Erik

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David regresó 3 años, 8 meses, 21 días, 16 horas, 9 minutos y 43 segundos después; sus padres habían estado de acuerdo en aquella emancipación casi total a la que se había dedicado en ese tiempo, por lo que no tuvo gran problema en mantenerse alejado de la ciudad. Y de Marie.

Regresaba porque ya no tenía nada que hacer allá afuera, en ese tiempo había logrado entrar a la universidad, y en aquél caluroso verano antes de su último año no había nada que le distrajera de pensar una y otra vez en May, a quien no había visto en tanto tiempo.

 

Era por eso que había decidido regresar, a él le quedaba claro que el corazón de Marie debía pertenecerle a alguien más para entonces, ya que ella nunca lo había buscado y, cuando tan cobardemente la había dejado, su Reloj estaba pronto de detenerse.

Pero era débil. Y quería verla aunque fuera una última vez, despedirse de la forma correcta, hacerle saber que no había querido presionarla, y que lo sentía muchísimo. Y que la quería.

 

O tal vez eso último mejor y no.

 

Se bajó del autobús con los lentes oscuros puestos para protegerse del sol que estaba en su apogeo en lo alto del cielo, fue a buscar su maleta y luego a sus padres, quienes habían quedado de ir a recogerlo a la parada; los distinguió cerca de la taquilla y fue a abrazarlos, luego se marcharon todos juntos a su vieja casa.

A media tarde, después de haber comido y de mantener una charla medianamente aceptable acerca del colegio y lo que era vivir casi-solo, y que ya le hacía falta un nuevo corte de pelo, David logró salir de la casa argumentando que ya que hacía tanto que no estaba por la ciudad quería ver qué cosas habían cambiado por ahí, y ver si se encontraba a algunos viejos amigos; no dio detalles, pero sus padres se miraron entre ellos, nerviosos, y lo dejaron irse, no sin que antes su madre lo abrazara fuertemente y le plantara un beso en la mejilla.

 

Por suerte afuera el calor había descendido, David lo notó a pesar de su común camisa de manga larga, le costaba admitirlo, pero todavía se sentía incómodo cada vez que alguien veía por accidente su Reloj y se quedaba sorprendido e incluso apenado por la cantidad de tiempo que le quedaba; siempre prefirió esconderlo.

Caminó con la cabeza gacha y las manos hundidas en los bolsillos todo el camino hacia la casa de May, ni siquiera se había tomado la molestia en averiguar si seguía viviendo ahí, tal vez incluso se había casado.

 

“No digas tonterías” se repetía “es sólo una niña” y luego, como si le costara reconocerlo, carraspeó en su mente y agregó “una niña mayor de edad, controlada por ese estúpido Reloj y reglas sociales”

 

Conforme se acercaba a la casa de Margaret y Julián, los padres de Marie, comenzó a ponerse realmente nervioso, durante el tiempo que vivió con su hermano y todo lo que sucedió a partir de que había tomado la decisión de regresar, siempre pensó que May estaba con alguien más, que ella era feliz y compartía su vida con su alma gemela, y que él jamás habría podido ocupar ese lugar en su vida, que lo suyo solamente había sido un chispazo fugaz, una locura adolescente. Que ella ya lo habría olvidado.

Pero ahora, cada paso era una duda: pum, ¿y si no había encontrado a nadie?, pam, ¿y si su Reloj no se había detenido?, pum, ¿y si había dejado de prestarle atención?, pam, ¿y si lo estaba esperando?, pum, ¿qué pasaba si nada había pasado en vano? Sus pisadas se volvían más frenéticas, y una sonrisa comenzaba a asomarse por su rostro mientras daba vuelta por la siguiente esquina, en la calle donde podría encontrarla, aceleró su caminar. Su Marie no se daría por vencida, su May no dejaría que unos números controlaran su vida…

The clock [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora