VII

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Henry recordó a Ashton diciéndole que la jovencita nunca le respondería. Conforme iba pasando los segundos, iba creyendo que así sería. Claudeen no era alguien que hablara con facilidad de cualquier cosa, sobre todo en un tema tan personal como lo que sucedía dentro de su casa. Se le notaba a la distancia la dificultad que pasaba cada vez que aceptaba algo. Necesitaba de gran confianza en la otra persona, sentirse segura de no ser el blanco para flechas de pena y lástima. No estaba segura de poder confiar en Henry. Notaba que él tenía cierto interés en ella. Le molestaba no saber a qué se debía, le costaba aceptar que en ocasiones la persona menos esperada podía interesarse en ella, en su vida.

 Los ruegos de Henry eran transmitidos por sus ojos. La preocupación gritaba la necesidad de una respuesta. Y Claudeen intentaba encontrarle una razón a esa insistencia en Henry. ¿Qué demonios quería de ella? ¿Sabía que Claudeen no podría darle ni un pedazo de ella? Se consideraba una chica rota después de tantos golpes e insultos de Frank. Lo único que disponía era tiempo, aunque eso igual le escaseaba. Claro, para la chica no existía la posibilidad de un presidente estudiantil preocupado por el bien de una alumna tan común como ella. O la posibilidad de que Henry estuviera investigando sobre ella para saber si lo que estaba haciendo era lo correcto. En esa escuela de ricos todos estaban metidos en sus propios asuntos de niños ricos, rodeándose con puros niños ricos.

 Le costó trabajo decidirse por una respuesta.

 —¿Claudeen? —inquirió Henry, viendo que no respondía.

 Los cabellos pelirrojos se encontraron con las mejillas de Claudeen cuando movió la cabeza, haciendo como si saliera de un trance.

 —Disculpa, tus ojos son muy llamativos —se excusó. Henry la miró confundido, definitivamente no se esperaba aquello, pero no sospecho la mentira—. No sucede nada, solo que a esa hora es mi toque de queda entre semana —dijo con fluidez. Henry se tragó sus palabras—. Ayer me resbalé en las escaleras y rodé como pingüino.

 —No debió de haber sido muy cómodo el piso —Cliché rio suavemente.

 —No, no lo fue —siguió con la mentira. Un fragmento de la noche anterior llegó a ella, la abrazo sin señales de dejarla ir. Obligándose a mantener la compostura, siguió hablando—. Bueno... —miró incomoda a Henry, estaba sentado a pocos pasos de ella—. Creo que... iré a la enfermería. Gracias por traerme.

 —Cuando quieras —la ayudó a levantarse.

 Unos pasos más adelante Claudeen volvió a sentir una punzada que la hizo perder el equilibrio. Henry observo, divertido, la caída cómica de Claudeen. Ante sus ojos, fue cayendo lentamente a un costado. En un intento de salvarse dio un paso con el pie bueno, consiguió hacer la caída más dolorosa. Todo su peso había caído sobre el tobillo lastimado. Henry negó con la cabeza, caminó hasta ella y la levantó de las axilas.

 —Puedes apoyarte en mi bella persona —Claudeen se limitó a rodar los ojos. Casi se le olvidaba que detrás de ese chico amante de sobornar a Molly se encontraba un adulador a su propia persona y arrogante.

 Vio la mano que le tendía Henry. La chica titubeó, sus manos temblaban con la idea de poner un dedo sobre un chico. Ignoraba un acontecimiento ocurrido minutos atrás, el hecho de haber sido levantada por Henry y, a sin darse cuenta, había hecho que su cerebro no permitiera mandar señales de alarma cuando este subió la manga de su blusa y pasó su dedo sobre el moretón. Si lo que intentaba era alejarlo, solo conseguía darle acceso a lugares que ni Joe estaba permitido de entrar: su área de privacidad.

 —No como Clichés, no son jugosas ni apetitosas. No podrás llegar hasta la enfermería sola.

 —Claro que sí.

Soy tu cliché personalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora