CANTO XXIV

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En la época del año nuevo en que templa el sol su cabellera bajo el Acuario,
y en que ya las noches van igualándose con los días; cuando la escarcha imita en
la tierra, aunque por poco tiempo, el color de su blanca hermana, el campesino
que carece de forraje, se levanta, mira, y al ver blanco el campo se golpea el
muslo, vuelve a su casa, y se lamenta continuamente como el desgraciado que
no sabe qué hacer; pero torna luego a mirar, y recobra la esperanza, viendo que
la tierra ha cambiado de aspecto en pocas horas, y entonces coge su cayado y
sale a apacentar sus ovejas: así mi Maestro me llenó de inquietud cuando vi tan turbado su rostro, y así también aplicó pronto remedio a mi mal; porque al llegar
al derruido puente, se volvió hacia mí con aquel amable aspecto que tenía
cuando le vi al pie del monte. Después de haber pensado la determinación que
había de tomar, contemplando antes con cuidado las ruinas, abrió sus brazos,
cogióme por detrás, y como aquel que trabaja, pensando siempre en la labor que
emprenderá en seguida, del mismo modo, elevándome sobre la cima de una
roca, contemplaba otra diciendo:
- Agárrate bien a ésa, pero tantea primero si tal cual es podrá sostenerte.
Aquel no era un camino a propósito para los que iban con capa; pues
apenas podíamos, Virgilio tan ágil, y yo sostenido por él, trepar de piedra en
piedra. Y a no ser porque en aquel recinto era más corto el camino que en otro
alguno, no sé lo que a él le habría sucedido, pero a mí me hubiera vencido el
cansancio. Mas como Malebolge va siempre en declive hasta la boca del
profundísimo pozo, cada fosa que se recorre presenta un margen que se eleva y
otro que desciende. Llegamos por fin al extremo en que se destaca la última
piedra. Cuando estuve sobre ella, de tal modo me faltaba el aliento, que no podía
más; así es que me senté en cuanto nos detuvimos.
-Ahora es preciso que sacudas tu pereza -me dijo el Maestro-; que no se
alcanza la fama reclinado en blanda pluma, ni al abrigo de colchas; y el que sin
gloria consume su vida, deja en pos de sí el mismo vestigio que el humo en el
aire o la espuma en el agua. Ea, pues, levántate; domina la fatiga con el alma,
que vence todos los obstáculos, mientras no se envilece con la pesadez del
cuerpo. Tenemos que subir todavía una escala mucho más larga, pues no basta
haber atravesado por entre los espíritus infernales. Si me entiendes, deben
reanimarte mis palabras.
Levantéme entonces, demostrando más resolución de la que
verdaderamente sentía en mi interior, y dije:
- Vamos, ya me siento fuerte y atrevido.
Echamos a andar por el escollo, que era áspero, estrecho y escabroso, y
más pendiente que el anterior. Iba hablando para disimular mi flaqueza, cuando oí
una voz que salía de la otra fosa, articulando palabras ininteligibles. No sé lo que
dijo, a pesar de encontrarme en la cima del arco que por allí pasa; mas el que
hablaba parecía conmovido por la ira. Yo me había inclinado, pero los ojos de un
vivo no podían distinguir el fondo a través de aquella oscuridad, por lo cual dije:
- Maestro, haz por llegar al otro recinto, y descendamos este muro, porque
desde aquí oigo y no comprendo nada; miro hacia abajo y nada veo.
- Te responderé -me dijo- haciendo lo que deseas; que las peticiones justas
deben satisfacerse en silencio.
Bajamos por el puente desde lo alto hasta donde se une con el octavo
margen; y entonces descubrí la fosa, y vi una espantosa masa de serpientes, de
tan diferentes especies, que su recuerdo me hiela todavía la sangre. Deje la Libia
de envanecerse con sus arenas; que si produce quelidras, yáculos y faras,
cencros y anfisbenas, ni en ella, ni en toda la Etiopía con el país que está sobre el
mar Rojo, existieron jamás tantas ni tan nocivas pestilencias como en este lugar.
A través de aquella espantosa y cruel multitud de reptiles corrían gentes
desnudas y aterrorizadas, sin esperanza de encontrar refugio ni heliotropo.
Tenían las manos atadas a la espalda con sierpes, las cuales, formando nudos
por encima, les hincaban la cola y la cabeza en los riñones. Y he aquí que uno de
aquellos desgraciados, que estaba cerca de nosotros, fue mordido por una
serpiente en el punto en que el cuello se une a los hombros; y en el breve tiempo
que se necesita para escribir una o y una i, se incendió, ardió y cayó reducido a
cenizas. Pero apenas quedó consumido en el suelo, reuniéronse aquéllas por sí
mismas, y súbitamente se rehízo aquel espíritu como estaba antes. Así dicen los
grandes sabios que muere el Fénix, y renace cuando está cercano a su quinto
siglo; no se alimenta de hierba ni de trigo durante su vida, sino de amomo y
lágrimas de incienso, y su último nido está formado con nardo y mirra. Y como
aquel que cae y no sabe cómo, a impulsos del demonio que lo arroja en el suelo o de algún accidente producido por su temperamento enfermizo, cuando se levanta,
se queda asombrado de la cruel angustia que ha sufrido y suspira al mirar en
torno suyo, así se levantó el pecador ante nosotros. ¡Oh, cuán severa es la
justicia de Dios, que hace estallar su cólera por medio de tales golpes! Mi Guía le
preguntó después quién era, y él le contestó:
- Yo caí hace poco tiempo desde Toscana en este horrible abismo. La vida
salvaje me agradó más que la humana; fui lo mismo que un mulo: soy Vanui
Fucci, el bestia, y Pistoya fue mi digno cubil.
Entonces dije a mi Guía:
- Dile que no huya, y pregúntale qué delito le ha precipitado aquí, pues yo le
conocí ya hombre colérico y sanguinario.
El pecador, que me oyó, no se ocultó, sino que dirigió hacia mí atentamente
su mirada, y se cubrió el rostro de triste vergüenza. Después dijo:
- Siento más que me hayas encontrado en la miseria en que me ves, de lo
que sentí verme privado de la vida; pero no puedo negarme a satisfacer tus
preguntas. Estoy sumido aquí, porque robé en la sacristía los hermosos
ornamentos, de cuyo delito fue otro acusado falsamente. Mas para que no te
goces en mi desgracia, si acaso llegas a salir de estos lugares sombríos, abre tus
oídos a mi anuncio, y escucha: primeramente, Pistoya quedará despoblada de
Negros; después Florencia renovará sus habitantes y su forma de gobierno;
Marte hará salir del valle de Magra un vapor, que envuelto en sombrías nieblas y
en tempestad impetuosa y terrible, se desencadenará sobre el campo Piceno; y
allí, desgarrándose de repente la nube, aniquilará todos los Blancos. Te he dicho
esto para que te cause dolor.

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