La luz del lobo, décimo octavo cuento

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Iolhen Likaios se recostó en la hierba junto a la laguna y suspiró.

Tanto la Casa Antigua como el Castillo de los Cerezos estaban revolucionados, así que había decidido tomarse un rato en soledad.

La casa familiar había quedado chica con la llegada de los niños de Lys, más las constantes visitas de sus hermanos mayores y sus familias, así que estaba siendo modificada, lo que implicaba mucho ruido, y algunas discusiones entre su padre y su revoltoso hermano respecto a los cambios. Sobre todo teniendo en cuenta la tendencia de Lysander de simplemente destruir paredes si resultaba que le estorbaban en sus planes.

Por otro lado, estaba próxima la feria anual en las tierras Blackdalion, así que el resto de su familia estaba sumida a pleno en los preparativos y los comerciantes llegaban de todos lados como una plaga. Lo que significaba que todos andaban corriendo de un lado al otro, actitud que ella rechazaba plenamente. Prefería andar a su propio ritmo , sin ser arrastrada en la vorágine familiar.

Además, también estaban los caballos.

Desde unos años atrás, Dionis Likaios se había dedicado a criarlos y en la actualidad estaba negociando la compra de algunos animales, así que había gente yendo y viniendo para ofrecerle los mejores ejemplares.

La joven sospechaba que su padre quería asegurarse de tener los animales más rápidos y resistentes del reino por si debía perseguir a alguien, ya fuera magos oscuros o sus descarriados hijos, aunque sabía a ciencia cierta que si se trataba de verdadera velocidad, su padre prescindiría de la montura y se transformaría en lobo. Uno poderoso y veloz capaz de darle caza a cualquier presa.

Pero por lo pronto, la feroz naturaleza de Dio estaba bajo control y sólo estaba sumido en los negocios y las reformas edilicias. Lo que en realidad lo hacía mucho más agobiante, porque si ella debía escuchar una observación más sobre dentadura, pelaje o músculos equinos o intervenir entre él y Lysander, iba a explotar. Así que con el visto bueno de su madre Kalymera, se había escabullido buscando tranquilidad.

Inspiró profundo para llenarse los pulmones con el aire de primavera, sonrió levemente y luego sacó la flauta que cargaba en un bolsillo de su vestido. Muchos años atrás, su cuñado Lombard le había enseñado a tocarla y seguía siendo una de sus cosas favoritas en el mundo. Se recostó en la hierba , se llevó el instrumento a los labios y comenzó a crear música, pero no se limitó a eso, con un breve gesto empezaron a surgir mariposas de luz que volaban siguiendo el ritmo de la melodía. Era un espectáculo maravilloso que se vio interrumpido por una presencia inesperada.

-Enséñeme...- dijo una fuerte voz masculina y la joven se incorporó sobresaltada para descubrir a su interlocutor mirándola.

Era un hombre joven que estaba en la laguna, parecía haberse estado bañando y se había acercado sigilosamente hasta llegar a la orilla. Tenía el cabello mojado, aún así se notaba que era de color castaño y que lo llevaba bastante largo, tenía pantalones pero iba con el torso desnudo, lo que la asombró, no por la novedad ya que tenía demasiados hermanos como para sorprenderse, sino porque jamás había visto un hombre con tantas cicatrices, debía haber dolido, y mucho.

-Enséñeme ...- repitió mirándola con anhelo y ella retrocedió instintivamente hasta darse cuenta que la mirada del joven estaba centrada en sus manos y no abarcándola toda. Con eso descartó cualquier intención lasciva y se tranquilizó.

-¿La música? – preguntó levantando la flauta y él negó con un gesto de cabeza al tiempo que fruncía el ceño como si se concentrara.

-Las luces...eran hermosas, no sabía que había algo así...quiero hacerlas también – dijo y eso la hizo sonreír ampliamente.

Saga BlackdalionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora