Aquella tarde de invierno

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El alcohol se deslizaba por su garganta cálido y abrumador.

La ropa amontonada sobre la cama parecía destilar el mismo aroma que él, y sin siquiera planteárselo, el ebrio cuerpo se desplomó sobre aquel vertedero de recuerdos entre lágrimas.

Dolía.

Dolía tanto recordar el cálido cuerpo de Yuuri junto al suyo por las noches, su rostro somnoliento al despertar por las mañanas, los "bienvenido a casa" cuando volvía de un largo día entrenando, los besos robados en la pista, las noches de amor susurrando el nombre del otro.

Lo extrañaba.

Lo extrañaba con el alma.

Era una de esas sensaciones descritas en las novelas, se sentía con el corazón palpitando en carne viva, cada latido le resultaba seco y abrumador a la vez. Ese maldito corazón no debería latir si su razón de existir estaba en los brazos de otro.

—Se suponía que nunca me dejarías, Yuuri. —la quebrada voz atravesó el hogar dejando un rastro de conversaciones sin realizar detrás — ¿Fui una broma para ti todo este tiempo? —más tragos a la botella, gotas de licor estrellándose contra la camiseta —¡PROMETISTE NO DEJARME! —una botella de vidrio rompiéndose en miles de fragmentos al chocar con aquel marco donde la sonrisa tranquila del albino deslumbraba a aquél rostro sonrojado a su lado —Me mentiste... y a pesar de ello... aún te amo... por favor... no... no me dejes...

Los sollozos que siguieron a su confesión le arrebataron el aliento. Las heridas provocadas por el amor de su vida aún ardían como aquella tarde en que fueron provocadas. Aún escuchaba la puerta cerrarse, las ruedas de las maletas alejarse y al chico que amaba largarse sin más explicación.

Los recuerdos dolían tanto como su ausencia, y en noches como esa, el alcohol lo sumergía en aquellas fatídicas memorias, sin permitirle ver más allá de su dolor.

—Terminemos con esto Viktor...

La mirada dura e indiferente de Yuuri atravesó a la leyenda como si no fuera más que papel.

—Ya no quiero estar contigo... no puedo estar contigo... espero lo entiendas.

Sin habla el albino lo observó tomar las maletas sin dificultad. Las manos le temblaban, pero aquello parecía no importarle, aquel temblor no frenaba su marcha hacia el pasillo que posteriormente lo sacaría de allí.

—Yuuri...

—¡NO! —un asomo de emoción. Algo a lo que aferrarse.

—¡NO ME DEJES! ¡TE AMO YUURI! — gritó lleno de desesperación saliendo por fin de aquel entumecimiento ante la declaración de su prometido.

—¡NO! —la furia contenida en el joven japonés atravesó el aire hasta golpear a su amado, frenándolo en seco —¡TÚ NO ME AMAS!

Claro que lo amaba. ¿Es que acaso no lo había demostrado lo suficiente?

Tambaleante se dirigió a la ventana a paso lento, recorriendo los copos que descendían del grisáceo cielo.

Era una tarde idéntica a aquella.

El frío calaba los huesos, el cielo se retorcía de dolor y lloraba hermosos copos blanquecinos, embelleciendo la monótona ciudad con su esplendor.

Cansado observó lo que había sido el hogar de ambos hasta hacía un año.

Los libreros semivacíos, la ropa olvidada de Yuuri sobre la cama, fotos en todas partes, una chimenea que se negaba a encender desde el diciembre pasado, una botella reposando en pedazos sobre la alfombra junto a aquella fotografía después de darle el anillo...

Había un año de ambigüedad y nostalgia grabado en cada una de las paredes de aquel gigantesco espacio, sin embargo se rehusaba a abandonarlo a pesar del infierno que su corazón había sufrido.Un año de agonía constante, de borracheras, de intentos de aparentar normalidad, de llantos y súplicas...un año completamente solo.

Un año sin Yuuri.

—¿Cómo puedes decir eso? — shockeado el ruso se acercó a su irascible amor —¿No te he amado lo suficiente? ¿Acaso no te lo he demostrado?

Los labios pálidos de Katsuki se tensaron, todo su cuerpo temblaba, y detrás de los anteojos las lágrimas decoraron sus ojos castaños sin derramarse en su totalidad, permaneciendo como hermosos lagos en su rostro.

—Te amo... ¿no es suficiente? —susurró Viktor lleno de dolor al tiempo que deslizaba sus dedos sobre la piel pálida de su amado, intentando apaciguarle.

El ruido atronador que siguió a aquella caricia lo obligó a retroceder, al tanto que una marca rojiza aparecía sobre su mustia piel.

—No. No es suficiente. —declaró con la voz más fría que nunca le había escuchado hasta aquel día.

Entonces se marchó.

No fue suficiente.

Él no era suficiente.

Su amor no le era suficiente.

¿Por qué?

¿Por qué no era suficiente para él?

¿Qué acaso el amor no bastaba para mantenerlo a su lado?

¿O es que lo que creía saber del amor se reducía a una simple mentira?

¿No se habían susurrado juramentos llenos de devoción y dado apasionados besos cuando hacían el amor?

Entonces...¿por qué?

—Yuuri... ¿por qué...?

εσείς (Tú)[EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora