He visto alguna vez a la caballería levantar el campo, empezar el combate,
pasar revista, y a veces batirse en retirada; he visto, ¡oh, aretinos!, hacer
excursiones por vuestra tierra y saquearla; he visto luchar en los torneos y correr
en las justas, ya al sonido de las trompetas, ya al de las campanas, al ruido de los
tambores, con las señales de los castillos, y con todo el aparato nacional y
extranjero; pero lo que no he visto nunca es que tan extraño instrumento de
viento haya indicado la marcha a jinetes ni peones; jamás, ni en la tierra, ni en los
cielos, guió semejante faro a ningún buque. Marchábamos juntamente con los
diez demonios (¡oh terrible compañía!), pero en la iglesia con los santos, y en la
taberna con los borrachos. Sin embargo, mi atención estaba concentrada en la
pez para distinguir todo lo que contenía la fosa y los que se abrasaban dentro de
ella. Así como saltan los delfines fuera del agua, indicando a los marinos que
precavan la nave de la tempestad, así también algunos condenados, para aliviar su tormento, sacaban la espalda y la volvían a esconder más rápidos que el
relámpago; y lo mismo que en un charco las ranas sacan la cabeza a flor de
agua, aunque teniendo dentro de ella sus patas y el resto del cuerpo, así estaban
por todas partes los pecadores; pero en cuanto Barbariccia se aproximaba,
volvían a sumergirse en aquel hervidero. Yo vi, y aun se estremece por ello mi
corazón, a uno de aquellos que había tardado más tiempo en hundirse, como
sucede con las ranas, que una queda fuera del agua, mientras otra se zabulle; y
Graffiacane, que estaba más cerca de él, le enganchó por los cabellos
enviscados de pez, y lo sacó fuera como si fuese una nutria. Yo sabía el nombre
de todos aquellos demonios, por haberme hecho cargo de ellos cuando los eligió
Malacoda. Rubicante, plántale encima tu garfio y desuéllalo, gritaban a un tiempo
todos aquellos malditos. Yo dije:
- Maestro mío, si puedes, procura saber quién es ese desgraciado que ha
caído en manos de sus adversarios.
Mi Guía se le acercó, y le preguntó de dónde era, a lo que respondió:
- Yo nací en el reino de Navarra, mi madre me puso al servicio de un señor;
ella me había engendrado de un pródigo, que se destruyó a sí mismo y disipé su
fortuna. Después fui favorito del buen rey Tebaldo, y me lancé a comerciar con
sus favores; crimen de que doy cuenta en este horno.
Y Ciriatto, a quien salía de cada lado de la boca un colmillo como el de un
jabalí, le hizo sentir lo bien que uno de ellos hería. Entre malos gatos había caído
aquel ratón; porque Barbariccia lo sujetó entre sus brazos, diciendo: Quedaos ahí
mientras que yo le ensarto. Y volviendo el rostro hacia mi Maestro, añadió:
Pregúntale aún si deseas saber más, antes que otros lo destrocen.
Mi Guía preguntó:
- Dime, pues, si entre los otros culpables que están sumergidos en esa pez,
conoces algunos que sean latinos.
A lo que contestó:
Acabo de separarme de uno que fue de allí cerca, ¡Así estuviera, como él,
bajo la pez; no temería ahora ni las garras ni los garfios!
Y Libicocco: Ya hemos tenido demasiada paciencia, dijo, y le enganchó por
el brazo con su arpón, arrancándole de un golpe todo el antebrazo. Draghignazzo
quiso también cogerle por las piernas; pero su Decurión se volvió hacia todos
ellos lanzando una mirada furiosa. Cuando se hubieron calmado un poco, mi Guía
no tardó en preguntar a aquel que estaba contemplando su herida:
- ¿Quién es ése de quien dices que te has separado, por tu desgracia, para
salir a flote?
Y le respondió:
- Es el hermano Gomita, aquel de Gallura, vaso de iniquidad, que tuvo en su
poder a los enemigos de su señor, e hizo de modo que todos le alabasen. Aceptó
su oro y los dejó libres, según él mismo dice; y con respecto a los empleos, no fue
un pequeño, sino un soberano prevaricador. Con él conversa a menudo don
Miguel Zanche de Logodoro, y sus lenguas no se cansan nunca de hablar de las
cosas de Cerdeña. ¡Ay de mí! Ved a ese otro cómo aprieta los dientes. Aun
hablaría más, pero temo que se prepare a rascarme la tiña.
El gran jefe de los demonios se dirigió a Farfarelo, que movía sus ojos en
todas direcciones buscando dónde herir, y le dijo: Quítate de ahí, pájaro malvado.
- Si queréis ver u oír a toscanos y lombardos -empezó a decir en seguida el
desgraciado pecador-, haré que vengan. Pero que esas malditas garras se
mantengan un poco apartadas, a fin de que ellos no teman sus venganzas; yo,
sentándome en este mismo sitio, por uno que soy haré venir siete, silbando como
acostumbramos cuando uno de nosotros saca la cabeza fuera de la pez.
Al oír estas palabras, Gagnazzo levantó el hocico meneando la cabeza, y
dijo: ¡Oigan el medio malicioso de que se ha valido para volver a sumergirse! A lo
cual contestó aquél, que tenía abundancia de estratagemas: ¡En verdad que soy
muy malicioso, cuando expongo a los míos a mayores tormentos! No pudo
contenerse Alichino, y en contra de lo dicho por los otros, respondió: Si te arrojas
en la pez, no correré al galope detrás de ti, sino que emplearé mis alas para ello.
Te damos de ventaja la escarpa, y el ribazo por defensa, y veamos si tú solo
vales más que todos nosotros.
¡Oh tú, que lees esto, ahora verás un nuevo juego! Todos los demonios se
volvieron hacia la pendiente opuesta, y el primero de ellos, el que se había
mostrado más renitente. El navarro aprovechó bien el tiempo; fijó sus pies en el
suelo, y precipitándose de un solo salto, se puso al abrigo de los malos propósitos
de aquellos. Contristados se quedaron los demonios ante esta treta, pero mucho
más el que tuvo la culpa de ella; por lo cual se lanzó tras de él gritando: Ya te
tengo. Pero de poco le valió, porque sus alas no pudieron igualar en velocidad al
espanto de Ciampolo; éste se lanzó en la pez, y aquél cambió la dirección de su
vuelo; llevando el pecho hacia arriba.
No de otro modo se sumerge instantáneamente el pato cuando el halcón se
aproxima, y éste se remonta furioso y fatigado. Calcabrina, irritado contra Lichino
por aquel engaño, echó a volar tras él, deseoso de que el pecador se escapara
para tener un motivo de querella. Y cuando hubo desaparecido el prevaricador,
volvió sus garras contra su compañero, y se aferró con él sobre el mismo
estanque. Pero éste, gavilán adiestrado, hizo uso también de las suyas, y los dos
cayeron en medio de la pez hirviente. El calor los separó bien pronto; pero todo
su esfuerzo para remontarse era en vano, porque sus alas estaban enviscadas.
Barbariccia, descontento como los demás, hizo volar a cuatro desde la otra parte
con todos sus arpones, y bajando rápidamente hacia el sitio designado, tendieron
sus garfios a los dos demonios, que estaban medio cocidos en la superficie de
aquella fosa. Nosotros los dejamos allí enredados de aquella manera.
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LA DIVINA COMEDIA
Classics"Dante Alighieri quiso decir lo que nunca ha sido dicho de mujer alguna: la expresión de un amor que transciende las dimensiones físicas de este mundo y se convierte en pura espiritualidad" Dante Alighieri (1265-1321), padre de la lengua italiana, i...