Odio

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El odio y el desprecio que se tenía a sí mismo en esos momentos era incomparable, insoportable, asfixiante. Sentía la suciedad asomarse desde cada rincón de su piel, era un ser humano despreciable y débil, un torpe imitador del hijo de puta que le destrozó el corazón; el mismo idiota que yacía a su lado con la mirada repleta de tranquilidad y el cuerpo desnudo enredado en las sábanas.

La sonrisa tranquila de Viktor se extendió por su rostro, al tiempo que el horror llenaba los ojos de su amado.

—Buenos días cariño... —los labios sonrosados buscaron los pálidos con suavidad, dejando un pulcro beso en aquella boca devorada por él hacía apenas unas horas.

El pulso de Yuuri se aceleró.

Cariño.

Ahora de nuevo era su cariño...

No... no quería ser su cariño de nuevo. Ni su amor. Ni nada que se le pareciera.

¿Cómo había sido tan idiota de dejarse llevar por el momento?

Las cálidas manos de Viktor revolotearon sobre su estómago en busca de la pasión ya de antaño desbocada, mientras sus piernas acariciaban las de su atormentado amante.

— ¿Qué pasa Yuuri? ¿No quieres volver a hacerlo?

Te amo, mi Yuuri...mi vida... mi Eros... mi amor...

Las palabras de Phichit giraban dentro de su cabeza a la vez que el cuerpo del hombre que alguna vez amó buscaba la respuesta del suyo.

¿En verdad quería eso?

¿En verdad abandonaría al sol por un fugaz cometa que podía irse en cualquier momento?

—No...toques... —el hilo de voz que brotó desde lo profundo de su persona apenas alcanzó a expresarse.

La mirada clara de su entrenador se vio afectada por la sorpresa, sus caricias provocativas se detuvieron, a la expectativa de que lo que el amor de su vida había dicho fuera cierto.

—He dicho que no me toques Nikiforov.

—Vale, si no tienes ganas lo entiendo... pero no me llames Nikiforov, suena tan impersonal, ¿Qué tal... bebé? ¿O amorcito? Siempre me ha parecido muy tierno eso de llamarle a alguien amorcito, como un amor tiernito o algo así.

Las manos del joven japonés temblaban. Ni siquiera estaba tomando en serio su declaración. ¿Qué no entendía que no quería sus sucias manos encima? No quería su cuerpo sobre el suyo, ni su boca profanando su persona. Ya no. No podía querer... que le hiciera el amor como la noche anterior.

— ¡Quítate! ¡No quiero que me toques! —el grito de Katsuki reventó la burbuja de felicidad en la que se encontraba su compañero de cama. Sin embargo, poco el importó la estupefacción que lleno el rostro del hombre de cabellos platinados cuando comenzó a colocarse la ropa con rapidez con los ojos inundados en lágrimas. Era un maldito imbécil. Phichit jamás lo iba a perdonar. No esta vez.

— ¿Qué es lo que te pasa? ¿Hice algo mal? Creí...

— ¿Por qué siempre crees que hiciste algo mal? Es mi culpa por dejarme enredar de nuevo por tu maldita lengua venenosa. Soy tan estúpido. —los sollozos se atoraban en su garganta, el coraje le vencía. ¿Por qué no podía dejarlo en paz y ya? ¿Por qué no se alejaba? ¿No se daba cuenta de todo el daño que le hacía?

— ¿Lengua venenosa? ¿De qué hablas? Anoche la pasamos muy bien ¡Creí que todo ya estaba bien entre nosotros! Que...

— ¿Qué dejaría a Phichit para venir a encerrarme de nuevo en esta madriguera? ¡No me hagas reír! Ni yo soy tan necio para volver al infierno, me den el sexo que me den. Ahora déjame en paz. —las lágrimas que escapaban de sus ojos eran incontrolables. Decir esas cosas le pesaba, él no era así. Él no hería a la gente...o al menos... no solía hacerlo... que mierda era todo ahora...

εσείς (Tú)[EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora