Sin custodio

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-Así que... ¿Tu novia? –Me dijo Rachel en cuanto estuvimos solos en la sala.

El rato en que estuvimos comiendo, mis padres no paraban de hacer preguntas sobre Lía como:< ¿Es la misma chica de la que nos hablaste el otro día, la que por desgracias conociste? ¿Cómo la conociste? ¿Conoces a sus padres? ¿Dónde vive? ¿Desde cuándo son novios?> O expresiones como: <Es tímida. Nos hubiera gustado que comiera con nosotros. Se ve que es buena persona. Es muy bonita. Pobre de ella> A todo aquello solo respondí lo más cortante posible para que ya no preguntaran más, pero ellos insistían.

Mis padres se fueron a trabajar en cuanto terminaron de comer. Salieron de la casa hablando de Lía hasta que ya no pude escucharlos.

Me encogí de hombros ante la pregunta de Rachel.

-Lo sabía –Dijo triunfante. –Pero era más que obvio, después de que los descubrí en ese beso.

Tengo que admitir que hablar de eso con una niña de nueve años es muy, muy vergonzoso e incomodo.

-Será mejor que hagas tu tarea, no te dará tiempo, se hizo tarde con tanta charla con mis padres. –Cambié de tema.

-Tienes razón. –Dijo molesta.

Se fue dando saltitos y balbucean Part of your world de una película que ve a cada rato y que ya me tiene cansado.

En la mañana fue la misma rutina: Me bañé, desayunamos y esperé a que el autobús pasara por Rachel. Después salí y estaba convencido de que me encontraría con Lía en la primera esquina, pero fue toda una desilusión no encontrarla donde siempre me espera y recordar que a partir de hoy estaré menos tiempo con ella.

Durante todo el día de escuela me la pasé de lo más aburrido. Durante la única clase que compartimos estuve observando su asiento vacío, en la fila de al lado dos lugares adelante. Estuve distraído en todas las clases pensando en las opciones que encontraría para ayudarme, pero la única opción fácil y rápida que pude pensar es en mi muerte.

Trágico.

No sé cómo hará ella para encontrar otra salida, quizá fingiendo mi muerte, pero eso destrozaría a mis padres y a Rachel y yo no estoy dispuesto a dejarlos.

En la hora del almuerzo Fred y Ania se unieron a mí. Al principio estaban insistiendo en que les contara sobre cómo me hice los moretones, pero después de un rato de irme por la tangente se dieron por vencidos. Ania no perdió el tiempo y trato de hacer plática en las clases que coincidíamos, pero estaba completamente abstraído en mis pensamientos y también se dio por vencida después de varios intentos.

Al siguiente día fue casi lo mismo, Lía no se apareció. Pero después de dar por hecho la tarde anterior que no tengo otras opciones más que la muerte, me resigné y dejé ese tema por la paz.

Como no.

Me asustaba... no, tenía pánico el solo pensar en mi muerte. Traté de distraerme con otras cosas, estuve más tiempo con Ania y con Fred, en la hora del almuerzo y en las pocas clases que tenemos en común, pero solo lograron que me olvidara del tema por unos segundos.

Los días pasaron y Lía sigue sin aparecer. Por más que traté, no dejé de pensar en ella ¿Qué estaría haciendo? ¿Ha tenido problemas? ¿Ha pensado en una salida? ¿Estará bien? Eso y más me pasaban por la mente, me tenía preocupado.

No sé que pasará conmigo, quizá moriré, quizá desapareceré, pero en lo que lo averiguo, decidí pasar más tiempo con mis amigos, por si las dudas. Tenía tiempo que no convivía con ellos desde que estábamos en la primaria. Aun recuerdo como nos conocimos. Estábamos en primero, Ania fue la que nos unió, ella se acercó primero a Fred. Como todo niño que pasa por el divorcio de sus padres, Fred era algo tímido y callado (aunque eso no hizo a un lado la sinceridad con la que habla); Ania era todo lo contrario, era una niña muy optimista y alegre; ella se acercó a Fred al ver que estaba solo en una banca y lo invitó a jugar y, según cuenta Fred, como era todo un caballero no rechazó la propuesta. Días después aparecí yo. Aun recuerdo que estaba jugando a la pelota con otros niños y después de un rato terminamos de pleito porque nadie quería ser portero, todo terminó en una conspiración en contra mía para que sea el guardameta, y como cualquier niño que no consigue lo que quiere, hice mi berrinche y me fui a sentar a otra parte, me crucé de brazos y estaba punto de llorar. Luego una pelota llegó junto a mí y apareció Fred frente a mí pidiéndome la pelota y tras él Ania. Después de pasarla, Ania me invitó a jugar, y así empezó nuestra amistad. Pero con el tiempo, algunos papeles cambiaron, Ania se volvió algo berrinchuda, Fred pasó a ser más enérgico y yo, bueno, me considero algo tímido.

Ángeles robadosWhere stories live. Discover now