XVIII

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 —¡Elizabeth! —escuchó Claudeen que una voz conocida exclamaba en el recibidor de la casa de su abuela.

Alzó una ceja y miró a su primo en busca de respuestas, él se encogió de hombros y Oliver alegó que tenía un acento norteamericano demasiado chistoso como para olvidarlo. En resumen, no sabían quién sería la persona ni qué quería con su abuela. Curiosa, Claudeen arrastró a los muchachos fuera de la habitación. Mientras recorrían el pasillo iba recordando la magnífica acústica de esa casa, una vez su padre había gritado su nombre de un extremo y ella lo escuchó tan claro como si estuviera a su lado. Aquella vez había quedado sepultado por los libros de su abuela y sólo estaban ellos dos y Chuleta en la casa. Una sonrisa apareció en los labios de Claudeen al recordar a la perrita dándole besos babosos a su padre cuando lo sacó de ahí.

—Pensé que ya habías olvidado cómo sonreír —le susurró Oliver al oído.

—Ya somos dos —respondió ella ampliando la sonrisa.

—Bien coquetos, aléjate de mi prima.

Prince se abrió un espacio entre ellos.

—¿Quién quiere coquetear con una niña que ama un cliché?

—Henry no es un cliché... ¡tampoco lo amo!

—¿Tengo que volver a decir los puntos para que un hombre sea un cliché? Eres demasiado original para estar con él.

—¿Y a ti qué te importa? Metiche.

De no estar Prince de por medio entre ellos, Claudeen ya hubiera clavado su codo en las costillas de Oliver. El primo se sintió nuevamente en el pasado conviviendo con sus amigos más cercanos, siempre se habían llevado así, con discusiones y gritos. Alguna vez se preguntó si esos roces eran simples roces o eran para llamar la atención del otro, ahora ya no lo pensaba tanto y en realidad esperaba que no surgiera nada entre ellos. Tenían mentes tan cuadradas que terminarían lanzándose zapatos y planchas de peinar. ¿Pero qué estaba pensando? No llevaba ni una hora de haberse reencontrado. Prince miró primero a su prima y luego a su amigo. Cualquier cosa puede suceder.

Hasta encontrarse a la persona menos esperada allí en casa de su abuela, diría Claudeen al llegar al barandal de la escalera pegada a la pared circular. Se detuvo de inmediato, casi cayó al segundo escalón al ver a un hombre abrazando a su abuela. Menudo y de cabello castaño. Por un segundo pensó que era su padre de joven, un fantasma más de su pasado, pero en cuanto se separó el hombre de su abuela se dio cuenta del gran error que había cometido. No era su padre, sino Ashton Young.

—¿Qué haces aquí? —preguntó antes de poder contener las ganas de hacer la pregunta. Su voz sonó cortante, no la reconoció como suya. Prince, a su lado, tensó los puños pensando que se trataba probablemente de Henry. Claudeen se percató y pensó lo mismo—. Es Ashton —le dijo. Los músculos de Prince se relajaron.

Oliver se mantuvo en silencio, esperando una señal para saber cómo actuar.

—Saludando a mi madrina, ¿y tú? —respondió Ashton, los ojos verdes sonrientes.

Claudeen no pudo responder, su abuela se le adelantó.

—Señorita, ¿qué es eso de llegar a casa de tu abuela y no saludar?

—Me dijeron que estabas ocupada... —se encogió de hombros bajando la escalera.

—Para mi nieta nunca —abrió los brazos y rápidamente Claudeen corrió a la protección de su abuela—. Estás preciosa, ¿cómo has estado?

Podría estar mejor, pensó.

—Bien... —los que la conocían bien sabían que escondía algo. La abuela afiló los ojos buscando algo que no encontró.

Soy tu cliché personalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora