Capítulo I

3.7K 175 13
                                    

La ensordecedora música que emanaba de los grandes altavoces llenaba toda la sala con un ritmo pegadizo y hacía que la gente se abstrajese del mundo real.

Diferentes canciones se mezclaban creando nuevas melodías gracias al DJ que habían contratado los dueños del local para celebrar aquella noche: el comienzo de las vacaciones de verano.

Todos los pubs y clubs de Madrid estaban rebosantes de gente joven- y  no tanta- sólo para disfrutar de su primera noche de libertad, una de tantas otras a lo largo de los tres meses siguientes. En las calles se podía ver a personas bien arregladas, con sus respectivos grupos de amigos, esperando en la entrada de los establecimientos impacientes y sonrientes.

La mayoría ya tenían unos cuantos tragos de alcohol en su metabolismo, porque con la crisis uno no se podía permitir comprar bebidas en las discotecas. Y menos si eras un estudiante, te arruinabas.

Y eso mismo era Abby: una adolescente más que buscaba liberación después de todos aquellos exámenes que había aprobado por los pelos. Había tenido suerte de que su padre la hubiese dejado salir. Pero el hombre sabía que de una u otra manera su hija se habría hecho con la suya, como lo hacía últimamente.

La joven se hallaba en una de las discotecas del centro de Madrid acompañada con un par de amigas. Habían entrado al instante después de que el guarda, un hombre alto, de hombros anchos y piel morena que te hacía parecer minúsculo a su lado pero que a la vez encandilaba a las mujeres con su perfecta sonrisa, viera a Abby, ya que este conocía a su padre, una persona difícil de olvidar.

En la pista de baile la gente se agolpaba unos contra otros como si el mundo les fuera en ello. Unos saltando, bailando y gritando y otros juntándose tanto que no sabías dónde empezaba un cuerpo y dónde otro. La música estaba a un volumen tan estrepitoso que habría hecho subir a todas las almas del inframundo y bajar a los dioses del Olimpo para hacerles callar. Las luces cambiaban de color y dirección cada pocos segundos haciendo que algunos se despistasen y desorientasen. Además, se respiraba un aire pesado, mezclado con el sudor y el olor a alcohol. 

Abby se encontraba en el centro de toda aquella sala moviéndose y cantando a voz de grito las canciones que ponía el DJ, sin detenerse ni un momento para tomar aire. Tenía las mejillas sonrojadas, las pupilas dilatadas por el alcohol y la piel empapada de una fina línea de sudor.

Una amiga suya, Laura, intentaba calmarla ya que algunos se habían fijado en el numerito que estaba montando y se reían, pero no lo conseguía.  Cuando Abby se descontrolaba nadie podía enderezarla, era una misión imposible, por lo que lo único que le quedaba a Laura por hacer era unirse a ella.

El tiempo pasaba a un ritmo muy rápido y sin control, los minutos corrían a una velocidad inimaginable y nadie parecía notarlo. Cuando quisieron darse cuenta eran más de las cinco de la madrugada y el ambiente era el mismo: la gente bailaba, sonreía y bebía, pero para Abby la fiesta se estaba acabando.

El cabello se le pegaba al cuello y notaba que su maquillaje ya no estaba en su lugar de inicio, sentía un dolor punzante en la parte de atrás de su cabeza y llevar unos zapatos de tacón de más de diez centímetros de altura empezó a hacer mella en ella y, aunque pensó que podría soportarlo y no aguarle la fiesta a nadie, al final tuvo que sentarse y hacerse un hueco en la barra del local.

-¿Qué quieres guapa?- le preguntó el barman a gritos.

''Que no me llames guapa. Además de unos zapatos cómodos, aspirinas para el dolor de cabeza y si se puede silenciar la sala, te lo agradecería'', pensó.

-Agua -respondió al final.

-De acuerdo -dijo el chico que la atendió riéndose. 

Seguramente era un estudiante que trabajaba en su tiempo libre para pagarse los altos precios que conllevaba la vida universitaria y que no todos podían permitirse. Aparentaba tener alrededor de veinte años y, de no ser por el tatuaje que tenía en la muñeca de una estrella de cinco puntas invertida y por las cicatrices horizontales rosadas que tenía en el interior del antebrazo, parecía ser un chico normal y corriente.

Entre PolicíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora