10. Excesos

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Cuando llegamos al lugar de la fiesta un enorme portón dorado se abrió al tiempo que dos guardias se acercaban al auto para corroborar que estuviéramos invitados.

-          Axel Dupont y Veronica Stevens – dijo Axel al hombre que estaba sosteniendo la lista de invitados. El otro se dedicó a inspeccionar el auto con una pequeña linterna.

-          Adelante – murmuró el guardia, sonriéndonos radiantemente.

Un largo camino con árboles a cada lado nos esperaba. Axel aceleró el auto haciendo que los árboles se vieran como un borrón verde.

-          ¿Verónica? – le pregunté curiosa.

-          No iba a dar tu nombre real – contestó él secamente con la mirada fija en el camino.

Nadie habló durante el resto del camino. Los nervios empezaron a apoderarse de mí, Axel seguramente estaba disfrutando el momento. No estaba segura de que algo pudiera ponerlo nervioso. Parecía tan indiferente a todo.

Una mansión enorme apareció ante mis ojos, parecía un palacio moderno. Dos enormes columnas adornaban la gigantesca puerta doble de entrada y una fuente de cuatro pisos con un ángel en la cima reclamaba toda mi atención.

Axel estacionó el auto y me apresuré a abrir la incómoda puerta del lamborghini. Los autos no eran nada prácticos, pero definitivamente ayudaba a la imagen de niño mimado que Axel debía mantener.

Ya afuera del auto, vi con fastidio todo lo que tendría que caminar solo para llegar a la entrada de la casa, pensé en las zapatillas y maldije internamente. Saber caminar en ellas no garantizaba que me cansaría de usarlas.

-          Antes de que entremos – me detuvo Axel – Toma esto – me extendió una pequeña navaja suiza – Es solo por precaución, no quiero confiarme.

-          ¿Qué se supone que haga con esto? – le pregunté casi horrorizada.

-          Tener una navaja no significa que vas a herir a una persona, tiene otros usos, puedes abrir una puerta, romper cosas, amenazar a alguien – sonrió maléficamente – Pero no te preocupes, estando conmigo no tendrás que usarla…

-          ¿Y dónde pretendes que la guarde? ¿Quieres que la use como bolsa de mano?

Torció la boca y lució pensativo.

-          No lo sé… - me recorrió con la mirada como si esperara encontrar un compartimento secreto en el apretado vestido, carraspeó cuando notó que me di cuenta de su exceso de atención en mi escote – Ustedes las chicas siempre saben dónde guardar todo ¿No es así?

-          Supongo que puedo engancharla a mi zapatilla – dije analizando el pequeño tamaño de la navaja.

-          Nunca revisan a las chicas en la entrada de la fiesta – dijo en voz baja, me quitó la navaja y se agachó en busca de mi zapatilla.

En menos de veinte segundos la navaja estaba disimuladamente enganchada y oculta por el largo vestido. Se levantó y me ofreció su brazo para apoyarme en él. Vaya que iba a necesitarlo, el piso era hermoso pero desigual.

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