Manuel tiene una maldición preciosa en sus piernas. Corre más rápido que todos sus compañeros de colegio, y patea la pelota con una majestuosidad bellísima. Era algo difícil y extraño de entender, porque honestamente hay pocos niños de once años que tienen tal destreza, tal capacidad y maravilla en ellos.
El profesor de educación física le dice que es un prodigio, un fenómeno, pero uno bonito. Manuel no lo entiende, tampoco se preocupa en entenderlo, porque honestamente todo lo que quiere es que su amigo Miguel se ponga en el arco e intente atraparle más de cuatro goles, cosa que no ha logrado hacer hasta ahora.
Su mamá piensa que es talentoso y no le da muchas vueltas, preocupándose más por sus notas de lenguaje y que suba en matemáticas, mientras que su tío Ludwig, amigo de su madre, le dice que esas son cosas que se tienen que sostener fuerte contra el pecho sin dejarlas nunca ir, que lo que tiene es no sólo talento, que es algo más fuerte e increíble. Le dice que tiene pasión, y Manuel no entiende que es eso en realidad, pero la palabra lo tiene pensando toda una tarde y suena bonita al decirla-pasión- y de alguna manera siente que le pertenece como ninguna otra palabra alguna vez lo ha hecho, que la inventaron para él, sólo para Manuel.
Así es como a los once años Manuel le dice a su mamá que cuando grande quiere ser futbolista, que es lo que le gusta y que tiene pasión, y aunque consternada, su mamá le dice que está bien.
Entonces Manuel entrena, día y noche, con una dureza y rigidez que es difícil de ver y entender en niños tan pequeños (no tanto ya como para empezar una disciplina, es lo que todos se dicen, pero Manuel tiene una fiereza tal que asusta), pero que es sencillo admirar. No se cansa, no se rinde, no se aburre, porque cuando su talón roza la pelota de fútbol se olvida del mundo- ya no quedan rasgos de lo que estudió para su prueba del día, no quedan restos de sus pensamientos, no queda nada que no sea la pelota, la cancha y el latir poderoso y ruidoso de su corazón, que le llena los oídos y le zurca en la cabeza y se queda, se queda, se queda, y no se va ni siquiera aunque la pelota ya no éste a su disposición.
Y llega un día en que Miguel ya no es capaz de taparle ni un gol.
Entonces llega un día Manuel, Manuel de dieciocho años, haciendo un gol en el Estadio Monumental y la gente gritando su nombre, porque era joven, era muy joven, y era rápido, grácil. Vociferaban su apellido, el número de su camiseta porque Manuel era un fenómeno precioso, y verlo ahí, corriendo por su equipo, era el mejor espectáculo de todos.
Manuel, grácil. Manuel, intocable. González, el nuevo ícono de la Selección Chilena.
Y Manuel, ahora de veintitrés años, se pierde en la belleza de Milán que se presenta a través de su ventana. Taza de café en mano y las zapatillas ya puestas. Manuel no se cansa, no sabe cansarse cuando es de su único amor, aún si detesta todo lo que se construye a su alrededor.
....
Se supone que iba a publicar esto cuando llevara mínimo 20 capítulos pero no me aguante y aquí estamos.
La verdad me está encantando escribir esto y pienso en esta historia siempre que estoy en clases y por eso me saco tantos rojos pero realmente me gusta mucho escribir este AU, así que espero que les guste al menos un poquito, porque está hecho con muuucho amor ❤
(La imagen de la portada es de la serie Hannibal y si alguna vez pueden verla háganlo porque es una obra maestra en tantos sentidos, y amo muchísimo a Will y a Hannibal y como todo sucede a su alrededor, así que 1000% recomendada)
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Between |ARGCHI|
Fanfiction|AU Futbolistas| Manuel es la Estrella Solitaria y Martín es el Sol de Argentina. El espacio que los separa es eterno, y aún así se las arreglan para colisionar el día que Manuel llega a jugar al mismo equipo que Martín, creando universos y nebulosa...