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Eran cerca de las 10 de la noche cuando Daniel llego a su casa, estaba cargando entre sus brazos un par de grandes cajas de cartón por lo que, tomando en cuenta que estaba alguien en casa, se le hizo buena idea tocar la puerta.
La frescura inundaba la calle, podía escuchar como pequeños riachuelos de agua corrían a los costados de la calle y otros se drenaban por las alcantarillas. La tarde había invocado una lluvia tan fuerte que podía volar el techo de aluminio de algunas casas que estaban a la entrada de la rivera unos kilómetros más adelante.

Traía unas cuantas sabanas, unos pares de tenis, un juego de toallas y otros objetos que encontró en el sótano donde su tía guardaba las cosas que dejó en su casa después de mudarse con su hermana.

Llamó por segunda vez a la puerta y espero, luego otra vez y estaba por volver a tocar cuando cayó en la cuenta que ya eran altas horas de la noche y seguramente ya estaba en la cama.
Avergonzado buscó y rebuscó las llaves dentro de la camioneta, no estaban, en su mochila, tampoco.
Revisó en las bolsas de su pantalón y dio con su teléfono, ni modo, tendría que llamar al número de la casa y despertarla para que abriera la puerta.
Buzón de voz, el teléfono estaba descolgado.
Furioso y ansioso se pasó las manos por el cabello, algo se le enredo en él y le arranco un par de cabellos.
Todo este tiempo traía las llaves en la mano.

Entro y dejo ambas cajas en el recibidor de la entrada, algo parecía frío, desordenado.
abajo de sus pies un charco de agua le empapaba los zapatos, era una liguera capa de agua que indunbada todo lo que alcanzaba a mirar a su alrededor.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y recordó que tenía a una antigua residente del hospital psiquiátrico en su casa.
Decidió que lo mejor era buscarla antes que nada.

No estaba en ninguna parte de la planta baja, nada en la sala, el cuarto de lectura, a los alrededores de la apagada chimenea, y comedor.
Cuando llego a la cocina las llaves de paso del agua estaban abiertas de par en par. LAs cerró y deseando controlar su frustración se resbalo a seguirla buscando.
Buscó en la parte de arriba, en los cuartos, sanitarios, el jacuzzi. En todas partes.
No estaba en ningún lado.

Volvió a bajar por las escaleras y corrio hasta el final del pasillo.
Ahí estaba con tres cuartas partes de su cuerpo enterrados.
- ¡Rubí! ¡Santo cielo! -gritó, sus dedos empezaron a moverse rápidamente mientras sentía que la sangre le faltaba.
Por un momento se quedó ahí, congelado. Había actuado rápidamente en situaciones de emergencia en múltiples ocasiones pero, nunca esperó ver algo como eso.
Él estaba a acostumbrardo a maniobrar en aquellos cuerpos moribundos que otros encontraban y rescataban, no a presenciar la mismísima escena del crimen.
Rodeado de ese glorioso aroma a tierra mojada mientras sus dientes rechinaban sintió como le daba vueltas la cabeza y quería perder el conocimiento.

Sacudió la cabeza y respiro profundo, Calmante se dijo tienes mejores cosas que hacer que caer en pánico.
Corrió hacia ella y se arrodillo a su lado, le tomo la mano, estaba helada, tenía que sacarla de ahí y darle calor.

Su rostro lleno de lodo estaba pálido, ella se encontraba toda sucia y empapada. Intento tirar de ella, pero las tierras llena de agua, gracias a la tormenta de la tarde, hacían esa tarea imposible. Él pudo imaginarla sin ningún problema, unos ojos perdidos cavando histéricamente bajo la lluvia, ese pensamiento hizo que se le enchinara la piel.

Busco a su alrededor, una cuchara de metal larga, una pequeña palita jardinera y un palo estaban tirados no muy lejos.
Tomo el palo y empezó a picar la tierra, escucho un quejido y se estremeció. ¿Cómo se le pudo ocurrir cuando ella estaba dentro!?

Se agacho y con sus manos empezó a sacar la tierra, sintió esa sensación desagradable de metérsele tierra entre las uñas, hubo un momento que en vez de tierra sacaba chorros de lodo,
Maldita agua, tenías que venir y hacerlo tan pesado.
Cuando pensaba eso recordó una plática de su profe de ciencias que explicaba que más de asentar los sólidos polvorientos y ser adsorbida por ellos, el agua llenada los pequeños huecos que había entre ellas.

Apenas la desenterró la llevo como pudo a la pieza donde se encontraba la chimenea, le puso madera seca y le predio fuego.
Volvió a mirarla, tenía el cabello enredado y lleno de lodo, su cara estaba cubierta con una ligera capa marrón y su ropa estaba hecha un desastre.
Tomo un paño limpio y humedeciéndolo se lo paso por la cara y el cuello, vio aquella dulce expresión de su rostro al dormir, era verdaderamente bella. Recordó esa escena en la que presionaba sus labios contra los suyos y respiraba ese aroma a sudor tan propio suyo que no era desagradable en lo absoluto. Paso su mano por sus pómulos y mejillas, toco suavemente sus pestañas y sonrió, se veía verdaderamente más joven cuando dormía como si los medicamentos y crisis no hubieran pasado nunca por ella.
Bajo suavemente su mira y noto su blusa levemente desabrochada, podía verse fácilmente que tenía un buen puño de lodo en el sostén.

Desabrocho un botón y luego el siguiente, de dio el lujo de suspirar mientras se sonrojaba, sus pechos húmedos, bajo la preciosa y cálida luz desprendida de la leña, le daba un color suave, la manera en la que se reflejaba la luz en ellos.
Le hizo desearla, analizarla mas de cerca.
Se levantó y sacudió la cabeza, no podría hacer tal cosa, debía resistirlo. Recordó la última vez que vio plácidamente el cuerpo de una mujer (fuera de cuestiones de trajo) ya había pasado mucho tiempo, sus días de universitario ya habían terminado. Tuvo que morderse la parte interior de la mejilla antes de ir a la cocina.

Tardo un buen rato y cuando volvió su compañera de casa ya había recobrado un poco su color, eso lo conforto, se acercó a ella y esta estornudo un par de veces, él asintió y la tomo en sus brazos llevándola a la sala.
-Rubi, oye.., despierta -Le decía mientras la sacudía una vez ya recostada en el sillón -Venga, tienes que levantarte, te terminaras de enfermar si no.. - Una tos ahogada lo interrumpió, él suspiró cansado y fue por un poco de vino a la cocina, se sentó en un banco frente a ella mientras sostenía la copa finamente entre sus dedos, la miraba de pies a cabeza, volvió a suspirar y se empinó aquel liquido tinto que tenía en la mano, dejo la copa levemente en el suelo y fue hacia ella.

Recorrió ligeramente con la punta de sus dedos los botones de su blusa mientras iba desabrochando uno por uno, tomo la costura de su pans color miel y tiro de ellos medio con fuerza medio con cariño, se acercó a su cara y tomo su cabello entre las manos quitándole todas las liguitas y pasadores que había en él, dejándolo libre, después sacudió suavemente su cráneo y desabrocho el sostén.

La tomo entre sus brazos y la llevo hacia esa pequeña habitación de la cual ya salía humo del agua caliente, le dedico una sonrisa tímida luego la puso dentro de la bañera donde por ultimo le quito la ropa interior. 

Diario de una DementeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora