十四

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gracias por sus votos aqui el cap.

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El frío se coló dentro del pequeño templo roído por el tiempo, haciendo que Sorato temblara y abriera suavemente sus ojos, estaba muy cansado y un poco adolorido, lo habían hecho hasta muy tarde en la noche y apenas había dormido unas horas. Se había entregado sin control ni frenos a su Alfa.

Su madre estaría tan avergonzada de él, tenía que haber hecho las cosas bien, tuvo que haber huido en lugar de suplicar, pero las cosas ya estaban hechas, él realmente sentía algo muy fuerte por Albert y no lo iba a negar.

Se sentó lentamente, el suelo del templo estaba sucio, vio hacia atrás notando a Albert dormido, su Alfa era hermoso, fuerte mandíbula, cabellos dorados que caían en cascadas, ojos grises y feroces, y por supuesto un cuerpo grande y fuerte.

Miró por la puerta abierta, notando las hermosas flores que llenaban los alrededores, además de la pesada niebla que le daba seguridad y misterio a ese templo que él había olvidado.

Cuando volvió a temblar sintió la suave seda de la camisa de Albert en sus hombros, vio hacia atrás notando que su Alfa estaba poniéndole su ropa para que no aguantara más frío.

—¿Estás bien? —preguntó Albert—. ¿La necesidad se fue?

—Sí —dijo apenas, estaba tan avergonzado.

Albert se sentó atrás suyo —no sin antes haberse puesto su pantalón—, abrazando con suavidad el pequeño cuerpo que había reclamado y hecho suyo, notando orgulloso como las marcas de besos y mordidas se veían claramente. Estaba tan tentado a volver a olerlo y besarlo.

Los dos vieron hacia afuera cuando la lluvia comenzó a caer, Sorato suspiró y se recostó contra Albert, su cabeza se apoyó en su hombro y el Alfa beso suavemente su cabeza.

—¿Podremos estar juntos? —después de un largo silencio Sorato se había atrevido a romperlo.

—Sí, podremos estar juntos ... Si no te importa la persona que soy.

—Eres Issei, mi Alfa...

—Soy un asesino —afirmó—. Maté a muchas personas, Sorato.

Lo sintió crisparse entre sus brazos, pero ningún comentario salió de sus rosados labios.

—Gente que merecía morir...

—Gente inocente... —el silencio volvió a reinar—. Por eso te dije que no podía vivir con mi pasado.

—Estabas en misión, lo entiendo.

—Lo entiendes, ¿así como lo de tu padre?

—Sí —dijo bajito—. Ya no eres el mismo —murmuró.

—¿Qué? —preguntó Albert.

Entonces Sorato se volteó sin salirse del apretado abrazo que tenían, y lo miró como pudo a los ojos, observando la tormentosa culpa que Albert tenía.

El Sexto CaminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora