Capítulo 3

190 15 0
                                    

El día antes del examen Harry decidió salir a despejar su mente. Había sido una semana agotadora, lo equivalente a una semana yendo al gimnasio en el mundo muggle. La mayoría de los maleficios y hechizos requerían mucha fuerza mental, lo cual igualmente cansaba el cuerpo. Sin embargo y a pesar del dolor muscular se sentía totalmente preparado y necesitaba tomarse un respiro, así que con la ropa más fresca que tenía se apareció en el Callejón Diagon.

Un montón de magos y brujas de todas las edades llenaban los pasajes y las tiendas. La mayoría de ellos se encontraban comprando los implementos para la escuela: libros, túnicas, calderos; y se sentía un ambiente pacífico y agradable.

Harry respiró profundo y caminó observando los escaparates, los magos y brujas que pasaban por su lado lo saludaban boquiabiertos y él les devolvía el saludo con una pequeña inclinación de cabeza. Agradecía el respeto que hasta el momento aquellas personas estaban teniendo hacia él, pero estaba seguro que pronto se correría la voz y los periodistas comenzarían a llegar. Por eso esperaba poder hacer sus compras tranquilo antes de que eso sucediera.

Adquirió un par de túnicas nuevas porque las necesitaría para dar el examen y también compró unos libros didácticos muy monos que encontró para su ahijado Teddy, que ya casi cumpliría tres años. El anciano mago de aquel negocio insistió en regalarle lo que Harry quisiera, pero él se negó rotundamente. No le gustaba que le dieran un trato especial sólo por ser "Harry Potter", la mayor parte de las veces aquello sólo le causaba problemas.

Luego de comprar y pasear un rato, se dirigió a Sortilegios Weasley para visitar a Ron y a George, rezando para no encontrarse con Ginny, de quien no había sabido nada desde el "incidente" en su habitación.

El negocio de los pelirrojos se encontraba abarrotado de gente. Harry de puntillas intentó divisar las cabezas naranjas de sus amigos sin obtener resultado.

- Con permiso - le dijo a un grupo de adolescentes que le obstruían el camino.

- Es Harry Potter - le susurró una chica rubia a su amiga. Harry le sonrió y ésta se sonrojó notablemente.

Llegó a duras penas hasta el mostrador y un atareado Ron lo saludó desde el otro lado.

- Saliste de tu cautiverio - le dijo burlonamente su amigo mientras le entregaba sus compras a unos clientes.

- Sí jaja. Me siento cien por ciento preparado para mañana, sin embargo los nervios me van a matar.

- Vamos, sabemos que aunque repruebes Kingsley no permitirá que quedes fuera.

Harry había considerado todas las probabilidades y ya había decidido que si llegaba a reprobar no entraría, ni aunque el mismo Ministro le rogara de rodillas; pues si reprobaba significaba que no tenía las aptitudes y sería una injustica gigante ocupar el lugar de alguien que sí merecía el puesto.

Esperó a que fuera hora de almuerzo para salir a comer con Ron. Mientras hacía hora se dedicó a mirar la variedad de bromas que ofrecía la tienda. Lo que más le gustaba a Harry eran los Magifuegos Salvajes Weasley, pues le traían recuerdos de su tiempo en Hogwarts.

Fueron a almorzar a un lugar pequeño que según Ron había abierto hace poco y tenían platos exquisitos. Pidieron carne asada con patatas y cervezas heladas.

- ¿Cómo ha estado Hermione? - le preguntó a su amigo.

- Insoportable, tiene que esperar la respuesta de San Mungo y parece una chiflada que no se soporta ni ella misma.

Harry rió por la respuesta de Ron y bebió un sorbo de su cerveza. El lugar era agradable y tranquilo y de las cocinas salía un aroma a comida que tenía a sus tripas vueltas locas.

Los Cambios En Nuestras VidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora