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Hasta Antonio se acostumbró a que luego de un gol (en un partido de práctica o amistoso o de torneo da igual) hecho por Martín, la primera persona a la que buscaría corriendo en medio de la euforia sería a Manuel, esperando alzarlo para celebrar el logro. La forma en que sus piernas delgadas y pálidas recorrerían el campo verde en segundos solo para envolver sus brazos en la cintura morocha y lo alzaría dando vueltas y vueltas, hasta que tuvieran que volver a concentrarse en el partido. Manuel también aprendería a acostumbrarse a eso, eventualmente. La primera vez se quedaría tieso en el aire, la segunda vez no sabría donde poner sus brazos, y la tercera vez lo tomó de sorpresa que Martín lo abrazara por atrás y lo levantara, alejando sus zapatillas del verdoso piso. Ahora estaba listo, preparado siempre que Martín aparecía después de hacer un gol, abriendo sus brazos en el minuto en que veía el cabello rubio esparciéndose en el viento y listo para estrechar sus hombros y sentirlo, aunque fuera por unos segundos. La forma en que el cabello largo de atrás se le pegaba en la nuca, el sudor le recorría las extremidades y se mezclaba con el olor del pasto y la tierra mojada del invierno y solo terminaba oliendo a humano, a Martín Hernández, de manos fuertes con dedos delgados que le apretaban los costados y se posicionaban en sus costillas o le resbalaban por las escápulas al momento de soltarlo; el de las pestañas quemadas, que se ponían rubias en las puntas y cuyos poros eran pequeños, igual que los lunares en el costado de su terso, pálido rostro. Cada pequeño detalle de su rostro, de él entero y la forma en que sus nudillos se ponían morados cuando hacía mucho frío lo memorizaría y se lo tatuaría en las entrañas, en los pulmones donde le pesaba el aire y se le quemaba algo.
Manuel también aprendió a buscar a Martín en cada celebración. No era necesario abrazarlo, de la misma manera que aparentemente Martín sentía, pero sí que corría hacia él si estaba cerca, y aun si no lo podía alzar como hacía Martín, corría hacia él y se estiraba hasta caer pecho con pecho, clavando su mandíbula en la curvatura del hombro de Martín, y ahí le hacían compañía sus clavículas, su manzana de adán, su sudor, los pequeños pelitos que perdía al afeitarse que se ubicaban bajo su mentón y se presentaban pálidos, pálidos como la boca de Martín estirándose en risa y en palabras de alegría hacia Manuel.
Ludwig no perdió tiempo notando eso, y Miguel y Julio también lo captaron con facilidad en los partidos amistosos del equipo, preparándose para el comienzo de la Liga Española en el nuevo año. No se habían perdido los partidos de los fines de semana en el tiempo en que Ludwig estuvo con ellos, y a Manuel le gustaba la compañía y el interés que sentían por él y su vida en el equipo, pero el rojo se apoderó de su rostro cuando, en la tarde del sábado veintiuno, el primer día del invierno, ya luego del partido, listo para echarse junto a su gran librero y tomarse un té, Julio, un poco más atrás que Ludwig y Miguel, le habla:
—Martín Hernández fue el que te prestó una chaqueta esa vez que hiciste una cagada, ¿no? —Manuel no responde, acostumbrado a Julio y a sus preguntas retóricas, además avergonzado de la forma en que lo mira—Ten cuidado, Manuel—murmura esta vez, bajando la vista a sus manos limpiándose una uña—, los futbolistas nunca son una buena opción...
Manuel enmudece, avergonzado. Miguel le habla a Ludwig sobre algo que no puede escuchar pero se da cuenta de que ya están cerca del auto, y que probablemente no escucharon a Julio, y ruega que Ludwig no lo escuche a él ahora.
—Es un compañero no más—dice. Julio levanta la vista, mirándolo por el rabillo del ojo. Manuel aprieta la boca, sintiéndose juzgado y observado, verdaderamente observado. Ahora él baja la vista, débil.
—Solo no te hagas ilusiones, y tal vez deberías bajarle mientras Ludwig esté aquí. Creo que le sorprende un poco, y si te soy honesto, se nota un poco.
Manuel no hace nada cuando escucha ese comentario. Sabe que Julio se lo dice porque conoce del miedo profundo de Manuel a ser descubierto, a ser visto, y Julio conoce su terror a que su familia sepa sobre su sexualidad. Aun así, Manuel desea que Ludwig lo mire, que lo vea mientras abraza a Martín y esconde su cara en su nuca y le clava las manos en la espalda. Que lo mire y no pueda dejar de mirar, que no se niegue a la verdad, que no la evada. Que la observe y la entienda y simplemente no la olvide nunca, que este soy yo, Ludwig, que aquí es donde debería haber estado siempre.
Manuel no dice nada. Camina hacia el auto, nada más, y se sienta atrás junto con Miguel, que le mira desde el rabillo del ojo igual que Julio y aprieta la boca. Que ya lo sabe, quiere decir, que no se preocupen, que se va a calmar, pero esta es la verdad: la piel de Martín es su verdad, y que por favor le dejen sentir en este entretiempo, aunque les duela verlo, aunque los fanáticos se hagan ideas o lo ignoren. Que lo dejen vivir su verdad mientras pueda, que lo disfruta. Tanto tiempo callándose, permítanle poner la palma de su mano en la mejilla de otro hombre, aunque sea por un segundo.
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Nochebuena cae martes ese año, y a Manuel le han dado martes y miércoles de descanso. Hay algo en él que se libera cuando eso pasa, y le alegra poder enfocarse en cocinar galletas desde el lunes en adelante. Ludwig prepara un montón de kuchen y Miguel y Julio discuten sobre cómo preparar el pavo. Manuel solo les exige que pongan papas duquesas en la mesa, y cuando Julio y Miguel aceptan su pedido, se dedica a hornear con Ludwig por las horas que den el lunes y siguen temprano el martes, mientras Miguel y Julio se preocupan del lado salado de la cena.
Ludwig le pide a Manuel que ponga las tiras sobre el relleno de frutillas, y Manuel lo hace con delicadeza mientras saca de las frutillas que sobraron, en un pote al lado de la tarta. Ludwig lo mira sonriente y al mismo tiempo decora el borde del postre, con una calma asombrosa.
—Me gusta verte jugar—le dice sin mirarlo. Manuel se ríe, mordiendo una frutilla.
—Gracias.
—Y me gusta verte feliz jugando—Ludwig enfoca su vista en Manuel—, abrazando a tus compañeros...
Manuel enrojece. Asiente, callado, apretando la boca en una sonrisa incómoda.
—Te ves feliz—susurra—. Te quiero ver feliz más que nada en el mundo, sin importar cómo sea.
Manuel deja las tiras de masa en el mesón y mira a Ludwig. Sus ojos chocolate abiertos en algo parecido a la inocencia infantil, expectante. Ludwig solo le sonríe antes de poner una mano sobre su cabeza.
—Lo mereces—dice, y Manuel siente que exhala por primera vez en mucho tiempo
ya no soporto la cuarentena. extraño a mis amikes, no me gusta hacer guías porque no entiendo NADA (y le termino copiando todo a otra gente en ciertas materias) y más encima ni siquiera estamos en cuarentena total. dios santísimo si este país es un chiste.
MÁS ENCIMA TENGO GUÍAS DE ARTE Y EDUCACIÓN FÍSICA
espero que ustedes estén bien en estos tiempos de encierro. para hacerlo aunque sea un poco más ameno, he aquí los gays latinoamericanos futbolistas favoritos de todos. he querido escribir más pero todavía no puedo ordenar mi tiempo con estas guías así que me está costando, pero tenemos capítulos para rato, así que no se preocupen.
¿qué les pareció el cap? martín y manuel son muy muy cercanos jiji y ludwig no es ná tonto así que el hombre sabe que lo que está pasando.
lamento hablar tanta tontera pero últimamente siento que escribir acá es uno de los pocos contactos humanos que me queda porque voy a terminar matando a mi hermano un día de estos lo juro.
en fin mi gente bonita, espero que estén bien. cuídense mucho mucho y eviten salir de su casa en la medida de lo posible (deberíamos estar en cuarentena total qué rabiaaa), les aprecio bastante y nos leemos el próximo viernes o cuando la cuarentena dicte. un besito muakkk
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Between |ARGCHI|
Fanfic|AU Futbolistas| Manuel es la Estrella Solitaria y Martín es el Sol de Argentina. El espacio que los separa es eterno, y aún así se las arreglan para colisionar el día que Manuel llega a jugar al mismo equipo que Martín, creando universos y nebulosa...