Una última esperanza

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- LIA -

Once años habían pasado desde que mis manos se mancharon por última vez de sangre ajena... sangre que creí iba a proteger, pero fue todo lo contrario, él me protegió.

Cuando escuché ese nombre salir de su boca mientras su alma dejaba el cuerpo, sólo atiné a abrazarlo contra mí, a la única persona que no había tenido miedo de mí, la única que se había preocupado por mi seguridad estaba muerta por mi culpa. Todo a mi alrededor siempre era muerte y desgracias ¿Por qué cambiar en ese entonces cuando pensé que había tenido un atisbo de felicidad? Simplemente no lo merecía y ese era mi castigo después de tantas muertes que causé; ser infeliz por toda la eternidad.

Cuando había volteado para enfrentarme a esos despreciables seres, ya se habían ido, dejando un eco de risa burlona a mis espaldas. Me levanté de un salto, mirando a todos lados, con una ira que invadía cada rincón de mi ser que sentía poder fulminar a cualquiera con el roce de mis dedos, pero no había alguien en quien descargar mi rabia, así que grité... deshaciéndome de cada objeto, por diminuto que fuera, si se encontraba en mi camino: piedras, lámparas, bancos, árboles... todo terminó hecho añicos.

Volví al cuerpo de Marcus, ya inerte, frío y pálido... quise tocarlo, pero mis manos temblaban con cada roce que le daba entre su herida y su rostro. Simplemente no era justo.

No sé cuánto tiempo me quedé sosteniendo su cuerpo en mi regazo, minutos, horas... pero al alzar la vista pude encontrarme con un rostro femenino que había conocido el día anterior.

-Yo... no quería... -Mi voz salió quebrada por primera vez en un milenio. –Yo tenía que morir, no él.

Aquella chica se inclinó sobre mí y me abrazó. No dijo nada; no me culpó, no me tranquilizó; simplemente me abrazó.

La peor parte para mí, fue ver la cara Rachel al saber que su único hermano había muerto. Algo dentro mi terminó por destrozarse cuando, en el funeral, la última mirada que me dedicó fue de culpa y odio. Tenía toda la razón en hacerlo.

Semanas después del día ese día, me dispuse a buscar a Cole. Él sabía muchas cosas y se había puesto en contacto con Marcus antes de su muerte. Pasé casi un año buscándolo, rastreándolo por toda la ciudad e incluso, ciudades vecinas, hasta que en uno de sus descuidos, lo encontré en el bosque, en una casa abandonada que había estado vigilando hacía días.

Cuando atravesó la puerta de su casa, lo primero que escuché fueron varios golpes de algunos destrozos que causó mi trampa. Lo había capturado. Me apresuré y salí de entre los árboles, a algunos metros de la cabaña, para encontrarlo colgado de los pies.

-Ahora... -empecé amenazante –si no quieres morir en este instante, comienza a hablar. –Saqué lentamente una navaja que tenía escondida en la espalda.

-¡Lía! –Fue lo primero que se le escapó junto con una sonrisa. -¡Me alegro que te encuentres bien!

Busqué indicios de sarcasmos en su rostro, pero sólo vi una sonrisa sincera.

-¿Qué sabes de Marcus? –Ignoré su comentario.

-Está muerto.

-Eso ya lo sé, pedazo de idiota. –Le solté un golpe en el rostro, dejando un hilo de sangre que manada desde su labio hasta su frente. -¿Qué hablaste con él antes de que muriera?

Cole soltó un enorme suspiro y, antes de hablar, cortó la soga que lo sostenía, dejándose caer pesadamente en el suelo. Yo, por otro lado, me disponía a sentarme para escuchar su versión de la historia.

Ángeles robadosWhere stories live. Discover now