Universos

196 29 17
                                    

Las lágrimas que bajaban por su rostro sonrojado le ahogaban, había sido tan estúpido. ¿Cómo pudo pensar siquiera que amar a dos personas era posible? ¿Y cómo demonios alguien que te destrozó el corazón puede tener tanto control sobre tu vida? ¿Es que no podía arrancarse esa repulsiva parte de su ser que aún amaba a Viktor? ¿No podía ser ridículamente feliz?

Su cabello desgreñado bailaba al son del frío viento de la ciudad, mientras sus ojos recorrían las vacías calles de aquel vecindario que alguna vez reconoció como parte de su vida. La melodía de la tristeza se filtraba en su cuerpo como agua helada escociendo su piel desnuda en aquellos días de gloria, paseando bajo la lluvia con una mano cálida sobre la suya.

La discusión lo había obligado a abandonar el apartamento hacía ya un par de semanas, los gritos se clavaron como dagas en ambos y las palabras hirientes abrieron una brecha muy difícil de cerrar. La historia parecía repetirse, romperse el corazón parecía un hábito a estas alturas, ya nada era seguro, ya nada era cálido, ya nada lograba contener su llanto.

Aquellos ojos oscuros se perdieron entre las cafeterías cerradas y escaparates adornados donde modelos inmóviles demostraban su belleza al mundo. Solitario, se acurrucó dentro de su abrigo negro, hundiendo la nariz respingada en aquella vieja bufando con olor a él. Tal vez esa era la razón por la que paseaba por esas calles hasta las tantas, tal vez esa era la razón por la que nada podía funcionar bien dentro de él, algo se había roto, algo que no tenía compostura, y sin embargo, esas partes rotas parecían completamente nuevas junto a la persona a la que le había destrozado el corazón unas semanas atrás ocultando aquellas cartas.

Realmente era un idiota.

El vaho de su aliento le trajo a la memoria recuerdos ya enterrados, de besos ardientes y fugaces como las estrellas, de respiraciones mezcladas en el calor de aquel amplio apartamento en la cima de aquel edificio blanco un par de cuadras más adelante, de risas contenidas y declaraciones fortuitas seguidas de horas de hacer el amor bajo las cálidas sábanas azules, recuerdos de otra vida, de otra persona, a la que ya no pertenecía ese amor.

Sin aminorar el paso, el joven continuó su camino con la última carta recibida entre los dedos enguantados.

Debía terminar todo ese dolor ahí, no podía continuar dañando de esa manera a Phichit, ni a sí mismo.

—¿Yuuri?

La voz que irrumpió en sus pensamientos lo obligó a pararse en seco con todo el cuerpo en tensión. Esa voz ronca que solía escuchar en las mañanas estaba cargada de incredulidad, con un tono mucho más apagado de lo que podía recordar, y sin embargo, a pesar de todo, seguía causándole escalofríos a lo largo de la espalda.

—¿En verdad eres tú? ¿Yuuri? —la pálida mano que le obligó a darse la vuelta aún lucía aquél bello anillo dorado que había sido símbolo de su amor hacía ya un tiempo, su mirada se cristalizó, no podía enfrentarse a él aún. No a solas. No así. No con él usando ese maldito anillo. No viendo aquellos zafiros llenarse de ilusión. No apreciando esa estúpida sonrisa. No amándolo en lo más recóndito de su destrozado corazón.

—Hola Viktor. —las palabras salieron sin emoción alguna, no era necesario. Su reacción había resultado el más exquisito manjar a los ojos del joven de cabellos platinados, ese amor seguía latente, seguía teniendo la oportunidad de amarlo.

—¿Qué...qué haces aquí Yuuri? Es bastante tarde, y hace mucho frío. — los labios rotos y sonrosados de la leyenda se curvaron en una tímida sonrisa cuando apreció la bufanda que decoraba el cuello de su amado —¿Te apetece tomar un café en nues....el apartamento? Puedes esperar a... Chulanont ahí.

Una punzada de dolor atravesó al japonés, su novio no iría a buscarlo. Había dañado demasiado su corazón esta vez, ¿no volvería a hacerlo al aceptar la invitación? La necesidad y la razón giraban dentro de su cabeza con impaciencia, se sentía solo, frío, roto... ¿estaba mal querer dejarse llevar tan sólo un par de horas? ¿era incorrecto querer hundirse en la taza de café ofrecida?

Tras unos segundos de silencio, tras lo cual la tímida sonrisa empezaba a flaquear, la respuesta escapó de su boca sin autorización de su cerebro.

—Claro.

...

Los abrigos se colgaron, las brasas se encendieron, los cafés se bebieron, las horas pasaron. Aquél oscuro líquido se transformó en alcohol, y aquellos silencios incómodos mutaron hasta convertirse en risas cómplices.

El calor del que fue su hogar los volvió despreocupados, el vigor de tantas copas los hizo atrevidos, y el recuerdo de su amor bloqueó al resto del mundo sumergiéndolos en su propio universo.

Un universo donde las estrellas bailaban en el cielo y los planetas cantaban. Un lugar donde el hielo y el fuego no eran enemigos, sino amantes consumando la peligrosa danza del deseo. Un sitio único, donde los colores vibraban y resplandecían al alcance de sus manos, en donde lo demás no importaba, donde ellos eran todo y a la vez nada.

La cercanía se hizo cada vez más visible, los alientos se entremezclaron en susurros alcoholizados... y entonces... pasó.

Ambos cuerpos colisionaron en un caos de ropa volando, bocas buscándose y manos explorando la piel de antaño conocida.

¿Quién atrajo a quién? Era una respuesta que no podía responder ninguno. Sin embargo, uno era la estrella y otro el cometa, poco valía que aquel magnífico astro no abrazara inmediatamente al otro, su fuerza de gravedad era demasiada para ignorarla. Y así como Viktor no pudo resistirse, Yuuri no hizo nada para detenerlo.

La pasividad del joven de corazón roto ante el amor del que fue su amado, se quebró... Fue entonces que sus labios obligaron a las estrellas a convertirse en supernovas, y sus caricias crearon mundos de la nada al volver a amar su piel.

Entidades colisionando, alientos abrasando la boca del otro.

Un amor devastador.

Glorioso.

Único.

Inmenso.

Atronador.

Un amor que por más universos que iluminara aquella noche, acabaría por disolverse en el espacio que finalmente terminaría por separar sus corazones para siempre.

Fueron eternos, infinitos por un momento.

El recuerdo del amor los orilló a la perdición, y mientras los nombres resonaban entre las paredes de la habitación, el mundo se detenía para que su historia continuara unas horas más, a la expectativa de que los últimos "te amo"  fueran grabados a fuego en la piel de la persona amada hasta desfallecer de cansancio.

Colores inundaron su mundo privado, teniendo como testigos a la oscuridad y la luz, de añoro que perduró en sus almas a pesar del tiempo alejados. Y aunque no era correcto, sus seres no frenaron un solo momento, así como estaban, desesperados por llenarse del sabor celestial del otro, habría sido imposible detener aquello. Porque, tal vez él era el amor de su vida, y por eso creaba constelaciones con tan sólo el roce de su piel, pero a pesar de todos los universos que creaba para su persona, tenía muy claro en lo recóndito de su mente, que él no era el indicado para su corazón.

εσείς (Tú)[EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora