Dave Williams.

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El señor Dave, con setenta años de edad, se levantó lo más ágil que pudo de aquella tumba llena de tierra y se frotó las rodillas con lentitud para aliviar el dolor. Había caído mientras cerraba los ojos para dedicarle una oración a su esposa que estaba enterrada a sus pies, y su mayor miedo de no poder hacer las cosas como hace un par de años se había hecho presente más rápido de lo previsto. Para su edad, los vecinos (incluyendo los Smith) lo envidiaban, ya que ¿cómo un hombre con tantas arrugas y canas podía pararse de manos y caminar hasta veinte pasos sin detenerse?, "la alimentación", era lo que siempre contestaba, no tenía nada de especial, pero en sus años de joven le había gustado mantenerse en forma, algo que hasta hace unos momentos perdió sin haberse dado cuenta hasta estar azotando contra la dura piedra con una placa que tenía el nombre de Marie Williams, su mujer.

Una mosca pasó volando a su lado y le arrancó los pensamientos, odiaba aquellos insectos y hubiera dado hasta el millón de dólares (que no tenía, por supuesto) para que los mutilaran. Tenía claro que ni en el momento de su muerte se detendrían, las moscas y los gusanos se comerían su cuerpo...

Al pensar en la muerte le dio un vago escalofrío haciéndole la piel de gallina y miró la hora desde el reloj que tenía puesto en su mano derecha, el que tantas veces le había elogiado Marie con vida. De nuevo volvió a caer en la pequeña depresión que le embargó desde que le avisaron que la señora había sufrido un desmayo en el vagón de un tren a cinco kilómetros de su casa, pero al llegar supo que no fue un simple desmayo, si no que la muerte había hecho de las suyas llevándosela sin siquiera despedirse. Gimió ante el aire que olía a ramos de flores y caminó unos pasos hacia el estacionamiento, ya era muy tarde y la luna se había colocado como la única entrada de luz a través de un pozo oscuro y sin salida.

Estuvo a punto de tropezar de nuevo con una roca gigante y la esquivó tomándose de un árbol a la derecha por suerte había estado ahí para salvarlo, como todas las personas que querían que siguiera adelante ante la muerte de su ser querido. Volvió a gemir.

Al subir al auto y ponerlo en marcha un hombre joven de piel blanca y aspecto sucio se acercó a él estirando el brazo con intención de tocar el vidrio, pero antes de que eso pasara Dave ya lo estaba bajando para que éste no lo estrellara.

"¿Sucede algo?" Preguntó en cuanto el sujeto se plantó a su lado.

"Claro, señor... esta entrada la cerramos hace treinta minutos" Se le veía aterrado por el repentino cambio del rostro de Dave, con las cejas fruncidas. "Tendrá que ir a la otra, que está cruzando el campo, no tardará mucho... ¿qué dice?"

"Pero por esta entrada salgo perfectamente a la avenida, si cruzo tendré que irme por otro camino"

"Lo lamento" Esta vez lo dijo con más seguridad. "No puedo abrir esta, solo soy el guardia de noche, no tengo las llaves, y será mejor que se apresure... no querrá quedarse aquí a dormir".

Dave, sin responder cerró el vidrio y arrancó dejando una gran capa de polvo sobre la ropa del muchacho, que empezó a maldecir en cuanto el auto se vio como un punto blanco a lo lejos.

A través de aquel terreno se sentía atrapado, como si lo hubieran dejado encerrado con los muertos que pronto vendrían por él. Y por fuera quizás juraba no tener miedo, pero por dentro sabía que ya todo podía ocurrir, desde ese día, desde ese martes en que vio a los hombres vestidos de negro... todo era posible. Lo recordaba perfectamente pero trataba de bloquearlo, nada estaba pasando realmente... Tiempo después, cuando llevaba ya un kilómetro de recorrido se preguntó si aquel hombre debía permanecer toda la noche en ese cementerio, encerrado, ¿y si le pasaba algo como llegaría a comunicarse? "Ya existen los celulares", pensó de momento, pero podría ser que ese hombre no contara con uno... ni el propio Dave tenía, le parecían cosas de jóvenes, y aunque se sintiera como uno era obvio que ya no pertenecía a ese grupo.

EL OJO [+18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora