Maldita Madison.

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Capítulo 1: 

Sigo sin entender por qué Madison también llamada la hermanastra más molesta del mundo se empeña en que sea un poco más femenina. ¿Qué le importa a ella que no lleve camisetas de mi talla? ¿O que no me maquille? ¿Hay algo de malo en eso? No creo, al menos no para mí. Pero para ella sí.

— ¿No puedes ni si quiera ponerte algo de maquillaje? ¡No le irá nada mal a tu cara! — 

Y ahí vamos otra vez. Ugh.

—Escucha esto por qué no te lo voy a volver a repetir; No. Me. Voy. A. Poner. Nada. En. Mi. Cara. —

 —Pero, ¡quizás hasta te ves guapa y todo! —

 —¡Sal de mi habitación ahora! —

 —¡Eres imposible! —

Esta conversación la hemos tenido al menos cincuenta veces en una semana. ¿Por qué no le entra en esa cabecita hueca que yo no voy a cambiar de la noche a la mañana?  Quizás verdaderamente es un pez y se le olvidan las cosas al cabo de cinco minutos. Al cabo de quince minutos vuelve con una falda y un top en el cual creo que no cubre más que las tetas. Sí, definitivamente es un pez.

 —¿Qué opinas acerca de esto? —

 —¡Fuera de mi habitación! — Grito lo más que puedo. Ella realmente me está molestando. 

Papá aparece por la puerta dirigiéndome una mirada luego mira a mi hermana y lo que cuelga de sus manos.

 —No quiero saber que ha pasado aquí, ¿entendido? Solo dejad de gritar. Me vais a provocar una jaqueca. —

 —Está bien, papá. Lo sentimos. —

Papá cierra la puerta otra vez mientras  que Madison me mira con cara retorcida. Oh, no.

 —Scar, la última vez que intento hacer esto. Por favor, puedes hacer esto, ponte esto y luego nos vamos a la fiesta. —

 —Mad, la última vez que intento decirte esto. Vete de aquí antes que utilice algún movimiento de lucha libre contigo, ¿quieres? —

 —Definitivamente, eres un caso perdido. —

 —Gracias. — Digo mientras sonrío como si me hubiesen dicho el mejor alago de mi vida.

 —No era un alago, perdedora. —

Y así, es como empiezo cada sábado. Desde que acabo el instituto mi vida social ha caído en picado, es decir, mi único amigo con el que siempre me relaciono se ha ido de viaje dejándome aquí con las Reachels —ellas son peor que Madison— cómo único apoyo social a parte de mi equipo de hockey el cuál no veo desde hace siglos. 

Miro por la ventana observando las casas que hay delante. En toda la calle hay siete casas las cuales cinco están ocupadas y dos vacías. Veo algo moverse y es Rachel T. que se dirige hacía aquí. Bajo a abrirle la puerta.

 —Scarlett. Necesito tú ayuda. —

 —¿Mi ayuda? La última vez que dijiste eso acabamos en comisaría, ¿recuerdas? —

 —Es verdad. Nos lo pasamos genial aquella tarde. —

 —Sí, sobre todo cuando tu exnovio me atacó con kétchup. Fue verdaderamente emocionante. —

 —Deja la ironía a un lado, de verdad necesito tú ayuda. Reachel S. y Reachel M. están fuera de la ciudad hoy y no tengo con quien ir a la fiesta de esta noche. —

 —Un momento. — Retrocedo unos pasos hasta la escalera y grito a Madison para que baje, cuando baja le digo lo que ha querido oír desde que se ha levantado. — Madison, tengo una bonita noticia para ti. ¡Ya tienes con quien ir a la fiesta! —

 —¿Vas a venir? ¡Oh Dios mío! ¡Esto es un milagro de Dios! —

 —No Madison, pero ella sí. —Reachel T. saluda con la mano y Madison grita y corre a abrazarse hacía ella. 

Nunca entenderé ese saludo, ¿qué tiene de bueno gritarse en la oreja mientras te estrujas las costillas? Mientras ellas comienzan a planear sobre cuán de perfecta va a ser esta noche yo estoy pensando en qué película voy a ver esta noche. Quizá vea Bienvenidos a zombiland o Los Juegos del Hambre. Vuelvo a mi habitación abriendo la ventana y buscando mis cosas para ponerme a dibujar. 

Mierda la comida.

Saco el cuaderno en blanco, el lápiz de mina y mi lápiz de cuando tenía cinco años que aún conservo y una goma de borrar, lo dejo en el tejado del parquin y vuelvo de vuelta a la habitación, bajo hasta la cocina y pongo un paquete de palomitas en el microondas, el minuto el que tardan en hacerse las palomitas se me hace eterno. Cuando suena el “pip” anunciando que el microondas ha hecho su tarea y ha calentado mis palomitas, las pongo en un bol y me voy otra vez directamente a la terraza. 

Mi habitación es la única de la casa la cuál puede acceder a donde ahora mismo estoy y ese es un motivo que me encanta, nunca he traído a nadie aquí, ni si quiera a Brad, mi mejor amigo. 

Él parece sacado de un anuncio de Tommy Hilfiger, mucha gente no entiende cómo él puede ser mi mejor amigo, pero el único motivo es que antes de que él se volviera popular, él era el típico nerd del cuál todo el mundo se ríe. Todo el mundo menos yo. Yo siempre he estado para él y él ha estado siempre para mí. Muchas chicas me tienen envidia porqué él sólo me presta atención a mí, pero el único motivo de eso es por qué él es gay y nadie lo sabe. 

Mamá me llama desde el comedor. No quiero comer, estoy llena de palomitas. Al cabo de dos minutos papá asoma la cabeza por la ventana y dice —: A comer cielo.

 —Papá, no tengo hambre. —

 —¿Te has vuelto a llenar de porquerías? —

 —Puede. ¿Me vas a regañar si digo que sí? — Pregunto con voz inocente.

 —No, no te voy a regañar pero tendrías que procurar no comer esas cosas, ahora aun que te cueste el último esfuerzo de tú vida, baja a comer lo que te ha hecho mamá, te gustará. —

 —Está bien. Pero sólo voy a comer la mitad. —

Después de comer la mitad de mi plato de lasaña, vuelvo a mi habitación. Recojo lo que había dibujado, al principio era un bosque, pero lo vi tan solitario que decidí dibujar animalitos. Aún me queda medio ciervo por hacer. Lo dibujo mientras tarareo algo de Sleeping with sirens. Estoy completamente enamorada de ese grupo.

 Mientras dibujo, papá entra en la habitación y deja una tarjeta encima del escritorio, acabo el dibujo y me acerco a ver qué es. Resulta ser lo que llevo esperando durante todo el año. La tarjeta de la pista de hielo del pueblo. Sí, estamos en verano, pero es el mejor momento para poder patinar. Pienso un poco y si papá me ha sacado la tarjeta del club, quiere decir que los entrenamientos de hockey están por empezar. Eso es bueno, eso es realmente bueno. Nuestro equipo local no suelen admitir a chicas, pero me vieron sobre la pista de hielo y se hizo un hueco para mí en él como por arte de magia. Si no fuese por mí y  por James, el equipo nunca se llegaría a clasificar en ningún sitio, pero gracias a nosotros dos casi ganamos los nacionales. 

El martes es el día en que abren la pista, estoy algo ansiosa, es decir, llevo como un maldito año esperando esto.

ScarlettDonde viven las historias. Descúbrelo ahora