Olova había crecido desordenada a los pies de uno de los tres Templos Mayores debido a los asentamientos de refugiados que buscaron la protección de la Orden Mirlaj durante la guerra. La llamaban la ciudad de las siete culturas porque había gente de todas las provincias de Svetlïa.
Su cercanía con la orden la convertía en uno de los lugares más probables para que Raymond apareciera, por eso Iván llevaba una semana merodeando por sus calles a la espera de oír aunque fuera un rumor. Su mayor miedo era que ya hubiera llegado y estuviera en el templo, un lugar vetado para los desertores como él.
Ese día fue una pérdida de tiempo. Desde el amanecer, una tormenta cubría por completo Olova y no había dejado de llover. Iván no tuvo más remedio que regresar a la posada donde se hospedaba y ahogar sus inquietudes bebiendo trago tras trago de su jarra de cerveza.
Resopló frustrado, sin saber con qué llenar el tiempo libre que tenía desde que William partió a Vasilia. No se había dado cuenta, pero todos esos años a su servicio lo tuvieron sumamente atareado.
Pensar en el vampiro le hizo recordar el día en que llegó a Isley hacía ocho años, en una noche igual de tormentosa. En ese entonces sus pertenencias se reducían al par de zapatos que llevaba, las ropas empapadas que cubrían su tembloroso cuerpo, un morral con un mendrugo de pan y su daga mirlaj, su única posesión valiosa.
El largo viaje a pie desde el templo donde nació hasta el castillo, había dejado huella en el exhausto muchacho. Pero su determinación era más fuerte que el hambre, el frío o el dolor de sus pies maltratados por el camino.
Y así se presentó frente al vizconde: aferrado a su última esperanza, sin familia y tras traicionar a la orden.
El William de entonces era exactamente igual que ahora, pero para el Iván de doce años, que nunca había visto un vampiro, resultó aterrador. La penumbra de la habitación donde se encontraban tampoco ayudaba.
—¿Quién eres?
—Iván.
El vizconde enarcó una ceja.
—¿Tu apellido?
—Grigore, pero es más relevante deciros que soy nieto de Raymond.
Los ojos ambarinos de William se encendieron como ocurría cada vez que se emocionaba; pero hace ocho años, Iván no lo sabía y retrocedió, asustado.
—¿Sabes quién soy? —continuó cuestionándolo.
—Sé qué sois un vampiro.
—¿Y qué te hace pensar que te permitiría marchar de mi castillo con mi secreto? —dijo cerniéndose sobre él.
En un acto reflejo, Iván se llevó la mano al cinto donde portaba la daga. Intentó extraerla, pero el vampiro fue más rápido. Se lanzó sobre él e inmovilizó su brazo, impidiéndole desenvainar. No le quedaban fuerzas para luchar, pero debía admitir que ni en el mejor de sus días habría sido capaz de enfrentarlo.
ESTÁS LEYENDO
Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]
Fantasy¡YA EN FISICO! Tras escapar de las garras de su señor, Wendy solo piensa en vengarse. Al borde de la muerte, acepta la oferta de un vampiro a cambio de su alma. ...