Ian

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A veces nadie quiere hablar del amor, creemos que es un tema corrosivo, que el simple hecho de pronunciar la terrible palabra con “a” logrará desatar una reacción en cadena que podría destruir el mundo cual bomba atómica. Que el amor es esto o aquello, que el amor destruye, y duele, que no ames; creo que estoy enamorada, pueden ser las palabras que te encadenen a tu propia celda; deberías de verla cuando me sonríe, y ya te toman por un caso perdido, porque el amor es todo eso lo que NO debería ser. Y DUELE, duele demasiado.

Pero la ventaja que tenemos los que amamos es que el corazón tampoco es tonto, y si alguien duele constantemente al amarlo entonces sabe que debemos dejar de hacerlo. Que debemos detenernos y observar a nuestro alrededor, y ser conscientes de todo lo bueno que esa persona nos ha hecho pasar, pero darnos cuenta de que también ha habido cosas malas, y que a veces estas son en cantidad superior, y no vale la pena; y que nada nos encadena a dicha persona para siempre, que debemos desplegar nuestras alas e irnos rápidamente de allí.

Ah, pero si algo nos encadenara… lo que fuera. Una costumbre, tradición, un papel con un par de firmas, un templo, un tatuaje en nuestra muñeca. Entonces todo sería más complicado pero, ¿imposible? Solamente un obstáculo que vencer, porque cuando alguien te hiere lo suficiente, y ya no quieres estar con esa persona, ya no vas a estar con esa persona.

Y ni siquiera el Reloj te lo va a impedir.

Porque de eso, y de muchas otras cosas, se dio cuenta May cuando regresó David. Que el Reloj no controlaba a nadie, que no era más que un simple tatuaje, nada más que unos números que casualmente se detenían cuando andabas cerca de otra persona que tenía la misma cuenta regresiva que tú, pero solamente eso.

Sus padres no eran la pareja perfecta, y cuando David pudo averiguarlo se enteró de que incluso ahora dormían en camas separadas. Pero no se divorciaban, incluso aquella palabra sonaba rara en su vocabulario, pero existía. Y aquel trámite era raramente utilizado.

Erin aún gustaba de recibirlos a los dos en su casa y no se preocupaba más por su Reloj, como si se lo hubiera quitado y hubiese dejado botado en un rincón los números verdes, que cada vez más opacos, seguían disminuyendo, tristemente, en la piel poco tersa de la mujer sonriente que les abría la puerta de par en par y los recibía con abrazos e infusiones demasiado calientes.

Marco también había encontrado a alguien, cansado de esperar y aún a veinte años de que su Reloj diera indicios de detenerse, volvió a abrir su tienda y contrató a dos empleados para que lo ayudaran: Lilian y Tom, el negocio vendía como nunca antes y Marco estaba tan contento que cuando menos lo esperaba se encontró invitando a salir al tímido Tom. Después de varios años, vendieron el local y se fueron a viajar juntos. Mandaban postales cada semana. E incluso en alguna ocasión lograron convencer a los padres de Marco para que se fueran con ellos por una temporada.

May y David también tuvieron una historia feliz, pero no de cuentos de hadas; ambos peleaban como cualquier pareja, e incluso en un par de ocasiones, durante los primeros años que vivieron juntos, David apareció con el cabello revuelto, el ceño fruncido y los ojos brillantes en la puerta de su hermano pidiéndole quedarse por unos días, mientras un incómodo Tom se despedía y salía apresurado usando pretextos del trabajo por haber estado tan tarde en casa de Marco.

Juntos pudieron descubrir lo que el amor significaba, y sabían que englobaba un montón de cosas: que incluía esas peleas que los hacían llorar y mirarse con los brazos cruzados, pero también las de cosquillas; que también venía con largos paseos por el parque tomados de la mano, y otros paseos mucho más largos y dolorosos dentro de sí mismos; sabían que podían dormir abrazados hasta entrada la mañana, o no dormir en absoluto porque el otro había salido con sus amigos y aún no regresaba; incluía los días más tristes, y las noches más brillantes; poder verse reflejado en los ojos del otro y amarse a uno mismo por ser lo que se estaba siendo, y odiar al otro por momentos; y luego amarlo con tanta locura que no sabían por qué no se estaban quemando, o flotando o no se habían fundido con su cuerpo.

Porque eso es el amor, un equilibrio.

