4. Reencuentro

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CAPÍTULO 4.

REENCUENTRO.

Volverlo a ver es una sorpresa. Y pensar que hace tan sólo unos días le estuve escribiendo una carta. Pero hoy, como una casualidad, lo encuentro frente a mi. Es mi gran amigo, el único que tengo. Él es un hermano para mi.

Lo empujó con gran fuerza. Mis manos apenas y pueden impulsarse contra él porque es igual de pesado que pero no mido la fuerza con la cual lo empujo y solo escucho como el sillón sobre el que ha caído, se parte en pedazos.

- No esperaba más. Sabía que me darías una bienvenida como las de antes-.

- Tienes la mala costumbre de aparecerte sin avisar. Eso es algo clásico de ti Noah-.

- Vale. ¿No te da gusto verme?-. Pregunta sacudiendo su saco que se ha manchado de polvo.

- ¿Bromeas?-. Ven acá.

Noah y yo estrechamos nuestras manos. Un abrazo de mi mejor amigo es justo lo que necesito. Creo que la visita de Noah me distraerá bastante. Es muy divertido. Noah siempre sabe cómo hacerme sentir mejor.

- Las cosas han cambiado mucho por aquí. No recuerdo bien cuando fue la última vez que estuve en NY-. Dice.

- Ni siquiera yo recuerdo con exactitud cuando fue la última vez que nos vimos-.

– Extrañaba mucho el invierno. Ya sabes, los climas fríos son lo mío-.

Noah es de esas personas que no paran de hablar. Siempre tiene alguna anécdota que contar. Lo mejor de conocerlo es saber que la gente se "enamora" de él al instante. Podría jurar que ha dejado un sin fin de amigos en cada rincón del mundo, aunque él y yo sabemos que hay una persona muy especial que ha sido nuestra única y verdadera cómplice en todo esto. Alguien a quien le perdimos la pista desde hace varios años.

Tenerlo frente a frente y escucharlo hablar sólo hacen que recuerde cómo fue la primera vez que nos conocimos...Vaya que no fue un encuentro normal.

Fue en Octubre de 1946.

La Segunda Guerra Mundial había terminado justo un año atrás. Las cosas estaban volviendo a la normalidad en el mundo. Recuerdo que había estado escondido en Inglaterra durante ese tiempo.

Fueron años muy difíciles los que viví dentro de Europa. Ahí fue donde conocí la miseria humana y la muerte, viendo como día tras día los soldados limpiaban las calles cargando los cuerpos de los civiles heridos y cuerpos casi en estado de descomposición. La belleza y plenitud de las ciudades había desaparecido por los escombros y la suciedad que había traído la guerra.

Nunca olvidaré los gritos de los niños, las imágenes de las mujeres corriendo y tratando de librar los bombardeos masivos de las tropas enemigas por las calles de la ciudad, en los vecindarios, por doquier. Ese fue un período horrible que me hizo valorar la vida pero sólo fue durante esos años pues cuando todo terminó, el mismo sentimiento volvió a invadirme; el de la soledad.

Había decidido que pasaría un año viviendo en Nueva Orleans y fue el último día que estuve en Inglaterra cuando al salir a pasear por las calles, me encontré con unos muchachos atacando brutalmente a un soldado. Estaban completamente borrachos, de eso me pude dar cuenta al sentir el fuerte olor a alcohol que emanó del aliento de uno de los chicos que me atacó cuando intenté ayudar al soldado que estaban golpeando.

Aquello sucedió aproximadamente a las nueve treinta de la noche. Caminaba desesperado buscando un callejón donde esconderme. Estaba lejos de casa. Si no regresaba antes de la medianoche, todo ocurriría en plena calle. No podía permitir que alguien descubriera lo que me sucedía al caer la medianoche.

Me distrajeron los gritos de ese muchacho. Intentaba defenderse pero lo tenían acorralado. Lo golpeaban en el estómago con mucha saña y con ventaja pues uno de ellos lo había logrado someter.

Al principio me escondí tras uno de los árboles que estaban en el parque de enfrente. Quería ayudarlo pero a la vez pensaba en que no era conveniente buscarme problemas. Aún así, me acerqué silenciosamente. Lo que llamó mucho mi atención fue que ese soldado aguantaba los golpes como si fuera súper humano. Aunque ya estaba muy herido, él seguía resistiéndose con una gran fortaleza. Los otros continuaban golpeándolo brutalmente pero no lograban derribarlo. Parecía que ese soldado no estaba dispuesto a ceder, aún cuando uno de ellos le rompió una botella en el rostro, él se mantuvo de pie. Al verlo desangrándose decidí acercarme para defenderlo.

Eran seis muchachos. A pesar de mi nerviosismo y desesperación porque las horas se hacían cortas conforme pasaban los minutos, logré derribarlos, uno a uno.

La sangre corría por el rostro del soldado. No podía ver sus facciones. Tenía vidrios incrustados sobre la piel. Ese golpe le había desfigurado el rostro pero a pesar de las heridas, él siguió respirando, lento, pero lo hacía. Le pedí que se apoyará en mi hombro mientras buscaba ayuda. En este lugar tenía que vivir algún doctor o alguien que pudiera ayudarnos.

Sabía que la hora se estaba acercando pero mi deber antes que cualquier otra cosa era salvarle la vida. No podía dejarlo ahí.

Gotas de sangre caían una a una sobre mi zapato. Mi chaqueta estaba manchada al igual que mis manos. Su cuerpo era muy pesado, era como si estuviera arrastrando a alguien con el doble de mi peso. No pude más y me dejé caer sobre la calle. Su cuerpo cayó justo a un lado mío pero azotando de frente. Creo que gracias a que ya no pude más con su peso, fue que descubrí algo que me impactó. Sus heridas habían cicatrizado. Sorprendido, arranqué un pedazo de tela de mi saco para limpiarle el rostro. Quedó manchado por el fuerte color que tenía su sangre, casi carmesí pero lo que vi fue claro, su rostro estaba perfecto. No había ningún golpe.

Me quedé sin habla, sentado a un lado suyo. Trataba de asimilar lo que había visto. Trataba de mantener la respiración que empezaba a agitarse al escuchar la primer campanada de una iglesia que estaba cerca de ahí.

La llegada de la medianoche se acercaba, no había marcha atrás. No iba a poder escapar esta vez.

Su pecho se empezaba a mover con normalidad. Estaba respirando de nuevo. Sus dedos se movieron y poco a poco fue acercándolos a su rostro. Me levanté asustado buscando hacia donde huir. Estaba frente a un soldado al que habían herido. Su sangre estaba en mi saco, en mis manos, si no huía antes de que abriera los ojos, pensaría que yo lo había atacado.

De nuevo el sonido de las campanas. En pocos minutos, la tercera de ellas me avisaría que había finalizado el día.

Mi cuerpo temblaba. Mis huesos atravesaban mi piel haciéndome gritar por el dolor. La piel de mi rostro se estiraba haciéndose cada vez más pequeña. Sólo escuchaba mis gritos ensordeciéndome pero muy a lo lejos, pude escuchar los de alguien más. Era el mismo dolor y al abrir los ojos, casi en sombras, pude verlo. Sabía que era él. Estaba sobre el piso quejándose de un dolor muy fuerte, el mismo dolor que yo sentía.

Con el sonido de la última campanada comprendí que todo había terminado. Mis pasos se convirtieron en delicadas pisadas sobre una calle oscura y abandonada.

Un ligero ruido fue lo que atrapó mi oído y al mirar de donde provenía, me encontré con dos brillos que apuntaban hacia mis ojos.

Ese día supe que había alguien igual que yo. Un ser humano que había caído en desgracia, alguien con quien compartía esta miserable eternidad. Ese día fue cuando conocí a Noah. Nos convertimos en compañeros de dolor, en cómplices. Ambos guardábamos el secreto del otro pero tiempo después, nos convertimos en cómplices de algo mucho peor. Lastimamos a una persona que fue muy buena con nosotros. No sé si él la recuerda pero yo si. Su nombre era "Andrea".

PenumbraWhere stories live. Discover now