Ya estaba el Sol tocando al horizonte, cuyo círculo meridiano cubre a
Jerusalén con su punto más elevado; y ya la noche, formando un arco en
oposición a él, salía fuera del Ganges con las Balanzas que se le caen de las
manos cuando supera en extensión al día; de modo que allí, donde yo me
encontraba, las blancas y sonrosadas mejillas de la bella Aurora, según iba
creciendo, se tornaban de color de oro. Estábamos aún en la orilla del mar, como
quien piensa en el camino que debe seguir, y anda con el deseo, sin que el
cuerpo se mueva. Cuando he aquí que, así como, al amanecer, por efecto de los
densos vapores, se ve a Marte enrojecido hacia Poniente sobre las aguas
marinas, de igual modo me apareció -¡ojalá pudiese verla otra vez!- una luz, la
cual venía tan rápidamente por el mar, que ningún vuelo sería comparable a su
celeridad. Un solo momento aparté de ella la vista para interrogar a mi Guía, y al
punto volví a verla mucho más voluminosa y brillante; distinguiendo luego a cada
lado de la misma una cosa blanca, sin saber lo que era, debajo de la cual se
descubría poco a poco otro objeto igualmente blanco. Aun no había pronunciado
una palabra mi Maestro, cuando se vio que las primeras formas blancas eran
alas; y entonces, habiendo conocido bien al gondolero, exclamó:
- Dobla, dobla pronto la rodilla; he aquí el ángel de Dios; une las manos;
nunca verás semejantes ministros del Señor. Mira cómo desdeña los medios
humanos, pues no necesita remo, ni otras velas que sus alas, entre tan apartadas
orillas. Mira cómo las tiene elevadas hacia el cielo, agitando el aire con las
eternas plumas, que no se mudan como el cabello de los mortales.
Cuanto más se acercaba a nosotros el ave divina, más brillante aparecía:
por lo cual, no pudiendo resistir su resplandor mis ojos, los Incliné; y aquél se
dirigió hacia la orilla en un esquife airoso y ligero, que apenas se sumergía un
poco en el agua. El celestial barquero estaba en la popa, y la bienaventuranza
parecía estar escrita en su semblante. Más de cien espíritus, sentados en la
barquilla, cantaban a coro: Inexitu Israel de Egipto y todo lo demás que sigue de
este salmo. El ángel les hizo la señal de la santa cruz, a cuya señal se arrojaron
todos a la playa, y él se alejó con la misma velocidad con que había venido. La
turba que dejó allí parecía llena de estupor en tal sitio, mirando y remirando en
torno suyo, como el que descubre cosas que no ha visto nunca. El Sol, que había
arrojado con sus brillantes saetas al signo de Capricornio del centro del cielo,
irradiaba por todas partes el día, cuando los recién llegados alzaron la frente
hacia nosotros, diciéndonos:
- Si lo sabéis, indicad nos el camino que conduce a la montaña.
Virgilio respondió:
- ¿Por ventura creéis que conocemos este sitio? Somos aquí tan nuevos
como vosotros, y hemos llegado a él poco antes por otro camino tan rudo y
áspero, que el subir esta montaña será para nosotros ahora cosa de juego.
Las almas, que advirtieron, por mi respiración, que yo estaba aún vivo,
palidecieron de asombro; y así como se agolpa la gente en derredor del
mensajero coronado de olivo para oír sus noticias, sin temor de empujarse y
pisarse unos a otros, así se agolparon en torno mío todas aquellas almas
afortunadas, olvidando casi su deseo de ir a embellecerse. Vi una de ellas, que se
adelantó para abrazarme con tales muestras de afecto, que me movió a hacer lo
mismo con ella; pero, ¡oh sombras vanas, excepto para la vista! Tres veces quise
rodearla con mis brazos, y otras tantas volvieron éstos a caer solos sobre mi
pecho. Creo que la admiración debió pintarse en mi rostro; porque la sombra
sonrió y se retiró; y yo, siguiéndola, continué avanzando. Me dijo con voz suave
que me detuviese; conocí entonces quién era, y habiéndole rogado que se parase un momento para hablarme, respondióme:
- Lo mismo que te amaba con mi cuerpo mortal, te amo también
desprendido de él; por eso me detengo; pero tú, ¿por qué vienes aquí?
- Casella mío, hago este viaje para volver al mundo de los vivos, donde
permanezco aún; pero a ti, ¿cómo es que se te ha negado por tanto tiempo el
venir a este sitio?
Me respondió:
- Si aquel que conduce a quien y cómo le place me ha negado muchas
veces este pasaje, no se ha cometido conmigo ninguna injusticia; porque es justa
la voluntad a quien obedece. En verdad, de tres meses a esta parte ha recogido
sin oposición a cuantos han querido entrar en su nave; así es que yo, que me
encontraba en la playa donde el Tíber se mezcla con las saladas ondas del mar,
fui acogido benignamente por él. A la embocadura de aquel río dirige ahora su
vuelo; pues allí se reúnen siempre los que no descienden hacia el Aqueronte.
Y yo dije:
- Si alguna nueva ley no te quita la memoria o el uso de aquellos cantos
amorosos, que solían calmar todos mis deseos, dígnate consolar un poco mi
alma, que viniendo aquí con su cuerpo, se ha angustiado tanto.
Amor, que dentro de mi mente habla..., empezó él a cantar tan dulcemente,
que su dulzura aún resuena en mi corazón. Mi Maestro, y yo, y las sombras que
allí estaban, parecíamos tan contentos, como si no tuviéramos otra cosa en qué
pensar. Estábamos absortos y atentos a sus notas, cuando apareció el venerable
anciano exclamando:
- ¿Qué es esto, espíritus perezosos? ¿Qué negligencia, qué demora es
ésta? Corred al monte a purificaros de vuestros pecados, que no permiten que
Dios se os manifieste.
Del mismo modo que las palomas, cuando están reunidas en torno a su alimento, cogiendo el grano y quietas, sin hacer oír sus acostumbrados arrullos, si
acontece algo que las asuste, abandonan súbitamente la comida, porque las
asalta un cuidado mayor, así vi yo aquellas almas recién llegadas abandonar el
canto y desbandarse por la costa, como quien corre sin saber adónde va; y no
menos rápidamente huimos también nosotros.
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LA DIVINA COMEDIA
Classics"Dante Alighieri quiso decir lo que nunca ha sido dicho de mujer alguna: la expresión de un amor que transciende las dimensiones físicas de este mundo y se convierte en pura espiritualidad" Dante Alighieri (1265-1321), padre de la lengua italiana, i...