May tenía 31 años cuando tuvieron a su único hijo, David era un año mayor. Lo pensaron por mucho tiempo porque no se creían capaces de educar a alguien lo suficientemente bien. Ambos estaban asustadísimos.

Marie pasó la mayor parte del embarazo dando vueltas por todos los cursos para madres que encontraba, y leyendo tantos libros para padres primerizos como podía, recitándole a David consejos al azar cada vez que lo veía suficientemente despierto como para que lo pudiera procesar de una forma más o menos racional.

David pasó la mayor parte del embarazo preguntándose porqué mejor no habían adoptado un cachorrito, y luego asistiendo a los cursos de padres a los que May le mandaba y aprendiendo cuál era la diferencia entre un parto en el agua y una cesárea, cómo cambiar pañales y por qué no era buena idea que a los bebés se les pidiera ayuda para arreglar el motor del coche.

Decidieron ponerle Ian porque era un nombre corto y bonito, y la verdad creían que iba a ser niña y la iban a llamar Amelia, pero a la mera hora resultó que era niño y David corrió a buscar ese libro de “Nombres para bebés de la A a la Z” y lo abrió por la I y pensó “este nombre es corto y bonito”, entonces decidieron ponerle Ian.

Pero al final fue un buen nombre, porque Ian resultó ser tan tremendo que cuando sus padres querían anticiparse a que hiciera alguna diablura si hubiera tenido un nombre largo como Manuel Esteban, le hubieran tenido que gritar “¡Manuel Esteban deja eso!”; pero no, su corto nombre se convirtió en la reprimenda necesaria que necesitaba, y con un simple “¡Ian!”, en el tono correcto, el pequeño de cabello castaño y ojos grises sabía a la perfección si era hora de comer o debía de dejar de jalarle la cola al perro del vecino.

Ian era, sin más, otra prueba del amor; un amor nuevo, más puro, al que había que limpiarle la nariz y besarle las rodillas cuando se caía. Pero que hacía que sus padres lo mirasen correr en el patio trasero durante horas, sin cansarse ni él, ni ellos. Se preguntaban cómo lo hacía, cómo podía vivir al margen de todo, tan inocente y frágil, tan… feliz.

Pero en realidad lo sabían, no era solamente el hecho de que Ian tenía cuatro años y amaba ensuciarse las manos y el helado de chocolate, y comer helado de chocolate con las manos sucias; sino algo mucho más tangible que había provocado el cuchicheo de las enfermeras el día de su nacimiento y que incluso había llevado a su doctor de cabecera a hablar con el padre, que acariciaba con ternura los cabellos de la madre recién parida, parado junto a su cama: y era que Ian no tenía Reloj.

La noticia sorprendió de momento incluso a May y David, ya que incluso este último aún conservaba los números verdes. Se rascó la barbilla al tiempo que preguntaba.

— ¿Y es esto, en algún sentido, peligroso para la salud de mi hijo, doctor?

—No, bueno, no que yo sepa. Solamente es… extraño— el doctor parecía realmente confundido ante la situación, y con la mano derecha se rodeaba la muñeca izquierda, como si se intentara proteger de una amenaza desconocida.

—Ya. Pues en ese caso creo que no hay de qué preocuparnos, ¿verdad? — David sonrió mirando a Marie, si de casos extraños se hablaba lo cierto era que el de ellos dos no dejaba nada que desear.

—Supongo que no, solamente creí que debían saberlo. Con su permiso.

El doctor abandonó la habitación, y May y David se miraron largamente a los ojos; luego la pelinaranja, ignorando el cansancio y el dolor que sentía en todo el cuerpo, se incorporó sobre los codos para besar a David suavemente en los labios y murmuró:

—El amor se encuentra de forma inesperada, y me alegra que Ian no tenga el Reloj, no tendrá que sufrir lo que sufrimos nosotros.

—Créeme— le contestó David— va a sufrir, no de la misma forma, por suerte, pero el amor es así. Y vale la pena cada segundo.

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¡Que tal! Pues con este capítulo doy por terminada la historia The Clock, espero que les haya gustado, y hayan reído y llorado y sufrido y amado, porque en esta vida lo van a seguir haciendo ¡y por montones! No olviden darse una vuelta por mi perfil y echarle una ojeada a mis otras historias. Un beso.

The clock [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora