44. Lealtad (parte 2)

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Había dejado de llover, pero el cielo nocturno continuaba cubierto de nubes y no había ni un solo rayo de luna que las alumbrara

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Había dejado de llover, pero el cielo nocturno continuaba cubierto de nubes y no había ni un solo rayo de luna que las alumbrara. Aunque la vista de los vampiros era mucho más aguda en la oscuridad que la de cualquier humano, no podían abrirse paso en medio de la más absoluta negrura. Sin embargo, Sirina temía encender una antorcha que pudiera delatar su posición, por ello su avance fue lento.

A Wendolyn comenzaron a hormiguearle los brazos después de tantas horas en la misma posición sosteniendo no solo las riendas, sino también el cuerpo inerte de William que continuaba inconsciente.

—¿Qué haremos cuando lleguemos a la frontera? —preguntó para distraerse.

—Cruzarla por el mismo lugar que a vuestra ida —dijo la capitana sin dejar de otear la oscuridad.

—¿Vendrás con nosotros?

—Solo hasta asegurarme de que no hay peligro.

—Gracias, eres muy leal.

—Soy soldado. Lo he sido durante mucho tiempo.

—Aún así, no esperaba que llegaras tan lejos para proteger a William. Todo tu destacamento ha muerto.

Sirina permaneció en silencio y Wendy pensó que ya no contestaría.

—Servimos a la estirpe de los Hannelor, es nuestro deber proteger su sangre a toda costa —dijo al fin.

Wendy se mordió el labio.

—Cuando era humana, mi madre quería que me casara con el hombre más rico a mi alcance y tuviera a sus hijos.

—Las mujeres en Svetlïa no tienen más opciones —corroboró Sirina—. Es muy diferente para las vampiras.

—Pero ahora que puedo elegir, no sé qué hacer.

—Podriais encontrar vuestro lugar en la corte, sé que en realidad no deseáis volver a Svetlïa.

Wendy la miró sorprendida.

—¿Cómo lo sabes?

—Os oí hablar con el zral mientras hacía guardia. Dijisteis que, aunque él volviera, no lo acompañaríais, sin embargo, aquí estáis.

—No voy a abandonarlo a su suerte; él no lo haría conmigo —dijo mordaz—. Además, ¿qué voy a hacer yo en la corte?

—El canciller os tomaría como pupila. No os mostréis tan sorprendida —dijo mirándola de reojo—. Vio potencial en vos, por eso os envió a la mascarada.

—Para ser su espía. No le importó ponerme en peligro.

—Os escolté precisamente porque el canciller se preocupó por vuestra seguridad, el riesgo era mínimo.

—Pero no inexistente.

—Quien no arriesga, no gana —dijo Sirina, encogiéndose de hombros.

—En eso debo darte la razón, pero convertirme en una espía...

Los eternos malditos ✔️ [El canto de la calavera 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora