Capítulo 4

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La mañana del jueves, del tan ansiado y a la vez aborrecido día, amaneció soleado y caluroso, tanto que los rayos del astro sol se colaron endemoniados entre las cortinas y obligaron al chico de cabello azabache a despertar.

Cuando notó el día que era, abrió de par en par sus verdes ojos, se colocó sus gafas y observó el techo. Pensó en toda la materia que había estudiado, pensó en que eran demasiados encantamientos y maldiciones que debía recordar, pensó en cómo rayos iba a ser capaz de retener todo aquello durante toda su vida, si es que aprobaba el examen. ¿Y si no aprobaba? Su estómago se contrajo provocándole unas ganas incontenibles de ir al baño.

- Estúpido, imbécil, debo pensar positivo. Voy a aprobar y será genial... - se dijo en voz alta mientras bajaba sus pantalones para sentarse en el inodoro.

Aquel acto tan de ser humano fue en vano pues los retorcijones eran nada más que el reflejo de su nerviosismo y así, indefenso y encerrado en el cuarto de baño, Harry Potter intentó calmar sus nervios con pensamientos agradables.

Pensó en Hermione, en todas las veces que recibió su apoyo y le respondió cualquier duda que tuviera; pensó en Ron y en los Weasley, que no medían sus logros según cuántos exámenes hubieran aprobado, excepto por Percy, claro. Pensó en sus compañeros de colegio, probablemente más de alguno aparecería a dar el mismo examen que él, tal vez mucho más nervioso que él mismo. Pensó en Malfoy y en la invitación que le había hecho para esa tarde.

- Oh mierda, en qué estaba pensando al invitar a Malfoy a cenar – se dijo riendo, quitándose el pijama y metiéndose en la ducha. El agua tibia recorrió sus brazos y espalda, provocándole un escalofrío agradable en su cuerpo.

Las imágenes del arruinado almuerzo del día anterior llegaron a su cabeza como si de una película dramática se tratara. Visualizó la escena de Malfoy sorbiendo el té con la pajilla, por qué rayos se había quedado tan atontado al observar su rostro y sus labios rosados, en cómo se curvaron para sostener con firmeza la pajilla. "¡Qué sucede, es un chico, ES MALFOY!" Pensó enojado.

Sacudió su cabello mojado, salpicando shampoo a las paredes y se metió bajo el chorro para enjuagarlo. Sus pensamientos sobre el rubio volvieron a aparecer. "Nunca supe si tuvo una novia", pensó. "Bueno, no es que me hubiera interesado en la vida personal de mis compañeros de colegio, siempre tenía que estar pensando en Voldemort y en cómo salvar la vida de todo el mundo. ¿Qué tipo de chica pegaría con Draco Malfoy? Esa Pansy Parkinson nunca se le despegaba, pero no es tan bonita para él..."

- ¡Qué no era tan bonita para él! Me he convertido en una de las amigas chismosas de Ginny. ¡Por Merlín!

Luego de vestir su túnica nueva bajó apresuradamente las escaleras, tenía poco tiempo para llegar al Ministerio y no tenía ni pizca de hambre. La mesa estaba servida con un completo desayuno que Kreacher se había esforzado en prepararle. Había leche, café, cereales, no sabía cuál le provocaría menos ganas de ir al baño y no sería agradable estar con retorcijones en medio del examen. Tomó una tostada cuando Kreacher apareció en el comedor.

- ¿Qué va a tomar, amo? – le preguntó con su rasposa voz.
- Sólo un poco de zumo, gracias. Por cierto Kreacher, necesito que me hagas un favor.
- Kreacher vive para atender sus necesidades señor.
- Hoy en la tarde tengo un invitado... digamos, de la alta sociedad – rió por lo bajo Harry, aunque sabía que con aquello iba a hacer al elfo feliz como nunca -. ¿Puedes preparar una cena elegante para dos personas?
- ¿Qué tiene en mente mi señor?
- No lo sé, sabes que yo no suelo comer elegante, por eso lo dejo en tus manos, nadie cocinaría mejor que tú.
- Es un alago, no se arrepentirá y su invitado se sentirá muy cómodo, amo – apareció una sonrisa gigante en los labios del elfo.
- Gracias, Kreacher.

Los Cambios En Nuestras VidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora