CAPÍTULO 3.
ETERNAMENTE JOVEN
Gotas frescas caen sobre mi frente haciendo que reaccione. Algunos cuantos rayos del sol se filtran a través de las nubes grises que cubren el cielo. Hay un viento helado aquí afuera y ni siquiera puedo distinguir las azoteas del resto de los edificios que rodean al mío.
Sé que no tengo control sobre el tiempo y que no puedo cambiar lo que me sucede. Aún no logro acostumbrarme a vivir con esto que, aún después de tanto tiempo sigue perturbándome.
Puedo intentar mil cosas pero esta condena jamás me dejará. Parece que los años no han pasado para mi pues este amanecer helado y a la vez sombrío, me recuerda a aquella primera vez en la que me descubrí en esa forma. Ese amanecer frío y cruel, tal y como la persona responsable de lo que me sucedió.
No hay árboles en este lugar, tampoco escucho el sonido de los pasos y esas voces corriendo para detener el fuego que impregna mis pulmones cuando despierto. Me he quedado solo. Esas fueron las palabras que pronuncié en aquel entonces. Esa mañana lo vi todo de la misma forma en la que lo veo hoy.
Me levanto mirando hacia todos lados. Mi respiración está agitada. Mis ojos llenos de lágrimas desesperadas que poco a poco resbalan hasta mojar mi cuello. Siento como si hubiera estado en ese mismo lugar aún y a pesar de que han pasado tantos siglos. Este frío me recuerdo tanto a aquel amanecer pero debo tranquilizarme porque sé que ya no estoy en ese lugar. Ya no estoy en el bosque. Estoy en esta ciudad. Hoy mi realidad es otra.
Camino hacia la ventana. Hay agua congelada y la sensación sobre mis pies me hace tambalear. Procuro pisar con cuidado intentando levantar el vidrio que protege la ventana con mucha precaución. Intento mantener el equilibrio pues puedo caer varios metros hacia abajo. Muevo mi mano izquierda empujando el cristal hacia arriba mientras muevo mi pie dentro del pequeño espacio que he logrado abrir. No controlo la fuerza con la cual levanto el vidrio y escucho como este se parte en pedazos cayendo sobre mi pie, lastimándolo un poco una vez que estoy dentro. Miro hacia abajo a pesar del vértigo. Pude salir de esta.
Entro cayendo sobre el piso, golpeándome el hombro. Siento un dolor muy fuerte pero mis ojos se distraen buscando la herida que me hice en el pie pero ya no hay rastros de sangre porque he sanado rápidamente.
Al levantarme me apoyo sobre la mesa que está cerca de la ventana. Mis dedos arrojan una carpeta color café al piso. Es así como unas cuantas hojas se esparcen frente a mis pies. Me inclino a levantarlas, encontrándome con esos dibujos que había estado tratando de esconder. Están hechos con carbón ya seco sobre esas hojas de esquinas amarillentas y desgastadas.
Mirar esos dibujos sólo me remonta a la primera vez que los dibujé... Acababa de encontrarme con ella dentro del bosque. Teníamos que vernos a escondidas y acompañados por su dama de compañía, quien cuidaba que nadie se acercara para que no nos descubrieran juntos.
Ella y yo platicábamos recargados sobre el tronco de un árbol. Ese lugar que se convirtió en el punto de encuentro de nuestra historia de amor porque era el único lugar en el que podíamos ser nosotros. En ese lugar nos sentíamos libres.
Frente a ese árbol observé su rostro con detenimiento, acariciando la suavidad de sus mejillas. Tenía una piel tersa, como la seda con la cual estaban hechos algunos de sus finos vestidos. Sus cabellos siempre caían por sus hombros, eran ondulados, de un tono castaño muy claro, casi como la miel, que era el tono que tenían sus ojos.
Acaricio los trazos que forman las líneas de su rostro, imaginándola frente a mi, soñando con esos momentos que no se han ido de mi mente. Su recuerdo es quizá lo único que me mantiene vivo. Pienso que si su recuerdo no existiera, desde hace tiempo que habría dejado de respirar.