Erin

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May no regresó a su casa aquella tarde, ni siquiera notó cuando pasó de largo el conocido portón de su hogar y siguió caminando varias calles más sin siquiera detenerse. La cabeza le daba vueltas en un torbellino de pensamientos que no podía controlar; sus pies, aún más confiables que su corazón, la arrastraron tras un par de minutos hacia un sitio seguro.

El olor a jengibre se lo anunció primero, ya que era el olor que aquella casa tenía todo el año. Cuando May dio dos golpes secos en la puerta de madera apenas y pudo distinguir el rostro sonriente que la atendió, empañado como se veía tras un velo acuoso que empezaba a escurrir por sus ojos grises.

 

— ¿May? — dijo la voz femenina, preocupada.

—Puedo… — preguntó ésta con la voz quebrada, sin poder terminar la oración

— Pero claro mi niña, claro— dijo la mujer tomándola de los hombros y guiándola hacia el interior de su casa.

 

Desde que Marie era niña no recordaba una sola semana en la que no hubiera estado en aquel hogar, el olor a jengibre era lo más reconocible, claro, pero eso no quitaba los desgastados sillones azules donde siempre había uno o dos gatos recostados y la percha de madera donde dormitaba un loro verde que repetía algunas frases cortas. Aquél había sido su segundo hogar.

Erin la guio hacia la sala y espantó a un gruñón felino de pelambre oscura para que la joven se pudiera sentar, May se dejó llevar, ni siquiera dijo nada cuando otro gato saltó sobre sus rodillas y frotó su rostro contra el suéter azul que llevaba puesto; lo empujó suavemente con una mano para que bajara de su regazo mientras con la otra se frotaba los ojos llorosos intentando espantarse las lágrimas, el pecho le subía y bajaba en pequeñas convulsiones incontrolables, se estaba cayendo a pedazos.

 

— ¿Qué es lo que sucede? —Erin le acarició la rodilla con una expresión amorosa en el rostro mientras se inclinaba para tomar de la mesita de centro un par de pañuelos de papel, se los extendió y May los tomó con manos temblorosas, aquél gesto amable la descontroló y gruesas lágrimas brotaron de sus ojos grises mientras gemía con el rostro hundido en los pañuelos.

 

La mujer no dijo nada, porque había vivido lo suficiente para convencerse de que esas lágrimas solamente podían ser causadas por dolores del corazón, pero dejó que May se inclinara sobre su hombro y llorara durante varios minutos hasta que logró recuperar la calma y se enderezó con la nariz enrojecida y los ojos cristalinos.

 

—Lo he arruinado—fue lo único que dijo —lo he arruinado todo.

—No digas eso- aunque Erin aún no estaba segura de qué estaban hablando intentó darle ánimos— no hay nada irremediable.

—Ahora sí no hay nada que pueda hacer… y aunque hubiera, ¿lo haría?—la pelinaranja sacudió la cabeza, como si aquél movimiento pudiera poner en orden sus ideas— no sé qué me pasa. No puedo pensar con claridad.

 

Erin se quedó viéndola con fijeza, mientras se acomodaba un mechón de cabello detrás de la oreja; parecía como si estuviera estudiando a Marie con detenimiento, abrió la boca y la cerró nuevamente, dubitativa. La joven frunció el ceño, si Erin tenía algo que decirle le gustaría que lo hiciera ya mismo.

 

— Es acerca de ese chico, verdad — en su tono no había ni rastro de interrogativa, May bajó la vista— porque sabes, si yo fuera tú y algo hubiera salido mal con… ¿Daniel?

The clock [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora