Regresa

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La ausencia que le rodeaba dolía.

La frialdad de la casa le obligaba a temblar ante la falta de él.

Mirara a donde mirara los recuerdos le asaltaban como si el tiempo no hubiera pasado desde su marcha, a pesar de que el sol había salido y vuelto a desaparecer incontables veces  -demasiadas para que le importara, muy pocas para que él regresara- para Phichit los segundos se habían congelado en el momento exacto en el que lo vio salir por aquella puerta, con los ojos llenos de lágrimas y la mandíbula apretada por las hirientes que palabras que le había soltado sin pensar en el daño que le haría.

Lo había obligado a huir de su propio hogar.

No sabía a dónde había ido. Ni si estaba bien o comiendo correctamente. Si había caído enfermo, si le lloraba o le extrañaba tanto como él lo hacía. Sus días se resumían a una preocupante melancolía, la cual inundaba cada rincón de aquellas habitaciones repletas de fantasmas ocultos tras las cortinas, quienes le recordaban el persistente amor que aún reinaba dentro de su ser.

Yuuri. Yuuri. Yuuri.

Tonto e indefenso Yuuri.

Los insultos le habían brotado desde lo más profundo de su ser, desde esa pequeña parte de alma que aborrecía el dolor que Yuuri seguía guardando tras el engaño de Viktor. Lo había herido de tal manera, que lo dejaba indefenso ante cualquiera. A merced del mundo. Sin protección. Totalmente desnudo, expuesto al sufrimiento.

¿Por qué lo había dejado irse?

¿Cómo había permitido que se fuera con el dolor tatuado en el rostro?

Las ojeras que decoraban su delgado rostro eran testigos de las noches de insomnio que había pasado pensando en su amado, el arrepentimiento le carcomía el alma, la agonía de no tenerlo a su lado lo estaba volviendo loco.

—Yuuri... por favor... regresa...

A veces el alma le dolía tanto que sólo quería rendirse. Desistir de aquél amor que tanto daño le hacía. Sin embargo, no había persona además de él que fuera capaz de ayudarle a sonreír con sólo mirarle, no conocía poder en el mundo más grande que el de su risa, ni color más vibrante que el de sus mejillas sonrojadas, no conocía un poema de amor más perfecto, ni sensación más similar a volar que el escuchar sus te amos, no había en el universo un aroma más delicioso que el de su cuerpo, ni un café tan fuerte como el de aquellos ojos que lo mantenían en vela varias noches seguidas. Él era todo lo que pedía, era el aire que respiraba, el aroma de las flores, la navaja y la herida, la luz y la oscuridad. Su salvación y perdición a la vez. Era tan imperfectamente perfecto, que no lograba concebir la idea de renunciar a pesar del dolor.

Las rodillas se le doblaron al caer en la cuenta de que Yuuri lo era todo para él, dejándolo en el suelo con el pecho ardiendo de un amor tan devastador que acababa con su persona. Lo necesitaba de tal modo que una vida sin él era incomprensible a su mente. No era algo que podía simplemente olvidar, ¿Cómo olvidas a la persona que más amas en el mundo, por la cual incluso darías la vida?

No podía simplemente pasar de página –como le insistían Leo y Guang-, Yuuri era de esas cosas que uno no podía dejar atrás. Era de esas personas que no quieres sacar de tu vida por temor a no encontrar a nadie igual.

¿Acaso puede alguien olvidar el aire si se necesita para vivir?

Era algo que simplemente no pasaba.

No había motivo, ni razón para dudar del amor que Phichit le tenía.

Hubiera rechazado el mismísimo paraíso por él.

Y a pesar de ello, el dolor que yacía dentro de su ser era tan crudo que lo dejaba sin respiración.

Lo amaba tanto que dolía.

Dolía tanto no saber si todo lo que Yuuri significaba para él era mutuo.

Dolía tanto tocar fondo.

La vida se le escapaba por la misma puerta por la que él se había marchado.

Lo necesitaba más de lo jamás había necesitado a nadie.

Sin él... simplemente nada tenía sentido.

Por eso, seguía esperando en aquel frío pasillo a que apareciera. Confiaba ciegamente en su regreso, suplicaba por su pronto retorno...

Porque si no regresaba... no sabía si tendría la suficiente fuerza de ir por él.


εσείς (Tú)[EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora