Erik

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-Dragones.- dijo, tras un largo rato pensándoselo.-Reptiles grandes, con alas y..., escupen fuego, ¿hay o no hay?- se quedó aguardando la respuesta de Rurk.

-Bueno, si y no,- respondió este llevándose la mano a la barbilla- si tenemos dragones aquí pero, los dragones rojos, los que escupían fuego, se extinguieron, aunque aún tenemos varios tipos más de dragones, pero no todos vuelan. En el Norte están los dragones blancos, son muy similares a los rojos pero son blancos y tienen un aliento congelante, en los pantanos de Neconan están los dragones negros, no vuelan, pero son más grandes y fuertes que los demás, además escupen ácido. Y por último tenemos a los dragones acuáticos, tampoco vuelan, son de un color azulado oscuro, son muy agiles y rápidos, tanto dentro como fuera del agua, y bueno, forman una parte importante del ejercito Quiuniano. No te puedo decir mucho más, esto es lo que se por libros que he leído, pero nunca he visto ningún dragón de carne y hueso.

A Erik le encantaba aquel pequeño juego que se llevaban entre manos Rurk y él. Básicamente consistía en hacerle preguntas al otro con respecto al mundo de cada uno. Había pasado cerca de una semana desde que Erik había aparecido en el bosque, después de que hubiese recuperado sus recuerdos, les había intentado explicar a todos lo que él creía que había ocurrido. Lo último que recordaba antes de despertarse en el bosque, era estar sentado en un banco, a partir de ahí todo se volvía negro, pero era evidente que lo que hubiese ocurrido ahí era la clave del rompecabezas. Maelgar, el maestro de Rurk, y ahora suyo también, había decidido acogerlo como alumno para intentar desvelar aquel siniestro secreto, Maelgar le había dicho que comenzaría por enseñarle cosas muy básicas que podrían serle útil tanto para intentar recordar, como para poder defenderse en este nuevo mundo.

Y así había comenzado a practicar con la espada y con la magia. Cuando Maelgar le pregunto si quería aprender magia, y le explico las ventajas que esto le podía suponer, Erik no se lo pensó dos veces, en cuanto acepto su maestro no tuvo más que "abrir" su mente a la magia. La mente de un mago era la fuente de todo su poder, también se le podía denominar alma, los magos almacenan en sus mentes toda la información que ellos consideran importante, con la diferencia de que la mente de un mago, al contrario que la de un no-mago, era totalmente accesible para el en todo momento, una ventaja que resultaba del todo inútil si no se organizaba esa información de manera adecuada. Maelgar le había dicho que la mente de un mago era como una ciudad, dentro de la cual el mago guardaba toda la información que le resultaba útil, le había mostrado la suya como ejemplo y Erik no tardó mucho en construir una ciudad donde guardar toda la información. En su mente tenia libertad absoluta, todo lo que imaginaba lo podía representar directamente. En su mente, el cielo era siempre azul, su ciudad era pequeña y modesta, pero una alta y resistente muralla la protegía, ya que debía de proteger su mente de otros magos. Más allá de la muralla había un vasto prado verde, que se cortaba bruscamente a buena distancia de la ciudad. Aquel era un pedazo de tierra flotando en medio de la nada, aunque caer no le preocupaba, se había dado cuenta bien pronto de que para desplazarse por su mente le bastaba con pensarlo. Maelgar le había explicado que en cada edificio debía guardar recuerdos o conocimientos del mismo tipo, luego el número de edificios en su mente aumentaría con el tiempo.

Erik albergaba una docena de edificios en su mente, pero había uno de ellos que estaba muy separado de los demás, de no ser porque Maelgar se lo había prohibido expresamente, estaría fuera de la muralla. En aquel edificio Erik guardaba algo que no quería volver a recordar jamás, su pasado. Había decidido dejarlo de lado, quería interpretar aquello que estaba viviendo como una segunda oportunidad.

El proceso de creación y organización de su ciudad no le había llevado más que un par de horas en el mundo real, ya que el tiempo transcurría mucho más rápido dentro de la mente, mientras que los aprendices normales podían tardar varios días en completar ese proceso, según le había dicho su maestro tenía un talento innato para la magia. Dentro de su mente, en teoría, era capaz de hacer cualquier cosa dentro de un límite, lo que los magos llamaban potencial. El potencial es el poder máximo del que un mago puede disponer, este límite se va incrementando a lo largo del tiempo. Erik lo había comparado con un recipiente que contiene el poder de cada mago. Dentro de la mente se disponía siempre del máximo potencial. Maelgar le había dicho que antes de llevar a la práctica cualquier hechizo debía controlarlo previamente en su mente, ya que si lo intentaba de otra manera, podía tener un resultado nefasto.

El Guardián del HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora