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—Por favor, Jean, por favorcito —junto mis palmas mientras camino a su lado haciendo pucheros

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—Por favor, Jean, por favorcito —junto mis palmas mientras camino a su lado haciendo pucheros.

Jean bufa, por cuarta vez en menos de cinco minutos.

Sí, las conté.

—No —abre su casillero y comienza a guardar sus cuadernos.

Qué insensible.

— ¡Ponte la mano en el corazón y compadécete de esta pobre alma en desgracia! —digo en un tono lastimero.

Si es que tienes corazón, pienso.

Jean me mira y noto unas grandes ojeras en su rostro, que gritan un claro "estoy a nada de morir, ayuda" y todos las llevamos en este momento.

—Oh, por favor. Emily, tú y yo sabemos que eres mala en cálculo, me vas a retrasar y no necesito eso —cierra el casillero y se aleja.

Lo sigo rápidamente. Jean es más alto y sus piernas son más largas, por lo que un paso suyo son dos míos, prácticamente tengo que trotar para alcanzarlo.

—Tienes razón, no soy lo que se diga "buena en cálculo" —respondo con la respiración agitada—, pero me puedo esforzar, puedes intentar explicarme, por favor, Jean, me quiero graduar.

Jean se detiene y vuelve a hacer contacto visual, y a juzgar por su mirada me odia.

—Lo siento, lo haré solo, tuviste tu tiempo de pedirme explicación sobre lo que no entendías, y esperas que te explique ahora que nos espera un taller larguísimo y apuesto que aunque estuviésemos haciendo el trabajo juntos igual terminaría haciendo yo todo el trabajo.

Me gustaría decirle que lo ayudaré, que me esforzaré al máximo, que aprendo rápido, que había pedido explicaciones antes a otras personas y que nadie me ayudó, pero todo sería mentira y no quiero besarlo.

Jean sigue su camino y yo no puedo estar más enfadada, desperdicié tiempo de mi recreo intentando persuadirlo y aún así no me aceptó.

Es tan odioso.

— ¡Jódete! —le grito a la distancia y me alejo a paso firme hacia mi casillero.

Lo odio, lo odio, lo odio, lo odio.

Abro con fuerza el casillero y meto de un golpe los cuadernos imaginando que es la cara de Jean y luego cierro, estrellando la pequeña puerta con toda mi ira.

Sé que tiene razón, probablemente él haría al menos la mayor parte del trabajo, pero no puedo evitar enojarme.

¿Qué iba a saber él si lo iba a ayudar o no? Quién sabe, tal vez incluso haría yo todo el trabajo.

Sea como sea dijo que no.

Es viernes y no tengo el número de nadie, y probablemente todos ya tengan compañero porque todos lo escogieron ayer, uhg. Como odio vivir, de verdad.

Debería enojarme conmigo porque yo soy la que no se habla con los demás (aunque tengo motivos justificados), pero aún así debería llevar una relación medianamente buena con mis compañeros para momentos como estos. O qué sé yo.

— ¡Hola! —me sobresalto cuando escucho la voz de Axel a mi lado.

—Ay por dios, casi me matas de un susto —digo con la mano en el corazón.

— ¿Le estabas pidiendo a Jean que sea tu compañero? —va al grano de inmediato e ignora lo que dije, asiento— ¿Qué dijo?

—Tú lo conoces, ¿qué crees que dijo? —levanto una ceja y comienzo a caminar mientras enumero mentalmente las razones por las que mi vida apesta.

Encabezando la lista está la estúpida maldición.

—Va, entonces hagámoslo juntos.

—Oye, Axel, sin ofender, pero eres peor que yo en cálculo.

—Me llamo Xael, no Axel —se ríe a costa mía y yo alzo una ceja, ¿cómo que se llama Xael? ¿Cuánto tiempo habré vivido engañada? O tal vez me esté tomando el pelo. Sí, eso.

—Bueno, como sea —lo ignoro—, decía que si eres malo en la materia y yo también lo mejor es que no lo hagamos juntos.

Él niega rápidamente.

—Por favor, Emily, necesito pasar —junta sus palmas tal como hice con Jean.

El timbre suena y camino hacia el salón pero él sigue a mi lado rogando que hagamos el trabajo juntos.

— ¿En serio crees que soy la persona indicada para ayudarte a pasar la materia? —alzo una ceja.

Si su razonamiento le dice que alguien que va casi igual de mal que él en una materia lo ayudará a pasarla, creo que tiene serios problemas.

— ¿Y si encontramos a los dos que pasaron el examen y les pagamos para que hagan el taller? —dice desesperado y me detengo en seco.

La idea no suena mal y eso me sorprende, aunque sería poco moral ya que está fatal tomar el camino fácil y pagarle a otro para que haga lo que deberías estar haciendo tú, pero...

Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas, ¿no?

Y es así como termino aceptando.

Los besos de Emily.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora