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Pasó un mes para cuando Jimin se acostumbró al olor de la sangre y la carne cruda que le rodeaba. Después de que su abuelo consiguiera que uno de sus amigos, que se dedicaba al negocio de la carnicería, le diera un trabajo de medio tiempo, Jimin supo que sus abuelos no se la dejarían fácil. Sabía lo que vendría cuando cumpliera dieciocho años, le echarían excusándose de que ya era un adulto y conocía lo que era tener un empleo. Lo supo, pero aceptó el trabajo con la promesa de que el dinero sería sólo para él, no tendría que gastar para el instituto y su abuela seguía dándole dinero a la semana para que almorzara en la cafetería.

No era la gran cosa, Jimin sólo atendía los pedidos en su mayoría, recibía el dinero y se ganaba unos cuantos cumplidos por parte de la clientela femenina. Estaba acostumbrado, ya no les tomaba importancia, se concentraba en ser amable y hacer su trabajo.

Sin embargo, cuando tres empleados de la carnicería se ausentaron debido a un resfriado por varios días, el viejo amigo de su abuelo no tuvo otra opción más que pedirle a Jimin que le ayudase a matar a cuatro cerdos. La escena fue sangrienta y retorcida. Desde una esquina del matadero Jimin vio cómo el hombro alzó el hacha y aún con el animal berreando cortó la cabeza sin piedad. La sangre brotó y manchó las botas que llevaba puestas. Se quedó estático mirando aquella imagen, tembló cuando el hombre le tendió el hacha y le dijo que él tendría que hacer el resto. Quiso negarse a ensuciar sus manos, pero algo le hizo retractarse. El viejo Im era un hombre frío, duro e intimidante, Jimin imaginó que ese hombre no tendría problemas en levantar un arma filosa contra otra persona. Se sintió acorralado y tomó el hacha. Jimin asesinó tres cerdos y tuvo que volver puntual a las nueve de la mañana al cajero a recibir los pedidos que pronto comenzarían a llegar. Lavó su rostro y manos de la sangre, pero el delantal y sus botas quedaron manchas por el resto del día.

―Eh, ¿Jimin?

Cuando escuchó el tono socarrón tan característico de Sanha, uno de los tres del grupito que frecuentaba, bajó la mirada dándose cuenta de que miraba el ensangrentado delantal que llevaba, divertido.

―Así que en tu tiempo libre juegas en el matadero ―rió ―. Espera a que Jongup y Hoseok lo sepan.

Jimin sostuvo su mirada sin dar ninguna expresión fija, la fila se había hecho larga detrás de Sanha y las personas comenzaban a impacientarse. Le dio una amable sonrisa y habló suave, aun sabiendo que se burlaría después de ello.

― ¿Qué desea ordenar?


Sintió una mano sobre la parte posterior de su cabeza obligándole a estar más cerca del suelo, comprimió sus labios y arrugó la nariz al sentir el hedor de la carne cruda que tenía frente a él.

―Vamos, cómela ―dijo Jongup ―. Trabajas en una carnicería, deja de actuar como una niña.

Sanha se rió por lo bajo y miró a través de la videocámara que Hoseok sostenía. Cuando el chico de rulos había abierto la boca, sólo había sido con la intención de darle una enfermiza idea a Jongup, y esa misma tarde, durante el fin de semana cuando decidió que sería divertido hacer una broma sobre ello lo único que Jimin supo es que recibió una invitación para pasar la tarde en la casa de Jongup, quien sólo vivía con su hermano mayor que trabajaba durante todo el día.

―Por favor ―susurró ―. No me obligues.

La mano sobre su cabeza se volvió mucho más pesada y sus oídos se inundaron de la risa descontrolada de Sanha. El cuerpo entero le tembló y miró de reojo a Hoseok que grababa todo sin titubear. Nadie iba en contra de Jongup, incluso él.

― ¡Ah! ¡Ugh! ―exclamó Sanha cuando Jimin abrió la boca y dio el primer mordisco.

Se sintió vomitar cuando el primer bocado viajó por su faringe a su esófago, se estremeció al saborear la sangre en sus papilas gustativas y cerró los ojos con fuerza.

―Trágalo todo ―ordenó Jongup, quien miró sin inmutarse ―, cerdo.


Cuando los chicos mostraron el vídeo a varios de los compañeros de la clase y de grados superiores, Jimin no tuvo otra opción más que ignorar las miradas curiosas que recibía al caminar por los pasillos. Seguía sentándose a la mesa junto a los tres chicos que le habían forzado a comer carne cruda de animal. No entendió qué pasó por su mente cuando aceptó el hecho y decidió que no era necesario reportarlo con ninguno de sus profesores o el mismo director, sólo lo proceso como un mal recuerdo que ya había pasado, nada más.

Pero, la razón por la que Jimin se quedó no fue por estima o algo parecido. Jimin se quedó por curiosidad, rencor y para recuperar esa videocámara antes de que alguien más viera «aquello que hizo». Jimin conocía la manera de cada uno de los tres chicos. Sanha era un diablillo que se orinaría en los pantalones cuando le atraparán en el acto y tuviera que hacer frente a las consecuencias, Jongup era el tipo de psicópata que no mostraría arrepentimiento, pero le frustraría ser sometido y Hoseok era el más débil de ellos, el único que aún miraba a Jimin cuando nadie más se daba cuenta, creyendo ingenuamente que el chico no se percataba.

«Tan lindo» pensó Jimin.


― ¿Qué era eso de que lo querías hablar, Jimin? ―preguntó la consejera aquel lunes por la mañana.

Jimin se removió, incómodo en la silla de cuero y ocultó sus temblorosas manos bajo sus muslos, las manos se le congelaban con aquel clima gélido. No fue capaz de mirar a los ojos a la mujer de cuarenta años y dudó por un instante.

―Se supone que iríamos los cuatro a una cabaña vieja en el bosque del sur ―susurró, haciendo una pausa, desconcertado ―. Mis abuelos no me dejaron ir...

― ¿De qué hablas, Jimin?

Miró a la mujer por debajo de las pestañas y batió con lentitud antes de articular las palabras.

―Creo que Hoseok hizo algo que no le agrado a Jongup y Sanha ―murmuró ―. No le vi en las primeras clases.


n/a: voy a intentar acabar esto en cinco días más, .

170708;;

FILL MY SOUL WITH VOMITDonde viven las historias. Descúbrelo ahora