4; Tsuna.

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Para cuando Tsuna llegó a casa Kyoko ya se había ido a cenar con Haru y en el lugar sólo se encontraban su tutor y una visita, Mukuro.

Ambos le miraron con indiferencia y luego al niñato que le dejó en el salón y se fue a la cocina como Juan por su casa, volvieron la vista al castaño otra vez, se encogieron de hombros y siguieron jugando ajedrez.

—¿En serio no van a preguntar?

Reborn movió el caballo negro, Rokudo gruñó al ver que perdía dos piezas más.

—¿Quieres que lo hagamos?

Sawada se encogió ligeramente, realmente no tenía ganas de algo así por lo que les dio la espalda e ingresó a la cocina en busca del crío, lo encontró sentado en uno de los taburetes de la isla con un vaso de leche chocolatada y un sándwich de jamón de pavo.

¡Y sabía que era de pavo porque esa mierda era suya!

—¡Hey! —exclamó al ver que el mocoso aquel le sonreía mientras devoraba el pan—. ¡Eso era mío!

—Lo has dicho —masticó—. Era.

Tsunayoshi frunció el ceño molesto, se cruzó de brazos y adoptó una postura similar a aquella que tomaba su madre cuando de pequeño metía perros callejeros a la casa.

Sólo le faltaba la pantufla en la mano izquierda y estaría perfecto.

—Kyo-kun, está mal que te comas mi comida —regañó—. No vuelvas a hacerlo.

El azabache arqueó una ceja y miró por encima del hombro del adulto a dos hombres que les miraban con burla, uno de ellos se parecía demasiado a Ku-kun.

Menudo crío molesto, ¿incluso existía en ese sitio?

—Si no me lo como yo —señaló los restos del sándwich—. ¿Quién se lo comerá?

El universitario tensó la mandíbula llenó de irá y frustración, gruñó.

—¡Es obvio que yo, ingrato!

Kyohei miró el plato durante un rato, tomó el vaso, bebió, miró a Tsuna, volvió a beber, sonrió.

—¿Y por qué te lo comerías tú y no yo?

Uno, otra vez, dos, nuevamente...

—Porque son mis cenas.

Sonrisa, sonrisa.

Aquel niño le ponía de los nervios.

Tres, again, cuatro, por dos...

—¿Y por qué lo son?

Cinco, seis...

—Pues porque Kyoko los hace para mí.

La sonrisa del niño cayó, hubo un breve destello de reconocimiento en sus ojos.

—Creo que tengo ganas de vomitar —se levantó dejando las cosas sucias sobre el mesón—. Tu cara en serio me molesta, viejo.

Desastrosas niñeras.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora